sábado, 29 de octubre de 2016

Decisiones sobre los integrantes del cuerpo pastoral / Thom S. Rainer

Decisiones sobre los integrantes del cuerpo pastoral


Pasar tiempo con el equipo pastoral durante una consulta siempre conduce a cuestiones profundas y clave, en especial en las conversaciones de pasillo. En este sentido, uno de los principales interrogantes que expresan los líderes de la iglesia es: ¿Dónde puedo encontrar a alguien que sirva en este ministerio? Ambas iglesias están en la búsqueda de nuevos integrantes. En las conversaciones acerca de los posibles candidatos, surgen algunas consideraciones clave.

Miembros del cuerpo pastoral en la Primera Iglesia


La Primera Iglesia busca el mejor equipo posible. Esto tiene sentido, ¿no? Esta realidad la expresan con claridad los líderes encargados de la búsqueda de nuevos integrantes. La meta es conseguir un equipo de primera Línea, con el mejor en cada rol. Se cree que esto producirá un mayor impacto en la iglesia y en la comunidad. Esta suposición aparenta ser sabia, pero tiene su defecto.
Demostró ser errónea en la Primera Iglesia. El equipo actual esta lleno de personas dotadas pero que corren en direcciones distintas. La filosofía establecida es: Consigue unos pura sangre y déjalos correr. Suena bien. Sin embargo, cuanto mas conversamos con el grupo, mas nos damos cuenta de que existen múltiples filosofías ministeriales dentro del cuerpo pastoral. Obtener los mejores no hace que todos tiren para el mismo lado. Sin un compromiso con el todo, cada uno se manifiesta agresivo y apasionado por su propio ministerio. Las personas no fueron reclutadas para unirse en un movimiento coherente y unificado.
El problema no es la falta de entrevistas previas ni el análisis de las referencias, y tampoco la falta de pasión. La Primera Iglesia realiza entrevistas e interrogatorios bastante completos y, al parecer, todo el equipo camina con Dios. El problema es que no hay un proceso principal para buscar y conseguir integrantes para el cuerpo pastoral. El reclutamiento de personal calificado con distintas filosofías ministeriales o diferentes enfoques es la base para la frustración y el desastre.
He aquí una imagen del grupo pastoral de la Primera Iglesia (los nombres se han cambiado). El pastor John es responsable del ministerio estudiantil. El pastor Bill es responsable de la educación de adultos, que incluye la escuela dominical y grupos pequeños. A ambos los apasiona la evangelización. Los dos se han concentrado en eso a lo largo de su ministerio. Se los reconoce por haber constituido ministerios evangelísticos. Eso les resulto atractivo al pastor y al equipo de búsqueda. Parecería que pueden llevarse Bien, que van a conformar un gran equipo.
No exactamente.
Ambos concuerdan desde el punto de vista teológico. Se entusiasman cuando conversan sobre evangelización y el llamado a hacer discípulos. Ambos creen que los perdidos deben escuchar el evangelio. Sin embargo, no concuerdan con el punto de vista filosófico. Enfocan la evangelización de distinta manera. El pastor Bill cree en la capacitación formal en evangelismo. Sobre esta creencia erigió su ministerio. Mientras que el pastor John cree en el servicio evangélico, y con este enfoque construyo el suyo. En los papeles, ambos coexisten. En la realidad, las dos filosofías chocan.
Los jueves por la noche, el pastor Bill ofrece capacitación formal en evangelismo. Invita a toda la iglesia. Se lo pasa promocionándola. Solicita al pastor principal que lo anuncie desde el púlpito. Incluso no comprende por que el pastor John no alienta a los estudiantes a que asistan a esa reunión. Los sábados por la mañana, el pastor John ofrece oportunidades de servicio evangelístico. Los adultos y los adolescentes sirven a la gente de manera tangible.
Quienes apoyan a Bill opinan que lo de John es superficial. Quienes apoyan a John, dicen que el enfoque de Bill es frío. Algunos padres que asisten al grupo de Bill no desean que sus hijos adolescentes concurran al grupo de John. Ambos grupos se encuentran en constante competencia no explicita. Bill y John están teológicamente alineados, pero no lo están en el sentido filosófico. Son los mejores en su campo, pero a ambos les cuesta estar en el cuerpo pastoral, en parte por culpa de la presencia del otro.
Se sonríen en el atrio y saludan uno a la familia del otro, pero existe una gran distancia. Ninguno esta equivocado, ninguno es menos piadoso. Son tan solo distintos en su esencia. Y el pastor no quiere hacer las veces de árbitro.

Miembros del cuerpo pastoral en la Iglesia de la Cruz


En la Iglesia de la Cruz también se hallan en la búsqueda de nuevos integrantes Para el cuerpo pastoral, pero sus preguntas son distintas. Lo que buscan es diferente. Como en la Primera Iglesia, desean personas que Sean intachables en su carácter y competentes en su llamado ministerial. Sin embargo, también buscan personas que acepten el proceso ministerial que tienen. Esto es importante para ellos.
Cada miembro del cuerpo pastoral es elegido según el proceso de amar a Dios, amar a otros y servir al mundo. Algunos miembros de equipo talentosos y altamente recomendados no fueron considerados por tener una actividad preferida. Y estas actividades quedan fuera del proceso ministerial de esta iglesia. De manera que no tomaban en cuenta a alguien así.
A la Iglesia de la Cruz le preocupa más tener un equipo unido que uno lleno de personalidades.
Si quieren un pastor de estudiantes, buscan uno que guíe a los estudiantes a amar a Dios, amar a los demás y servir al mundo. Si quieren un pastor de adultos, buscan uno que guíe a los adultos a amar a Dios, amar a los demás y servir al mundo. Son rigurosos en esto durante la entrevista. Son así de apasionados con el proceso y así de coherentes.
Los miembros del equipo con los que hablamos no se sienten reprimidos sino libres. Y se sienten así porque también están apasionados con el proceso. No se trata de que deben dejar algo de lado, sino que es algo de lo que ansían formar parte. Los emociona sentirse participes de una iglesia que ve el ministerio de la misma manera en que ellos lo ven. Algunos ayudaron a crear el proceso. Otros se comprometieron con el antes de ingresar al cuerpo pastoral.
Los limites son claros y se los anima a implementar y a ejecutar el proceso ministerial con creatividad y libertad. Los miembros del equipo actuales no son replicas exactas unos de otros. No se visten igual ni hablan igual. No les gusta el mismo tipo de música ni leen los mismos libros. Pero si están alineados en cuanto a como se desarrolla el ministerio en la Iglesia de la Cruz.

Fragmento de “Decisiones sobre los integrantes del cuerpo pastoral”
Capitulo dos: La iglesia simple (y no tan simple) en acción 
del libro “La Iglesia simple, como volver al proceso divino de hacer discípulos” 
Autores, Thom S. Rainer, Eric Geiger.

martes, 25 de octubre de 2016

MENSAJE A LA IGLESIA IBEROAMERICANA / Por Antonio Peralta


Ante un auditorio colmado de asistentes al Tercer Congreso Misionero Iberoamericano, el autor analiza y señala valientemente, con profundo contenido bíblico y cristo-céntrico, algunos de los males que aquejan el acontecer evangélico de nuestros días.  

MIRAR HACIA ATRÁS sobre dos décadas de siembra y cosecha en el mundo musulmán,  para intentar extraer de todo ello algunas lecciones para el futuro de la obra misionera transcultural desde Iberoamérica, no resulta nada fácil. Siempre he sido más de concentrarme en los desafíos del presente y el futuro que en recordar los aciertos y desaciertos del pasado. Sin embargo, dado que a nuestro Padre tanto le apasiona extender a todas las etnias del mundo las asombrosas bendiciones (de la justificación por la fe y la de la recepción de su Espíritu) que prometió a su amigo Abraham, tendremos que emplear nuestros mejores esfuerzos de reflexión, para intentar buscar las formas de proporcionarle a nuestro amado Redentor toda la satisfacción que Él se merece. Entiendo que es a esto que está abocado este congreso.
Veinte años de convivencia y testimonio en una sociedad islámica no pueden sino tener un impacto sobre nuestra perspectiva de las cosas. Las veces que hemos vuelto con mi esposa a visitar iglesias en Latinoamérica, hemos comentado diversos contrastes entre los dos contextos y también notado algunas tendencias del «evangelicalismo» latino contemporáneo que nos preocupan por parecernos estorbos en lo que atañe a llevar el evangelio de la gracia de Dios a pueblos como los musulmanes. Con toda humildad y respeto quisiera compartir cinco de estas preocupaciones en este mensaje a la iglesia iberoamericana. Confío que el Espíritu de Dios confirmará las cosas que Él considere importantes, y desechará las demás.

El humanismo «cristiano» 
La primera preocupación que viene a mi mente es lo que he llamado, en una contradicción deliberada de conceptos: humanismo «cristiano» (o cristo-humanismo). Me refiero a la marcada tendencia de muchísimos creyentes a transferir la cosmovisión predominante de nuestras sociedades occidentales modernas a su experiencia religiosa, manteniéndose ellos en el centro de su nuevo universo cristiano: «La cosa más importante es mi bienestar, felicidad y realización. Dios está aquí para salvarme, ayudarme, bendecirme, prosperarme, sanarme, y concederme a mí todos los deseos de mi corazón. Mediante mi fe, mis ayunos, vigilias, diezmos, ofrendas, y asistencia a todos los cultos, puedo conseguir que Él me dé lo que yo quiero». (Hasta en la obra misionera fácilmente caemos en tener a nuestros contactos, nuestros proyectos o nuestros convertidos como el foco principal de nuestra atención y «adoración».)
La contradicción, por supuesto, radica en que el universo cristiano ya tiene un Centro, y ese Centro no es ni tú ni yo (¡ni tu iglesia, ni mi denominación!), sino el Sol de justicia, Aquel que murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor, a quien pertenecen las naciones y quien merece recibirlas como ofrenda, por quien y para quien fueron creadas todas las cosas, y a quien corresponde –en todo– tener la preeminencia.
Viniendo de un contexto donde los cristianos son perseguidos, me resulta desconcertante escuchar por televisión o en muchos de nuestros cultos-shows, un evangelio de oferta o evangelio-light que nos dice exclusivamente lo que deseamos oír sin peligro a ofender: todo amor, emoción y satisfacción para mí; nada de ira, pecado, juicio, condenación, sufrimiento, o martirio. Muchas veces me he quedado con la duda: si costara igual de caro en Latinoamérica que en el mundo musulmán seguir a Jesús, ¿cuántos miembros tendrían nuestras congregaciones? En el Norte de África no se pregunta (y aquí no deberíamos preguntar tampoco):
«¿Quién quiere aceptar la salvación?»; la pregunta más bien es: «¿Quién quiere entregarse con alma y cuerpo al Señor y Salvador?». Si no logramos restaurar y mantener en nuestras iglesias y en nuestro accionar misionero un cristo-centrismo radical, con Jesucristo el Señor como comienzo y fin de todas las cosas (no un simple medio para algún objetivo nuestro), sería mejor (¡y mucho más honesto!) que nos uniéramos a la Nueva Era para abiertamente adorarnos a nosotros mismos. Habríamos perdido toda relevancia espiritual y toda posibilidad de ser verdaderos portadores de la luz del evangelio de la gloria de Cristo para los pueblos enceguecidos por las idolatrías y mentiras del dios de este siglo.
¡Señor, envía a tu mies obreros con una visión grandiosa de Cristo, apasionados por Él y por su gloria entre todas las naciones!

La teología de resultados 
Una segunda preocupación es que parece haberse popularizado en esta época de abundante cosecha en América Latina una mentalidad que yo tildo de teología de resultados: «Si la cosa sale fácil, sin mayores complicaciones o contratiempos, y si pronto se ve el fruto que uno esperaba, entonces podemos saber que era la voluntad de Dios; si es al revés, entonces no». «La voluntad de Dios es que concentremos todos nuestros esfuerzos en aquellos pueblos y lugares donde se puede obtener la mayor cosecha con la menor inversión de tiempo, esfuerzo y dinero». Aunque criterios de esta clase puedan resultar provechosos para empresas con fines de lucro, nunca han servido para discernir la voluntad de Dios. Es aleccionador examinar el contexto del pasaje clásico del llamado misionero que encontramos en Isaías 6: Dios llama, Isaías responde, y los resultados son: incomprensión, rechazo y destrucción… y la promesa de un eventual pequeño retoño.
Necesitamos urgentemente recuperar una teología de la obediencia, en la que cualquier esfuerzo, cualquier sacrificio merece la pena, si es que nos lo pide Aquel de quien somos y a quien pertenecemos.12 Recuerdo las palabras de un hermano norteafricano comentando la costumbre de orar por mayor libertad para la propagación del evangelio, quien decía: «¡No necesitamos más libertad; necesitamos más obediencia!». La obediencia a los mandatos divinos –cuando no tiene sentido aparente y cuando va en contra de lo que naturalmente querríamos hacer– es la única forma que tenemos de demostrarle a Dios las dos cosas que Él más valora: nuestra fe y nuestro amor.13
Además, la obediencia de fe, antes de ver resultados tangibles, parecería ser el cimiento espiritual sobre el cual le place al Señor edificar todos sus grandes proyectos. Podemos pensar en el padre de la fe, Abraham, como también en el Autor y Consumador de la fe, Jesucristo. Abraham recibió promesas divinas de que poseería toda la tierra de Canaán y que tendría descendientes como la arena del mar, pero murió con apenas un hijo de esa promesa y una parcelita de tierra donde sería enterrado junto a su esposa Sara. Sin embargo, no se debilitó en la fe, tampoco dudó, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido.14 Hebreos atestigua: «Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo […] por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos».15 Jesucristo, el ejemplo supremo, quien nos envía como Él fue enviado,16 siendo dueño del universo, obedeció perfectamente la voluntad del Padre, pero murió abandonado por todos y poseyendo apenas la ropa que vestía. Sin embargo, como resultado de esa fe y obediencia radicales, los descendientes espirituales de Abraham y de Jesucristo hoy sumamos millones.
Algo parecido ha pasado también en cada uno de nuestros pueblos iberoamericanos. Hubo una o más generaciones de siembra sacrificial por parte de los portadores iniciales de la fe, quienes casi sin ver resultados persistieron en obedecer a su Capitán, algunos incluso hasta el martirio. Pero la gran cosecha que vemos hoy en nuestras naciones se la debemos –mucho más que a métodos o estrategias modernas– a la base de fidelidad y obediencia que ellos estuvieron dispuestos a colocar. ¡Ahora nos toca a nosotros expresar nuestra gratitud, y saldar nuestra deuda, haciendo lo mismo por otros!
¡Señor, envía a tu mis obreros comprometidos a seguirte y obedecerte en todo, cueste lo que cueste!

El activismo narcisista 
La tercera preocupación la he tildado de activismo narcisista. Vivimos en una época cada vez más frenética. Cuando vuelvo del Norte de África a Sudamérica, me llama la atención la gran cantidad de cultos y otros programas que tienen las iglesias dentro de sus templos y la presión que hacen para que los miembros participen de todas esas actividades. Lo preocupante para mí es que parecería que no tenemos más meta que el número de asistentes a las reuniones, y que nos conformamos con simplemente entretener a los creyentes, manteniendo relaciones interpersonales superficiales, carentes de autenticidad y de compromiso mutuo.
Con frecuencia dejamos que nuestros programas, incluidas nuestras actividades misioneras, cobren mayor importancia que las personas, a veces incluso que la Persona que dio todo de sí por amor a nosotros. Pareciéramos olvidar que el atractivo más poderoso e imperecedero del cristianismo es la persona de Jesucristo, la posibilidad de tener una relación personal con Alguien tan incomparablemente bello como Él y de integrar una familia de personas que procuran dejarle reproducir en sus vidas su maravillosa personalidad.
El poco espacio que ocupa en nuestro activismo evangélico esa formación personalizada del carácter de Cristo en el creyente, limita seriamente la posibilidad de llevar adelante la misión como el Señor la concibió y practicó: «Estableció a doce, para que estuviesen con él»17; «hagan discípulos […] enseñándoles a obedecer» ;18 «nos predestinó para que fuésemos hechos conformes a la imagen de su Hijo»;19 «hasta que Cristo sea formado en vosotros»;20 «a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre».21
Hay un aspecto de la formación del carácter de Cristo en nosotros que Él mismo destacó como fundamental para que el mundo pueda llegar a conocerlo: nuestro amor y nuestra unidad.22 En mis años supervisando equipos de obreros entre pueblos musulmanes, lo que más me ha entristecido es tener que lidiar con los conflictos interpersonales irresueltos de hermanos y hermanas, incapaces o indispuestos a hablar sinceramente de sus problemas, perdonar de todo corazón las ofensas, humillarse, reconciliarse y marchar juntos por amor a Jesús y en obediencia al nuevo mandamiento que Él nos dejó.23 Hermanos, ¡el obrero que no haya demostrado claramente en su carácter la capacidad cardinal cristiana del perdón y la reconciliación, mejor que no salga al campo, donde sólo estará contradiciendo con su vida el mensaje que predica!
Desde la perspectiva de lo que requiere el campo, y relacionado siempre con lo que llamo nuestro narcisismo evangélico iberoamericano, hay una cosa más que quisiera mencionar: nuestro testimonio demasiado centrado en nuestros templos y basado en terminología y rituales que el no evangélico encuentra muy difíciles de entender. La mayoría de los evangélicos parecen conocer sólo un método de evangelismo: ¡invitar al inconverso a la iglesia! Para poder llenar la expectativa de Jesús de que seamos sal y luz24 en nuestros vecindarios y entre las naciones, tenemos que dedicarnos mucho más, como Él,25 a salir de nuestros recintos para estar en el mundo (¡sin ser del mundo!), vinculándonos en el día a día con personas que jamás irían a nuestros templos pero que necesitan ver u oír algo de Jesús en nosotros. Cristo relacionó nuestra luz con buenas obras que quería que realicemos en medio de la sociedad,26 como Él también lo hizo.27 La reiterada exhortación bíblica a dedicarnos a hacer buenas obras28 que sean expresiones visibles de la compasión y el interés de Dios por las personas, es una orden que como evangélicos tenemos que aprender a acatar si queremos ganarnos el privilegio de ser escuchados –¡ni qué decir, creídos!– cuando compartimos el mensaje del amor de Dios.
¡Señor, envía a tu mies obreros con el Espíritu y carácter de Jesús, experimentados en el perdón y la reconciliación, que saben relacionarse con la gente y demostrarles de formas practicas tu bondad y misericordia!

El sionismo evangélico 
En cuarto lugar, viniendo de un contexto árabe, resulta francamente chocante ver la ingenuidad con que tantas iglesias evangélicas latinoamericanas se han identificado con diversos aspectos del sionismo (como el uso prominente de la bandera israelí) y la facilidad con que, en el nombre de un supuesto cumplimiento de profecías, se justifica casi cualquier acto que pudiera cometer alguien considerado del «pueblo escogido». Me pregunto si alguna vez nos hemos puesto a pensar cuánto dista esto del mensaje universal de todos los pro-fetas y apóstoles bíblicos, quienes no dudaban en proclamar el juicio de Dios sobre todo pecado e injusticia, sin acepción de personas.29
¡Es esencial que nosotros hoy en día, al igual que los discípulos de antaño,30 dejemos el cumplimiento de las profecías y los pormenores de la escatología en las manos del soberano Señor de la historia y nos dediquemos a la tarea que Él nos encomendó: vivir y anunciar entre todos los pueblos (incluso el judío) el único evangelio de salvación, que es a través del arrepentimiento y la fe en Jesucristo31 para todo aquel que cree!32
Más o menos relacionado con este tema del sionismo evangélico, me parece que está la tendencia que percibo en muchos círculos evangélicos a entremezclar el reino de Dios y los intereses nacionales de los países donde los creyentes son numerosos o influyentes. Aparentemente, creemos que con el poder político, económico o militar de este mundo podemos hacer avanzar el Reino que no es de este mundo.33 Cuando en la prensa nacional de muchos países musulmanes aparecen regularmente artículos atribuyendo la belicosa política extranjera del actual presidente estadounidense a su fe evangélica y a la influencia de los evangélicos en la política norteamericana, no puedo sino preocuparme por la credibilidad del evangelio que estamos comunicando a esos pueblos. Cuando oigo a reconocidos líderes cristianos apoyando públicamente, como supuestos voceros de todas las iglesias evangélicas, emprendimientos como la invasión a Irak o el bombardeo del Líbano, sólo puedo preguntarme cuándo y cómo será que el «evangelio de la paz por medio de Jesucristo»34 llegará a ser comprendido por los musulmanes iraquíes, libaneses, palestinos…
Haríamos bien, como individuos y como iglesias, decidir claramente (como ya hace mucho instaron Josué y Elías35) cuál reino queremos representar: el de Jesús o algún otro, recordando que «ninguno puede servir a dos señores».36
¡Señor, envía a tu mies obreros dedicados exclusivamente a Jesús, a sus valores y a su Reino, que no hagan acepción de personas o de pueblos y que dejen el futuro en tus manos!

La arrogancia partidista 
La quinta y última preocupación que quiero mencionar es nuevamente una que creo se percibe más fácilmente desde un campo como el musulmán, donde los seguidores de Jesús, hasta donde se conoce, son más o menos uno de cada cincuenta mil personas. Ante la realidad de tantos pueblos no alcanzados, es triste escuchar de proyectos misioneros que, al final, son sólo esfuerzos para que, en lugares que ya cuentan con varias iglesias evangélicas, haya otra de «nuestra denominación». El deseo de plantar nuestra bandera, sea como iglesia, denominación o agencia, suele tener mucho más que ver con el orgullo de la carne que con el Espíritu de Cristo. Ni tu denominación ni mi agencia irán al cielo, sólo personas redimidas por la sangre del Cordero, todos juntos y todos por igual. En el país donde sirvo, los líderes de las aproximadamente cuarenta pequeñas iglesias secretas nacionales (¡una por casi cada millón de habitantes!) han dicho que no quieren usar, ni que se les imponga de afuera, rótulos denominacionales; los creyentes son simplemente miembros de Kenisat Nur (Iglesia La Luz), o Kenisat Kalimat (Iglesia Palabra de Vida) de tal o cual ciudad. Creo que como obreros extranjeros nos toca respetar ese deseo. ¿Será que podremos, o nos traicionará finalmente nuestra arrogancia partidista?
Entre las agencias misioneras a veces pasa algo parecido: se tiene que reinventar la rueda, crear toda otra estructura de supervisión y apoyo, simplemente porque la agencia que ya tiene equipos trabajando en ese lugar, «no es nuestra, y al final ¿de quién serán los resultados?» ¡«Hermanos míos, esto no debe ser así»!37 La arrogancia partidista o denominacionalista (o étnica o clasista o nacionalista), como cualquier otra idolatría, conlleva grave peligro (como bien lo aprendió Nabucodonosor cuando se ufanaba de su bella Babilonia)38 pues estamos tratando con el Dios celoso, fuego con-sumidor,39 que resiste a los soberbios40 y que no dará su gloria a otro.41
¡Señor, envía a tu mies obreros humildes, temerosos de Ti y respetuosos de sus hermanos, de corazón amplio y mente abierta, deseosos de servir a Jesús junto con todos los que con un corazón limpio invocan al Señor!42
Padre, gracias por extendernos tu inmensa e inmerecida gracia, por hacernos parte de tus propósitos, de tu familia, de tu Reino. Santifícanos, ayúdanos a despojarnos de todos estos estorbos, de este peso y del pecado que nos impide entregarnos sin reservas a completar la carrera que Jesús nos trazó, envía de tu iglesia en Iberoamérica, muchos obreros, llamados por Ti, ungidos por tu Espíritu, y decididos a ser siervos por amor a Jesús, para llevar la luz del evangelio de la gloria de Cristo a aquellos pueblos que aun no han experimentado la bendición de conocerte como solo es posible en la hermosa faz de Jesucristo.  ¡Al que está sentado en el trono, y al Cordero sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos! Amen y amen!

TAREA-
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El autor, que utiliza pseudónimo, licenciado en Lenguas y Educación, es miembro fundador de la misión PM Internacional y ex director de Campos de la misma. Reside desde 1984 en el norte de África; está casado y tiene una hija. Su plenaria fue predicada ante dos mil asistentes al Tercer Congreso Misionero Iberoamericano COMIBAM 2006, celebrado en Granada, España, del 13 al 17 de noviembre de 2006, y puede ser bajada, como también las demás plenarias, del sitio: www.comibam.org. Dirección de contacto: antonioperalta7@gmail.com.



  • 1 Gá. 3.8, 14. 
  • 2 Is. 53.11. Me resulta interesante pensar que nosotros, los herederos modernos del padre de la fe, nos encontramos a igual distancia que él (dos mil años) de la encarnación, crucifixión y resurrección del Heredero de todas las cosas (Heb. 1.2); ¿será que ya llega la hora de que se complete el gran proyecto misionero que Dios anunció primero a Abraham? 
  • 3 Hch. 20.24. 
  • 4 Hay muchos ecos o paralelismos aquí con el sincretismo, comúnmente tildado de cristo-paganismo, que resultó de la evangelización a medias de muchos de los pueblos autóctonos latinoamericanos por parte de la iglesia católica romana.  
  • 5 Sal. 37.4. 
  • 6 Mal. 4.2. 
  • 7 Ro. 14.9. 
  • 8 Sal. 2.8. 
  • 9 Ro. 15.16. 
  • 10 Col. 1.16, 18. 
  • 11 2 Co. 4.4-5. 
  • 12 Ro. 14.8; 1 Co. 6.19-20. 
  • 13 Heb. 11.6, 8ss.; Stg. 2.14-26; Jn. 14.21-24. Es interesante notar en Nuevo Testamento varias expresiones con «obedecer» que hoy solemos usar con «aceptar» o «creer»: «obedecer a la fe», «obedecer al evangelio», «obedecer a la verdad» (Hch. 6.7; Ro. 1.5; 2.8; 10.16; 16.26; Gá. 3.1; 5.7; 2 Ts. 1.8; 1 P. 1.22; 4.17). No se puede creer, realmente, sin obedecer. 
  • 14 Ro. 4.19-21. 
  • 15 Heb. 11.13, 16. 
  • 16 Jn. 20.21. 
  • 17 Mc. 3.14. 
  • 18 Mt. 28.19-20. 
  • 19 Ro. 8.29. 
  • 20 Gá. 4.19. 
  • 21 Col. 1.28. 
  • 22 Jn. 13.35; 17.21. 
  • 23 Jn. 13.34; 1 Jn. 3.16; cf. Flp. 2.3-5. 
  • 24 Mt. 5.13-14. 
  • 25 Mt. 9.10-13; Lc. 15.1. 
  • 26 Mt. 5.16. 
  • 27 Hch. 10.38. 
  • 28 Ef. 2.10; 2 Ti.6.18; Tit. 2.14, 3.8. 
  • 29 Dt. 10.17; 2 Cr. 19.7; Lc. 20.21; Hch. 10.34-35; Ro. 2.11; Gá. 2.6; Ef. 6.9; Stg. 2.1; 1 P. 1.17. 
  • 30 Hch. 1.6-8. 
  • 31 Hch. 4.12; 17.30-31; Gá. 1.6-8; 2.14-16. 
  • 32 Jn. 3.16, 12.46; Hch. 13.39; Ro. 1.16; 10.4; 1 Jn. 5.1. 
  • 33 Jn. 18.36 (cf. Zac. 4.6; Mt. 26.52-53; 2 Co. 10.3-4). 
  • 34 Hch. 10.36. 
  • 35 Jos. 24.15; 1 R. 18.21. 
  • 36 Mt. 6:24. 
  • 37 Stg. 3.10. 
  • 38 Dn. 4.30-33. 
  • 39 Ex. 34.14; Dt.4.23-24. 
  • 40 Stg. 4.6; 1 P. 5.5. 
  • 41 Is. 42.8. 
  • 42 2 Ti. 2.22. 
  • 43 Heb. 12.1-2. 
  • 44 2 Co. 4.4, 6. 
  • 45 Ap. 5.13.