Fragmento de: “Comunidad y Compromiso. Estudios sobre la renovación de la Iglesia.
“La Iglesia se constituye en una experiencia común compartida entre todos sus miembros. Todos somos hijos de un solo Padre. Todos confesamos a un solo Señor Jesucristo. Y todos somos regenerados por el poder del Espíritu Santo. Por lo tanto, todos somos miembros unos de otros. La Iglesia no es meramente colección de individuos discretos, mas o menos unidos por algún convenio que define los alcances de su colaboración.
Ser una comunidad no es opcional para la Iglesia de Jesucristo. Por naturaleza somos una comunidad (y tenemos comunión). La pregunta que tenemos que formularnos es: ¿Qué clase de comunidad seremos? ¿Seremos una comunidad limitada y empobrecida, o una comunidad que realiza plenamente los propósitos que Dios tiene para ella? Compartir la vida en el Cuerpo de Cristo implica vivir en Cristo en toda la plenitud inherente es esa relación y, a la vez, convivir con nuestros hermanos en una expresión plena de vida comunitaria (Ver 1 Juan 1.3, 6, 7).
Definiciones
Para propósitos de claridad es preciso que definamos algunos términos, tales como "comunión", "comunidad", "vida comunitaria", "compartir", etc. En el Nuevo Testamento el término más expresivo para describir esta vida común en el Cuerpo de Cristo es el vocablo griego koinonía. Este término, junto con sus derivados, aparece unas cincuenta veces en el Nuevo Testamento y significa básicamente "aquello que se tiene en común". Un vistazo de algunas de las maneras en que este concepto es traducido en el Nuevo Testamento nos será útil: "comunión", "tener en común las cosas", "compartir", "participar", "compañerismo", "generosos", "contribución", "ofrenda", "ayuda mutua". . . Se notará la rica gama de significados que caracteriza este término. Es notable que aproximadamente la mitad de las veces que aparece koinonía en el Nuevo Testamento “se refiere a compartir en la esfera de lo espiritual, mientras que la otra mitad de las veces se refiere a compartir en la esfera de lo material.
“Koinonía" (Nota editor del blog; léase "kinonia") significa participación en algo en lo cual también otros participan; es compartir en forma consciente con otro algo que se tiene en común. Se trata de una vida fundamentada conscientemente en una posesión común: Cristo y su Espíritu. La verdadera comunidad cristiana es creada y sostenida por una fe común, una vida común en Cristo, un compromiso de obediencia común a Cristo como Señor, en fin, una participación común en el Espíritu. La fuerza y la calidad de esta vida en comunidad dependerá directamente de la intensidad y la integridad de este fundamento.”
Jesús y la koinonía
Jesús mismo tuvo unas cuantas cosas que decir a sus seguidores en cuanto a la vida en comunidad. Entre éstas se hallan sus enseñanzas sobre el uso de los bienes materiales. Hay un paralelismo en el Sermón del Monte que no siempre se nota: la actitud de Jesús hacia la violencia (Mt. 5:38-48) y la actitud de Jesús hacia los bienes materiales (6:19-34). (Idéntica preocupación se observa en Pablo, pues coloca los mismos dos temas en yuxtaposición en Romanos 12:13, 14). Es notable la manera en que algunos grupos de menonitas en su historia reciente han tendido a suavizar ambas enseñanzas de Jesús. Otros, en cambio, han enfatizado su doctrina sobre la violencia pero han tenido menos que decir en relación con las enseñanzas de Jesús sobre los bienes materiales. Cabe preguntar: ¿por qué no se toman con igual seriedad ambas enseñanzas? Ambas llevan el sello de la autoridad de Jesús. Tanto la no-resistencia como la actitud de Jesús hacia los bienes requieren confianza en la gracia de Dios para poder sobrevivir cuando se practican. En realidad, tanto "compartir bienes” como "renunciar a la violencia” son actitudes de fe en Dios en la sociedad donde vivimos.
Koinonía" y hermandad
Otra forma de expresar el concepto de koinonía es el uso del término "hermanos” tanto para designar a la Iglesia como a sus miembros particulares.
"Hermanos” es la designación más frecuente para referirse a los cristianos en el Nuevo Testamento. Aparece unas doscientas cincuenta veces en Los Hechos y las Epístolas. Sin duda su uso es tan frecuente porque se trata de un saludo natural en una comunidad de este tipo. Esta hermandad nace de la obra que el "primogénito entre muchos hermanos” realiza para formar la "familia de Dios” (Ro. 8:29,30; cf. He. 2:11-13). "Hermandad” significa amor y responsabilidad mutua, plena participación de todos en la familia de Dios, un compartir pleno en la realización de la vida de la Iglesia, precisamente con el mismo sentido que el término koinonía tiene. Jesús mismo dio una nueva definición de "hermanos": son los que hacen la voluntad de Dios (Mr. 3:35); los que colocan las obligaciones de su nueva familia en primer lugar. Se sirven unos a otros en sus necesidades, sea de comida, ropa, o amistad (Mt. 25). En esta hermandad no existen distintos niveles de honor ni superioridad. Hay distinciones en términos de dones y funciones, pero no en términos de superioridad e inferioridad. "Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo" y “todos vosotros sois hermanos” (Mt. 23:10, 8).
Hay dos peligros que presentan una amenaza al desarrollo pleno de la visión neotestamentaria de comunión y hermandad como la mejor expresión, de la vida de la Iglesia. Son el individualismo y el institucionalismo. El individualismo es una perversión del sentido de responsabilidad e importancia personales que resulta en el menosprecio de las expresiones comunitarias de la vida en Cristo, el proceder por cuenta propia, el resistir el consejo y las advertencias de hermanos, el insistir en la voluntad de uno mismo por encima de la de la comunidad, el inclinarse a no compartir, etc. Consiste en la perversión del sentido de legítima responsabilidad individual ante Dios y de la experiencia personal con Cristo y con el Espíritu Santo, debido a un espíritu de exaltación propia.
Hay estructuras eclesiásticas que niegan al individuo la posibilidad de compartir la responsabilidad en la vida comunitaria y colocan a ésta en manos de unos pocos, sea en la congregación local, o en la relación entre congregaciones. Lo que logran con esto es fomentar la pasividad del individuo y la pérdida del interés y del sentido de responsabilidad para el bienestar del hermano y de la congregación. El resultado de esto es la negación de la misma naturaleza de la Iglesia.
No es cuestión de eliminar ni individuos ni instituciones. Es, más bien, cuestión de ordenar a éstos de acuerdo con la naturaleza comunitaria y fraternal de la Iglesia. Las instituciones deben servir los propósitos de la Iglesia, sin entrar en conflicto con su naturaleza fundamental y su misión. El que define el lugar del individuo en la Iglesia es el mismo Espíritu de Cristo que nos capacita para someternos unos a otros "en el temor de Cristo" (Ef. 5:21). y a servirnos unos a otros en amor. (Ro. 15.1.2 y Gá. 6.2-4).
“Koinonía" y renovación
Es notable cómo la auténtica koinonía de la Iglesia ha sido amenazada y hasta destruida por prácticas económicas muy poco fraternales. Jesús advierte que es muy difícil que un hombre rico entre en el Reino (Lc. 18:25) y que la ansiedad por los bienes es una actitud propia de los paganos (Mt. 6:32). Pablo da la impresión que por lo menos uno de los elementos que fomenta división en la Iglesia de Corinto son las diferencias económicas (1 Co. 11) у señala que en la comunidad cristiana "la raíz de todos los males es el amor al dinero" ( 1 Ti. 6:10). Santiago advierte contra la tentación de la Iglesia de favorecer al rico (cap. 2). A juzgar por las advertencias que hallamos en el Nuevo Testamento, aparentemente la tentación materialista, representaba un peligro mayor en la Iglesia primitiva que la tentación a la violencia. Como Jesús bien advirtió, la propiedad ejerce un poder diabólico sobre las personas. Existe en las sociedades en general una presión demoníaca que le lleva a uno a sacrificar cualquier valor ético por el dinero.
En este sentido debe señalarse que el Espíritu Santo “de Dios crea, profundiza y extiende la experiencia de comunidad en la Iglesia. En la experiencia pentecostal encontramos la negación de Babel. A partir de Pentecostés la comunicación en una comunidad y por medio de ella es una posibilidad viva. Se ha señalado que en casi todos los casos en el Nuevo Testamento el Espíritu Santo fue dado a grupos de personas, sea la compañía de discípulos reunidos en Jerusalén, o sean grupos familiares. Rara vez fue dado a individuos aislados, y aun en estos casos fue dado para la edificación del Cuerpo de Cristo. Pero, si bien el Espíritu Santo normalmente funciona en la comunidad y por medio de ella, no está limitado a la Iglesia organizada. Dios es libre y puede enviar profetas como sus voceros ante una iglesia apóstata.
“La koinonía es parte de la esencia de la Iglesia de Jesucristo. Por lo tanto no ha de sorprendernos que a lo largo de la historia de la Iglesia los movimientos de renovación que se han preocupado por retornar a sus raíces siempre han redescubierto algo de esta dimensión comunitaria. Entre estos movimientos se podría mencionar a los valdenses, los hermanos checos, los anabautistas, los cuáqueros, los metodistas y otros movimientos de renovación contemporáneos. Sin embargo, no se trata meramente de imitar un modelo antiguo de la Iglesia cristiana en nuestro afán de renovarnos. Más bien es cuestión de redescubrir experimentalmente esa koinonía que es de la misma esencia de la comunidad de Jesús y vivirla en el poder del Espíritu de Cristo.
Fragmento de: Juan Driver. “Comunidad y Compromiso. Estudios sobre la renovación de la Iglesia”. iBooks.