martes, 27 de septiembre de 2016

¿FUNDO CRISTO UNA RELIGIÓN? / Samuel Escobar

La reflexión respecto a la decadencia de la religiosidad y las formas diversas de idolatría ha llevado a algunos a proponer la idea de un cristianismo nuevo que supere lo religioso. Así se entiende, por ejemplo, el mensaje del teólogo Dietrich Bonhoeffer, y en el mismo sentido se orienta la investigación teológica que parte del hecho de la secularización. En el mundo de habla hispana el nombre de Unamuno viene de inmediato a la mente como el de una conciencia sensible a las desfiguraciones de la verdad por causa de la institucionalización religiosa. En fin de cuentas, ¿no habrá sido un gran error construir una religión alrededor de la figura de Jesús?

En América Latina, particularmente entre los intelectuales, estudiantes y obreros esclarecidos, hay una simpatía especial hacia un Cristo desligado del aparato religioso. La figura más -cautivan te de Cristo sería la que Báez Camargo llama “Nuestro Señor del Látigo”, la del Cristo lleno de ira santa arrojando a los mercaderes del templo que había sido convertido en una cueva de ladrones. Es necesario decir que ésta no es la única figura de Cristo que los evangelios nos presentan: Cristo oró, frecuentó el Templo, leyó y explicó la Biblia, aclaró que no pretendía derogar la Ley con sus obligaciones cultuales y religiosas. Pero también es un hecho que las palabras más duras de Jesús fueron dirigidas contra los “religiosos” de su tiempo, en contraste con la comprensión y amistad que manifestó -hacia los despreciados y la lacra social. Cierta vez, a los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los judíos destacados les apostrofó: “En verdad les digo que los cobradores de impuestos y las prostitutas entran al Reino de Dios primero que ustedes”.1

CRITICA RADICAL DE LA RELIGIÓN

Precisamente Bonhoeffer nos ofrece un análisis crítico y radical de lo religioso. Pero frente al teólogo mártir conviene hacer dos aclaraciones importantes. En primer lugar se asocia con su nombre la noción de “cristianismo no religioso” que luego ha sido adoptada por otros teólogos.

Alan Richardson ha llamado la atención al hecho de que “no religioso” (en inglés religionless) es una traducción inadecuada del alemán religionslose. Este término usado por Bonhoeffer significaría más bien “no pietista” (unpietistic), o “no eclesiástico” (unchurchy). En castellano la nueva corriente teológica ha venido fundamentalmente a través de traducciones del inglés, de, modo que la expresión “cristianismo, no religioso” habría de entenderse como crítica no de toda religiosidad sino de ciertas formas de la misma.2

En segundo lugar, el pensamiento de Bonhoeffer no es algo cristalizado, logrado.. Murió joven aún, cuando una parte de su obra —la que más ha influido en los actuales teólogos radicales-estaba gestándose. Lo dice muy bien A. Dumas: “La obra de Bonhoeffer quedó truncada no solamente en su término, sino que iba quedando truncada a medida que se desarrollaba. Es una semilla fecunda, pero imprevisible . . .”  Escribiendo precisamente sobre su idea que comentamos, Bonhoeffer dice:

. . . Lentamente estoy acercándome a la interpretación sin religión de los conceptos bíblicos. Veo la tarea pero todavía no sé cómo solucionar el problema . . 4

Antes de esta etapa anti-pietista, Bonhoeffer nos había dado una lúcida combinación de piedad real, profundidad bíblica y contemporaneidad en sus obras El Precio de la Gracia5, Vida en Comunidad*, Etica’ y otras. Para aquilatar su crítica de la religión es necesario reconocer los fundamentos en toda esta obra anterior.

La crítica radical de la religión, es decir del cristianismo occidental, podría resumirse entonces en esta cuádruple caracterización: a) su individualismo, b) su carácter metafísico, c) su departamentalización, d) su recurso al Deus ex machina. Por individualismo Bonhoeffer entiende el hecho de que el hombre religioso está tan preocupado consigo mismo, sus estados de ánimo y experiencias interiores que se olvida del prójimo. Es ese tipo de religión que deshumaniza, llevando a extremos como el descrito por Georges Duhamel en su Diario de un Aspirante a Santo. Es el cultivo de una piedad descarnada, de ejercitaciones para una “vida victoriosa”   que  no conoce  las realidades del sufrimiento de los demás, o que simplemente las toma como ocasión para el propio progreso espiritual; que parece más un deporte de cierta clase media, católica o protestante. Lo metafísico estaría en que se trae a Dios como lo sobrenatural para completar una visión de la realidad que está fundamentalmente centrada en el hombre. Quizás lo describe bien una expresión como ésta: “Una persona de bien tiene que ir a la Iglesia. La gente decente es religiosa”. Pero aún, las formas de idolatría, aquellas en que se “utiliza” a Dios. En tercer lugar, está el hecho de que lo religioso se vuelve una especie de compartimiento estanco de la vida cada vez más reducido y de menor importancia dado el alcance de la ciencia y de otras fuerzas. En cuarto lugar el religioso recurre a Dios como a un deus ex machina, aquel que viene a ayudarnos desde fuera cuando estamos en apuros; en vez de ser Aquel que está en el centro mismo de la vida y que la dirige y controla, tanto en la fuerza como en la flaqueza.8

Tenemos que admitir el acierto de esta crítica, y reconocer que las Iglesias cristianas a lo largo de los siglos han presentado muchas veces una forma de vida y un mensaje que caerían bien dentro   de  la  descripción  de  Bonhoeffer.   Sin ir más lejos, el protestantismo en América Latina ha señalado repetidas veces la diferencia entre religión y fe dinámica y debiera sin embargo reconocer el peligro constante de convertirse sólo en una religión más, diferente a la oficial.9 Aunque no aceptemos todo el programa de Bonhoeffer y reconozcamos su limitación, hemos de darle crédito por el tono profético y bíblico de esta cuádruple crítica.

EL CRISTIANISMO ES CRISTO

En última instancia ¿qué es el Evangelio? ¿En qué consiste el mensaje cristiano? La respuesta es: Cristo. Porque la primera comunidad cristiana de que tenemos noticia no tiene como centro un tratado de filosofía, un manual de reglas para ser feliz, un programa político o un sistema religioso. Esto se repite una y otra vez en el Nuevo Testamento. Los apóstoles afirman que su mensaje no es una nueva “sabiduría”, escuela filosófica o variedad religiosa, sino una persona: Cristo. “El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad, ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir por una personalidad histórica”.10

La crítica del cristianismo convertido en religión decadente, debe por fuerza, entonces, llevarnos hacia Cristo, para entender lo que ofrece al hombre de hoy, aquí y ahora, el Evangelio; para saber si luego de eliminar el follaje de desfiguraciones queda algo que tenga sentido para el hombre que busca la verdad y la vida.

En Jesucristo tenemos una realidad histórica incontrovertible. A nadie se le ocurre hoy en día discutir esto. Se puede interpretarlo de una u otra forma, pero no negar su existencia. Su realidad histórica nos ayuda a recobrar al Cristo real, superando las visiones que el sentimentalismo o la devoción mal entendida han popularizado. El universitario latinoamericano de hoy debe saber, para empezar, que hay mucho más peso de evidencia histórica para Jesucristo que para cualquiera de las otras grandes figuras de su época. Los Evangelios han sido sometidos al examen y la crítica de amigos y enemigos, y cuando la honestidad y la objetividad histórica se aplican, el respeto por el valor de estos documentos aumenta. El estudiante inteligente, el buscador sincero, no puede recurrir al subterfugio fácil de intentar deshacerse de Cristo partiendo de prejuicios.11

Y Jesucristo nos confronta como un tremendo enigma. Se trata de una vida simple pero de dimensión trascendental en la historia. Intentemos entender la historia del mundo que conocemos eliminando a Jesucristo, ¿qué queda? Fijémonos en esta breve  síntesis de su vida:

He aquí un hombre que nació en una aldea insignificante, hijo de una aldeana. Creció en otra villa oscura. Trabajó hasta los treinta años en una carpintería y luego durante tres años fue predicador ambulante. Nunca escribió un libro. Nunca tuvo un puesto de importancia. No tuvo un hogar propio ni fue jefe de una familia. No fue a la universidad. Nunca puso sus pies en lo que consideraríamos una gran ciudad. Nunca viajó a más de trescientos kilómetros de su lugar natal. No hizo ninguna de las cosas que generalmente acompañan a la grandeza. No tenía más credenciales que su propia’ persona. Mientras era todavía joven la corriente de la opinión popular se lanzó contra él. Sus amigos huyeron. Uno de ellos lo traicionó. Fue entregado en manos de sus enemigos. Tuvo que soportar la farsa de un proceso judicial. Lo ejecutaron clavándolo en una cruz, entre dos ladrones. Mientras agonizaba los encargados de su ejecución se disputaron al juego la única cosa que fue propiedad suya: su manto. Cuando murió fue bajado de la cruz y sepultado en una tumba prestada por la compasión de un amigo.
Considerado según las normas humanas, su vida fue un fracaso total.
Han pasado diecinueve siglos y hoy él es pieza central en el ajedrez de la historia humana y columna del progreso.
Estoy lejos de exagerar si digo que todos los ejércitos que han marchado, todas las armadas que se han construido, todos los parlamentos que han sesionado y todos los reyes y autoridades que han gobernado, puestos juntos, no han afectado la vida del hombre sobre la tierra tan poderosamente como esta única vida solitaria.

En contraste con la simplicidad de su vida, nos llaman la atención las constantes afirmaciones absolutas que hizo acerca de sí mismo, y sus demandas de lealtad también absoluta que hizo a sus seguidores. Afirmó que él era el pan de vida, que Dios y él eran uno, que estaba muy por encima de las más sagradas instituciones religiosas de su tiempo (era “Señor del Sábado”). Dijo: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas”; “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque esté muerto vivirá”; “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre (Dios) sino por mí”. Pidió a los que querían seguirlo una entrega absoluta: “si alguno quiere venir en pos de mí, niégese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque todo el que quiere salvar su vida la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará”. Afirmó que con él no cabían términos medios: “el que no es conmigo contra mí es”.

Aquellos que se encuentran con él, cautivados por esta persona, perciben tras el enigma, que en Cristo Dios mismo está en acción, que Cristo es la Palabra de Dios al hombre, que su misión tiene alcance cósmico y que en el contacto con él la realidad personal y universal es transformada. Estas afirmaciones llenan página tras página del Nuevo Testamento, constituyen el núcleo indestructible del mensaje cristiano, como puede comprobarlo cualquier lector atento.

EL DILEMA FRENTE A CRISTO

“Ha llegado el tiempo y el Reino de Dios está cerca. Cambien de actitud y crean en el mensaje de salvación”. Estas son las palabras con que Jesús inicia su actuación pública. Y a lo largo de ella insiste en llamar a los hombres a seguirle. Sus discípulos no son alumnos de un profesor, sino seguidores entregados en cuerpo y alma a él, listos a perder la propia vida por él. Ellos a su vez llaman a los hombres a la misma disciplina, al mismo discipulado y se lanzan por todo el mundo con su llamado. Así tenemos las palabras del más caracterizado de sus mensajeros, Saulo de Tarso, el primer europeo, el   primer   hombre   en   quien  se  resumen   la herencia griega, romana y judía. Dice así en una de sus cartas que han llegado hasta nosotros:

El que está unido a Cristo es una nueva persona; las cosas viejas se terminaron y todas son nuevas. Todo esto lo hace Dios quien nos puso en paz consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el encargo de poner a todos en paz con él. Es decir, que en Cristo Dios estaba poniendo al mundo en paz con El, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres; y a nosotros nos encargó dar el mensaje de esta paz ... Les rogamos pues de parte de Cristo: póngase en paz con Dios.12

Todo hombre se encuentra aquí frente a un dilema. Por eso los juicios fáciles que circulan acerca de Cristo son -inadmisibles. Los primeros seguidores, y luego una pléyade a lo largo de los siglos, tuvieron que terminar por reconocer que él era todo lo que decía ser y que ante él sólo cabía doblar la rodilla y llamarle Señor. Vieron en él no al jefe de una nueva secta religiosa sino a Dios mismo irrumpiendo en la escena humana, viniendo al encuentro del hombre y ofreciéndole esta transformación radical que lo hará una criatura nueva, radicalmente nueva. ¿Habrán sido todos estos seguidores nada más que ilusos? ¿Sería él sólo un loco o un estafador? Juzgue cada uno. Lo que no puede hacerse es recortar los documentos para seleccionar lo que no nos moleste.


EVANGELIO Y RELIGIÓN

¿Fundó entonces Cristo una religión? Si por religión se entiende todo aquello ritual, cúltico, sacrificial, que se concreta en sistemas para elevar al hombre hacia Dios, la respuesta es un rotundo no. El peso de la enseñanza de Cristo y sus apóstoles y el sentido mismo de la vida y muerte de Cristo denotan la iniciativa divina. No es que el hombre se eleve hacia Dios. Es Dios que desciende hasta el hombre, en Cristo. El hombre anda huyendo de Dios e intentando llenar su vacío de Dios con ídolos diversos como describimos en nuestro segundo capítulo, y es así como la religión misma en vez de ser un camino hacia Dios es una barrera más de factura humana en el camino.

La teología dialéctica de Barth y Brunner ha señalado enfáticamente esta diferencia entre el Evangelio y la religión. Este énfasis, sin duda, está ligado al redescubrimiento del mensaje bíblico luego de varias décadas de teología filosófica, idealismo, liberalismo y evangelio social. Al confrontar al hombre con Cristo, el Evangelio lleva a cada hombre a confrontarse consigo mismo en su profunda necesidad y alienación, de la cual la religión misma —aunque se llame cristiana- no lo saca. El Evangelio al señalar a Cristo como el Mediador,  el único posible entre Dios y el hombre, ofrece el camino de regreso por medio de la fe y la entrega a él. El hombre que oye esa Palabra y la recibe, permite que Dios irrumpa en su vida transformándola, descubre la verdadera libertad, empieza a vivir realmente. El hombre así transformado pasa a verse como un servidor de los demás, empieza la carrera de buen prójimo tras las huellas del Maestro. Su nueva alegría de vivir, su nueva ética personal y social, su canto entusiasta o su oración concretada en plegaria y en el cumplimiento de su vocación aquí y ahora, no son religiosidad que busca desesperada, sino respuesta gozosa que sucede al encuentro.

Saulo de Tarso, o Pablo el Apóstol, escribió así:
“Los judíos quieren ver señales milagrosas y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros anunciamos el mensaje de Cristo que fue crucificado. Los judíos encuentran vergonzoso este mensaje, y los que no son judíos lo ven como tontería; pero para los que Dios ha llamado, ya sean judíos o griegos, Cristo es el poder y la sabiduría de Dios.” 13

Cuando este mensaje irrumpe en los corazones de los hombres se produce en ellos una revolución radical cuyos efectos no tardan en verse en las estructuras externas de la sociedad. Sólo hace falta que el hombre le escuche, y en un acto de fe en él, lo siga hasta sus últimas consecuencias.




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1 Evangelio de Mateo 21:31 (Versión Popular).

2 Citado por León Morris, The Abolition of Religión, InterVarsity Fellowship, Londres, 1964, pág. 9. En este libro, Morris trata con amplitud el debate en cuanto al alcance del término
religionslose.

3 André Dumas, Teólogos Protestantes Contemporáneos, Ed. Sigúeme, Salamanca, 1968, pág. 163.

4 Cartas   y Apuntes desde  la Prisión,   fragmentos publicados por la revista Cuadernos Teológicos, número 17, Buenos Aires, 1956. pág. 53. 

5 Ed. Sigúeme, Salamanca, 1968.

6 Methopress, Buenos Aires, 1966.

7 Estela, Barcelona, 1968.

8 El bosquejo básico de esta cuádruple crítica corresponde a Eberhard Bethge y es citado en 
Beyond Religión, Daniel Jenkins, Londres, 1962.

9 Ver, por ejemplo. Religión y Fe en América Latina, W. Stanley Rycroft, CUP, México, 1961.

10 Romano Guardini, La Esencia del Cristianismo, Ed. Guadarrama, Madrid, 2a. ed., 1964, pág. 20.

11 Ver, por ejemplo, ¿Quién es Cristo hoy?, Ed. Certeza, Buenos Aires, 1969.

12 Segunda Epístola a los Corintios 5:14-20 (Versión Popular).

13 Primera Epístola a los Corintios 1:22-24 (Versión Popular).




lunes, 26 de septiembre de 2016

El pastor más joven de una mega iglesia en la historia / David Platt

El pastor más joven de una mega iglesia en la historia
-tomado del libro Originalmente publicado en inglés con el título:
"Radical" por David Platt. 
fragmento de muestra - adquiere el original en tu librería amiga

El pastor más joven de una mega iglesia en la historia. Aunque hubiera discutido tal aseveración, esta fue la etiqueta que me pusieron cuando fui a pastorear una iglesia grande y floreciente del Profundo Sur: la iglesia de Brook Hills en Birmingham, Alabama. Desde el primer día, me encontré
inmerso en estrategias para hacer que la iglesia fuera mayor y mejor.

Autores que respeto mucho hubieran dicho: «Decide lo grande que quieres que sea tu iglesia y trata de llegar a esa meta, ya sean cinco, diez o veinte mil miembros». Pronto, mi nombre casi estaba a la cabeza de la lista de los pastores de las iglesias de más rápido crecimiento en Estados Unidos. Allí
estaba… viviendo el sueño de la iglesia americana.

Sin embargo, cada vez me sentía más inquieto. Ante todo, mi modelo en el ministerio es el de un hombre que pasó la mayor parte de su ministerio con doce hombres. Un hombre que, cuando dejó esta tierra, solo tenía unas ciento veinte personas que hacían lo que Él les decía que hicieran. En
realidad, era más una mini iglesia. Jesucristo, el pastor más joven de una mini iglesia de la historia.

Entonces, ¿cómo podía reconciliar la idea de pastorear a miles de personas, con la realidad de que a mi mayor ejemplo en el ministerio lo conocían por alejar a miles de personas? Cada vez que crecía la multitud, decía algo así: «Si no comen la carne del Hijo del hombre ni beben su sangre, no tienen realmente vida»1. No era precisamente la táctica más indicada para el crecimiento de la iglesia. Casi puedo imaginarme la expresión en las caras de los discípulos. «¡No, que no mencione lo de beber
su sangre! Nunca entraremos en la lista de los movimientos con más rápido crecimiento si sigue pidiéndoles que lo coman».

Al final de este discurso, todas las multitudes se marchaban y solo quedaban doce. Al parecer, a Jesús no le interesaba venderse a las masas. Sus invitaciones a los posibles seguidores eran, sin duda, más costosas de lo que las multitudes estaban dispuestas a aceptar, y a Él parecía no molestarle. En su lugar, se concentró en los pocos que creían en Él cuando decía cosas radicales. Y a través de la obediencia radical de estos, cambió el curso de la historia.

Pronto, me di cuenta de que esta dirección me llevaba a chocar con la cultura eclesiástica estadounidense, donde el éxito se define por multitudes mayores, presupuestos mayores y edificios mayores. Ahora, me enfrentaba a una alarmante realidad: Jesús despreciaba las cosas que eran más
importantes para mi cultura de iglesia. Entonces, ¿qué debía hacer? Me enfrenté a dos grandes preguntas.

La primera era simple. ¿Estaba dispuesto a creerle a Jesús? ¿Estaba dispuesto a escoger a Jesús aunque hubiera dicho cosas radicales que alejaban a las multitudes? La segunda pregunta fue más desafiante. ¿Estaba dispuesto a obedecer a Jesús? Mi mayor temor, incluso ahora, es escuchar las palabras de Jesús y hacer oídos sordos, satisfecho con conformarme con algo menor que una
obediencia radical a Él. En otras palabras, mi mayor temor es hacer con exactitud lo que hizo la mayoría de la gente cuando se encontró con Jesús en el primer siglo.

Por eso escribí este libro. Estoy en un proceso. Aun así, estoy convencido de que no es solo un proceso para pastores. Estoy convencido de que estas preguntas son críticas para toda la comunidad de fe en nuestro país en el día de hoy. Estoy convencido de que como seguidores de Cristo en las iglesias estadounidenses hemos adoptado valores e ideas que no solo son anti bíblicos, sino que, en realidad, contradicen el evangelio que decimos creer. 

Y estoy convencido de que tenemos una opción. Tú y yo podemos decidir continuar como siempre con la vida cristiana y con la iglesia en su totalidad, disfrutando del éxito basado en las normas
definidas por la cultura que nos rodea, o podemos darle una mirada sincera al Jesús de la Biblia y atrevernos a preguntarnos cuáles serían las consecuencias si le creyéramos y le obedeciéramos de verdad.

Te invito a unirte a este proceso. No pretendo tener todas las respuestas. En realidad, tengo más preguntas que respuestas. No obstante, si Jesús es quien dijo ser, y si sus promesas merecen tanto la pena como dice la Biblia, podemos descubrir que la satisfacción en nuestras vidas y el éxito en la
iglesia no se encuentran en lo que nuestra cultura considera más importante, sino en una renuncia radical para seguir a Jesús.