Misión y escatología
Entre los radicales del siglo XVI hubo una intensa expectativa escatológica que infundió mayor urgencia aún a su sentido de misión. Algunos esperaban el establecimiento inminente del reino de Dios en la tierra. En algunos, esta actitud expectante los condujo a excesos apocalípticos y, en muy pocos casos, a la violencia. Aún entre los anabautistas evangélicos, la noción de ser una comunidad reunida y gobernada por el Espíritu de Dios influyó sobre la percepción de su vocación misionera. Esta atracción por el futuro contribuyó a determinar su vida y visión misionera para el presente. Se recobró la convicción de la iglesia primitiva, de que los tiempos de la salvación mesiánica se estaban realizando en medio de ellos.
Para que la iglesia tenga una visión adecuada de sí misma como comunidad misionera de Dios, es esencial que exista en ella un fuerte y saludable sentido escatológico. Además de ser una realidad futura, el reinado de Dios se ha hecho presente entre nosotros en la persona de Jesucristo. En él se ha manifestado ya el poder de la era venidera. En él se han revelado la meta y el significado de la historia, con lo que la vida y la misión de la iglesia se ha llenado de sentido y esperanza. El futuro ya no es un misterio, sino una realidad revelada en Jesucristo y anticipada en la vida de su comunidad.
La iglesia fiel en el cumplimiento de la intención misionera de Dios no puede evitar, en su vida y evangelización, la tensión entre el "ya" del reinado de Dios, y el "todavía no" del reino plenamente consumado. La novedad del reinado de Dios restaurado en Cristo, nos proporciona la perspectiva y los criterios para evaluar y descartar los valores del viejo orden, caído y en proceso de desaparecer. La fidelidad a nuestra misión nos demanda discernir y apropiarnos de los valores del nuevo orden que Dios ha hecho realidad.
Esta visión amplia nos ayuda a mantener una esperanza bíblica. Muchas veces esta esperanza se ha distorsionado, porque ha sido parcial. A veces, en tiempo de prueba, los cristianos se han limitado a esperar un cielo nuevo. En otros períodos, caracterizados por cierto optimismo humano, se han limitado a esperar una tierra nueva. Es realmente notable cómo la iglesia neotestamentaria llevó a cabo su misión, con la firme esperanza de un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap. 21:1).
El Nuevo Testamento termina con la visión de "la nueva Jerusalén que desciende del cielo de Dios" (Ap. 21:2). Dios es quien hará "nuevas todas las cosas" (Ap. 21:5). En contraste absoluto con "Babilonia la grande", ciudad de fabricación humana, la nueva creación es regalo de Dios. Esta certidumbre sostiene al pueblo de Dios en su misión, frente a dificultades que a veces parecen ser insuperables. Ser el pueblo misionero de Dios significa, simplemente, experimentar, anticipadamente, mediante la vida, el testimonio, y la fidelidad a Cristo, la nueva creación que Dios habrá de realizar. Es vivir el presente a la luz del futuro de Dios.
Fragmento del Capítulo 7
IGLESIA Y MISIÓN
CONTRA CORRIENTE
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