lunes, 26 de junio de 2017

El Reino de Dios, la escatología y la ética social en América Latina / Samuel Escobar

“El Reino de Dios, la escatología y la ética social en América Latina” Samuel Escobar

La prueba de fuego de la validez de toda reflexión teológica viene cuando ésta ha de concretarse en planteamientos al nivel de la ética. Una vez que se ha escuchado con claridad la Palabra de Dios para hoy, la tarea teológica es empezar a articular el camino de la obediencia.

Es en ese punto donde el pueblo de Dios decide si adoptará la difícil práctica de la verdad tanto como ha aplaudido la belleza y la lógica de la teoría, Y es en ese punto donde el protestantismo conservador (eso que en inglés llaman “evangelicalism”), que parece ser el que habla más alto dentro del protestantismo latinoamericano, muestra su flanco más débil. El mismo celo con que se lucha por la integridad del mensaje evangélico no se observa en el esfuerzo por articular una aplicación integral de ese mensaje a todas las áreas de la vida.

Hay momentos en que la práctica de la verdad de la Palabra de Dios significa para el pueblo de Dios la revisión y el cambio de prácticas y estructuras eclesiásticas, pastorales y misioneras. Práctica, revisión y cambio tienen que ver con obediencia, arrepentimiento y conversión, como bien lo demostraría un breve estudio etimológico. De allí su dificultad y de allí las resistencias: “dura es esta palabra, ¿quién la puede oír? Tanto Yoder como Miguez apuntan en sus trabajos del presente volumen a las demandas éticas que una visión renovada del reino nos imponen, y a las dificultades que encuentran entre nosotros para su aplicación.

Dos factores, entre otros, condicionan la resistencia a una reflexión valiente sobre las dimensiones éticas del evangelio en América Latina. Por un lado, la urgencia de la tarea evangelizadora y la misión entre las vastas masas paganizadas de nuestras repúblicas, ha llevado a algunos al delirio cuantitativo,  hasta el punto de que consideran ocioso e innecesario todo esfuerzo de autocrítica de la iglesia a la luz de la Palabra. (.....)

El arraigo del constantinismo católico en nuestro continente y su cristalización en estructuras religioso - políticas, determinó el complejo curso de nuestra ruta histórica. En el mero de un aparato social de tal magnitud la teología se volvió un ejercicio escolástico e ideológico. Casi la única pertinencia que tenía para la realidad era la de explicar las raíces “naturales” del sistema y  el “derecho divino” de los poderosos. Por fuerza la escatología devino únicamente fuente de consuelo, válvula de escape de las frustraciones de las masas. Como se ha señalado repetidamente, hasta se dio un proceso de neutralización del Cristo presentándolo sobretodo como figura vencida, sufriente, indefensa; frente a la cual sólo cabía la misma compasión sentimental   con   la   que   se  tranquilizaba   la  conciencia   dando limosna una vez por semana.

En este contexto aparece la presencia protestante, digamos mejor la presencia evangélica. Por fuerza toma un carácter polémico, una nota de abierto desafío al statu-quo. No está todavía claro el proceso de desarrollo teológico que acompaña la expansión evangélica en América Latina. Hay aquí una vasta investigación a la espera de un especialista consagrado. Digamos simplemente que, observados a cierta altura de su desarrollo, los grupos evangélicos que más se extienden en nuestras tierras adquieren un talante de protestantismo radical o anabautista. El protestantismo más respetable, el llamado “histórico”, se niega a emprender obra misionera en el seno de esta “cristiandad” establecida. Tal es el sentir de Edimburgo 1910, aquel gran primer cónclave ecuménico del siglo. Y sin embargo, el impulso misionero rompe el dique de esos escrúpulos teológico-políticos, y se lanza a la evangelización de estas tierras, partiendo a veces desde las filas mismas del protestantismo histórico. Llamo la atención de nuevo a este hecho por la significación que tiene para nuestra reflexión teológica.

Hemos hecho referencia a adquirir un talante anabautista. Con ello es necesario aclarar que aunque muchos evangélicos de América Latina tienen su origen en misiones que no eran anabautistas en doctrina u origen histórico, por su carácter de minoría dentro de una cristiandad establecida adquirieron una manera de ser semejante a la de los grupos de la llamada Reforma Radical del siglo XVI. 

En el seno de una cristiandad nutrida más de lo político que de   lo   espiritual,   los   evangélicos   afirmaron   la   naturaleza espiritual del reino de Dios. En el seno de un cristianismo constantiniano con “iglesia oficial”, los evangélicos afirmaron la absoluta separación entre el trono y el altar (o el púlpito). Su presencia en el seno de una cristiandad nominal era fruto del énfasis en la experiencia transformadora de la conversión personal y consciente, más que de la tradición bautismal. La manera de explicar esta presencia, se dirigió por fuerza a señalar la “caída” histórica de la Iglesia Romana. Es decir tenemos una serie de elementos teológicos que señalan a la tradición anabautista.

Tal vez debido a la toma de conciencia del post-constantinismo en la sociedad anglosajona y debido también a la aparición de un fermento revolucionario que alcanzó grados de intensidad inesperada en la segunda mitad de la década pasada, los ojos de los estudiosos se han vuelto de nuevo hoy en día hacia la llamada “ala radical” de la Reforma. Quien lee algunas de las muchas obras publicadas sobre el tema no puede dejar de notar las semejanzas entre los grupos anabautistas del siglo XVI y el protestantismo del primer momento en América Latina.


Fragmento de: “El Reino de Dios, la escatología y la ética social en América Latina” Samuel Escobar,  en  El Reino de Dios y América Latina, Casa Bautista de Publicaciones, René Padilla, editor, El Paso, 1975, pp. 127-156



sábado, 17 de junio de 2017

Los valores del reino / Militantes para un mundo nuevo, Juan Driver

LOS VALORES DEL REINO (Mt. 5:1-20)

Jesús fue comisionado por Dios a ser su Mesías en el mundo. Pero la forma de su mesianismo no respondió a las expectaciones populares de la mayoría de los judíos de la época. Se orientó, más bien, en la visión de Isaías del Siervo de Yahvéh. Esto explica la descripción que Mateo da de su ministerio mesiánico. «...enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (4:23). Como hemos notado, en este contexto Mateo coloca su colección de las enseñanzas de Jesús. Es una especie de «discurso inaugural» en que el Mesías que anuncia la llegada del reino, anuncia también el espíritu que orienta, y los principios que caracterizan, el nuevo estilo de vida propia de los participantes del nuevo reino. El Sermón del Monte es un resumen fundamental de la manera en que la vida se ordena en la comunidad mesiánica. La organización de estas enseñanzas en un solo «sermón» es probablemente el resultado de la redacción literaria que Mateo les ha dado. El hecho que muchas de estas enseñanzas aparecen en distintos contextos en; “Lucas” parece confirmar esta hipótesis.

Aunque multitudes oyeron el mensaje y vieron las obras de Jesús, el sentido de Mt. 5: lb,2 parece indicar que los discípulos de Jesús fueron los que recibieron sus enseñanzas. Como se ha señalado, estas instrucciones se entienden mejor como ética para discípulos, ciudadanos del reino mesiánico que se inaugura con la presencia del Mesías.

El género literario que emplea el adjetivo «bienaventurados» era algo común en la antigüedad y un breve resumen de su uso nos podrá resultar útil en la comprensión de estas bienaventuranzas. En el griego clásico generalmente el adjetivo, «bienaventurado», se reservaba para describir a los dioses o para designar felicidades humanas en aforismos populares. Este uso también penetró en el judaísmo de la época de Jesús. Pero en los Salmos, donde el uso del término es bastante común, esta bienaventuranza se distingue del uso griego. En los Salmos, la bienaventuranza se basa en la confianza personal en Dios y en el acatamiento a sus preceptos.

En los Evangelios de Mateo y Lucas también aparecen una serie de bienaventuranzas y sus contextos nos ayudarán a interpretar su significado. (Ver Mt. 11:6 y Lc. 7:23; Mt. 13:16 y Lc. 10:23; Mt. 16:17; Mt. 24:46 y Lc. 12:37,38,43; Lc. 1:45; 11:27,28; 14:14,15). En estas bienaventuranzas se destacan cuatro orientaciones fundamentales. 

  1.  Sin excepciones, describen una dicha que tiene su fuente en la presencia y actividad de Jesús; son bienaventuranzas cristocéntricas. 
  2.  Esta dicha está relacionada con la participación en un reino escatólogico —una dicha ya presente, pero que llegará a una manifestación definitiva en el reino futuro. 
  3.  Esta dicha está declarada, prometida y comunicada al mismo tiempo por Jesús a los que le oyen y obedecen con fe a pesar de la dura realidad de las desgracias presentes. Es en cierto sentido una dicha paradójica.
  4.   Esta dicha tiene un carácter cósmico. Finalmente, no es la creación como tal, sino la creación restaurada por Cristo, lo que constituye la dicha del discípulo.


A menudo en la Iglesia estas bienaventuranzas han sido malentendidas. A veces se ha pensado en ellas en términos legalistas de deber y recompensa: Ser pobre en espíritu a fin de participar en el reino de los cielos; ser mansos a fin de recibir la tierra por heredad; ser misericordiosos a fin de alcanzar misericordia, etc. Las bienaventuranzas no son cosas que uno puede ponerse a hacer mediante un sencillo acto de la voluntad. Otras veces se las ha concebido como virtudes opcionales para cristianos (o como «consejos de perfección» que un élite será capaz de cumplir):  Uno será manso porque la mansedumbre es su don, o porque se dedica a serlo con voluntad férrea; otro será misericordioso; otro será pacificador; etcétera. ¡Cómo si hubiera niveles de discipulado! ¡Cómo si el discípulo estuviera en posición de discutir las condiciones de su discipulado con su Señor! ¡No! Son más bien características del estilo de vida propia del reino y se espera que todos los miembros de la comunidad mesiánica reflejen todas estas características en su vivir diario por la gracia de Dios y por el poder de Su Espíritu Santo derramado sobre todos los hijos de Dios en la era mesiánica. 

Bienaventurados o dichosos son todos aquellos que participan por la gracia de Dios de la nueva vida del reino mesiánico anticipando la llegada del reino futuro en toda su plenitud. ¡Dichosos por el destino que les corresponde a los hijos de Dios! ¡Dichosos porque este estilo de vida representa la intención de Dios para la humanidad! ¡Dichosos porque aunque se tenga que vivir en medio de contratiempos y persecución se anticipa la creación restaurada por Cristo!

Estas bienaventuranzas se encarnan, sobre todo, en la persona de Jesucristo. Era más que evidente en la comunidad apostólica que todas estas características del reino se manifestaban con una claridad jamás imaginada en Jesús de Nazaret. El que anuncia que el reino de Dios es como un don para los pobres, es a la vez, pobre y humilde. Los apóstoles velan en Jesús aquel «que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza  fueseis enriquecidos»  (II Cor. 8:9). Jesús es el «manso y humilde» sin igual en quien se halla .  descanso (Mt. 11:28). La justicia que Jesús trae es la del reino de Dios que ofrece salvación y vida a los perdidos. Y en la Iglesia apostólica se reconocía que la «causa de Cristo» y la «causa de la justicia» eran una misma cosa (Mt. 5:10,11). En la figura de Jesús se reconoce al «Hijo de David» que es misericordioso, pues cura a los enfermos, ayuda a los perdidos y se ofrece a el mismo como «limosna» (misericordia) a los pobres de la tierra (Mt. 9:27; 15:22; 20:30,31). En Jesús se reconoce una integridad de todo su ser que le da autoridad para denunciar las hipocresías de los ritos que a fin de cuentas no purifican al hombre (Mt. 23). La comunidad primitiva veía en Jesús la personificación de la paz mesiánica, del   “shalom” de Dios. Jesús es el que otorga esta paz sin igual (Jn. 14:27). Paz que se establece por medio de la «guerra del Cordero» (Mt. 10:34; Apoc. 12:11; 17:14). 

Y sobre todo, la Iglesia apostólica percibió en Jesús el modelo del sufrimiento sacrificial. Tanto fue así que la cruz, símbolo supremo de la oposición ofrecida por los poderes de este presente siglo malo, llegó a ser céntrica en su comprensión de la obra salvadora de Dios en Jesucristo. La dicha del sufrimiento a favor de los pobres, los tristes, los cautivos, los ciegos y los oprimidos, vislumbrada en los cánticos de Isaías, ha hallado su manifestación más plena en la persona de Jesús. Y por esto los apóstoles señalaban a Jesús como modelo a seguir en el sufrimiento (I Ped. 2:21-24).

Lejos de representar una visión idealista, y un tanto utópica, de la sociedad, las bienaventuranzas describen la persona humana de Jesús de Nazaret en forma realista y concreta, y no sólo a Jesús, sino también a la comunidad de sus seguidores que respondieron con fe y obediencia a su llamado de gracia.


Tomado de:
Militantes para un mundo nuevo, Juan Driver. EEE

II. La Interpretación del Sermón del Monte / A. Los valores del reino, pág. 47 al 51.