“El Reino de Dios, la escatología y la ética social en América Latina” Samuel Escobar
La prueba de fuego de la validez de toda reflexión teológica viene cuando ésta ha de concretarse en planteamientos al nivel de la ética. Una vez que se ha escuchado con claridad la Palabra de Dios para hoy, la tarea teológica es empezar a articular el camino de la obediencia.
Es en ese punto donde el pueblo de Dios decide si adoptará la difícil práctica de la verdad tanto como ha aplaudido la belleza y la lógica de la teoría, Y es en ese punto donde el protestantismo conservador (eso que en inglés llaman “evangelicalism”), que parece ser el que habla más alto dentro del protestantismo latinoamericano, muestra su flanco más débil. El mismo celo con que se lucha por la integridad del mensaje evangélico no se observa en el esfuerzo por articular una aplicación integral de ese mensaje a todas las áreas de la vida.
Hay momentos en que la práctica de la verdad de la Palabra de Dios significa para el pueblo de Dios la revisión y el cambio de prácticas y estructuras eclesiásticas, pastorales y misioneras. Práctica, revisión y cambio tienen que ver con obediencia, arrepentimiento y conversión, como bien lo demostraría un breve estudio etimológico. De allí su dificultad y de allí las resistencias: “dura es esta palabra, ¿quién la puede oír? Tanto Yoder como Miguez apuntan en sus trabajos del presente volumen a las demandas éticas que una visión renovada del reino nos imponen, y a las dificultades que encuentran entre nosotros para su aplicación.
Dos factores, entre otros, condicionan la resistencia a una reflexión valiente sobre las dimensiones éticas del evangelio en América Latina. Por un lado, la urgencia de la tarea evangelizadora y la misión entre las vastas masas paganizadas de nuestras repúblicas, ha llevado a algunos al delirio cuantitativo, hasta el punto de que consideran ocioso e innecesario todo esfuerzo de autocrítica de la iglesia a la luz de la Palabra. (.....)
El arraigo del constantinismo católico en nuestro continente y su cristalización en estructuras religioso - políticas, determinó el complejo curso de nuestra ruta histórica. En el mero de un aparato social de tal magnitud la teología se volvió un ejercicio escolástico e ideológico. Casi la única pertinencia que tenía para la realidad era la de explicar las raíces “naturales” del sistema y el “derecho divino” de los poderosos. Por fuerza la escatología devino únicamente fuente de consuelo, válvula de escape de las frustraciones de las masas. Como se ha señalado repetidamente, hasta se dio un proceso de neutralización del Cristo presentándolo sobretodo como figura vencida, sufriente, indefensa; frente a la cual sólo cabía la misma compasión sentimental con la que se tranquilizaba la conciencia dando limosna una vez por semana.
En este contexto aparece la presencia protestante, digamos mejor la presencia evangélica. Por fuerza toma un carácter polémico, una nota de abierto desafío al statu-quo. No está todavía claro el proceso de desarrollo teológico que acompaña la expansión evangélica en América Latina. Hay aquí una vasta investigación a la espera de un especialista consagrado. Digamos simplemente que, observados a cierta altura de su desarrollo, los grupos evangélicos que más se extienden en nuestras tierras adquieren un talante de protestantismo radical o anabautista. El protestantismo más respetable, el llamado “histórico”, se niega a emprender obra misionera en el seno de esta “cristiandad” establecida. Tal es el sentir de Edimburgo 1910, aquel gran primer cónclave ecuménico del siglo. Y sin embargo, el impulso misionero rompe el dique de esos escrúpulos teológico-políticos, y se lanza a la evangelización de estas tierras, partiendo a veces desde las filas mismas del protestantismo histórico. Llamo la atención de nuevo a este hecho por la significación que tiene para nuestra reflexión teológica.
Hemos hecho referencia a adquirir un talante anabautista. Con ello es necesario aclarar que aunque muchos evangélicos de América Latina tienen su origen en misiones que no eran anabautistas en doctrina u origen histórico, por su carácter de minoría dentro de una cristiandad establecida adquirieron una manera de ser semejante a la de los grupos de la llamada Reforma Radical del siglo XVI.
En el seno de una cristiandad nutrida más de lo político que de lo espiritual, los evangélicos afirmaron la naturaleza espiritual del reino de Dios. En el seno de un cristianismo constantiniano con “iglesia oficial”, los evangélicos afirmaron la absoluta separación entre el trono y el altar (o el púlpito). Su presencia en el seno de una cristiandad nominal era fruto del énfasis en la experiencia transformadora de la conversión personal y consciente, más que de la tradición bautismal. La manera de explicar esta presencia, se dirigió por fuerza a señalar la “caída” histórica de la Iglesia Romana. Es decir tenemos una serie de elementos teológicos que señalan a la tradición anabautista.
Tal vez debido a la toma de conciencia del post-constantinismo en la sociedad anglosajona y debido también a la aparición de un fermento revolucionario que alcanzó grados de intensidad inesperada en la segunda mitad de la década pasada, los ojos de los estudiosos se han vuelto de nuevo hoy en día hacia la llamada “ala radical” de la Reforma. Quien lee algunas de las muchas obras publicadas sobre el tema no puede dejar de notar las semejanzas entre los grupos anabautistas del siglo XVI y el protestantismo del primer momento en América Latina.
Fragmento de: “El Reino de Dios, la escatología y la ética social en América Latina” Samuel Escobar, en El Reino de Dios y América Latina, Casa Bautista de Publicaciones, René Padilla, editor, El Paso, 1975, pp. 127-156