martes, 23 de agosto de 2016

¿Qué es el Evangelio? / Juan Driver

¿Qué es el Evangelio?

Fragmento de: Juan Driver. “Comunidad y Compromiso. Estudios sobre la renovación de la Iglesia”. iBooks. 

Aunque los términos "evangelio” y “evangelizar" se han usado con gran frecuencia en la Iglesia, su significado no ha sido siempre muy claro. "Evangelio" generalmente se ha empleado para referirse a la invitación dirigida al individuo para que acepte el perdón de sus ресаdos. Y "evangelizar" ha significado dar a conocer esta invitación. Aunque este uso puede justificarse, sin duda, no representaba el significado primario de la palabra de acuerdo con su uso en el Nuevo Testamento. Originalmente el término no fue ni religioso ni personal, sino secular y colectivo. Se trataba sencillamente de una buena noticia. Pero "evangelio" no era una nueva información cualquiera, sino una noticia importante de la cual podía depender el destino de una ciudad o de una nación. Era la noticia de la victoria en una batalla decisiva aseguraba la libertad de un pueblo, o el anuncio del nacimiento de un hijo al rey que aseguraba continuidad del linaje real. En su uso primario en el Nuevo Testamento este es precisamente el sentido en que el término se emplea. El Evangelio es la buena noticia respecto al Reino de Dios que está por establecerse entre los hombres.

Este Reino que se acerca es trascendental. Tanto lo es, que Juan el Bautista insiste que nada menos que un "arrepentimiento" es necesario para poder participar de él. El "arrepentimiento" tiene que ver con el espíritu y la mente. Implica una conversión o un viraje del espíritu. A veces se lo define como un cambio radical de actitud. Pero el arrepentimiento neotestamentario implica más que un mero cambio de actitud: envuelve también prácticas sociales. Juan el Bautista advertía que arrepentirse incluía producir los frutos correspondientes. En el caso de la gente corriente implicaba compartir sus bienes con los necesitados. Para los cobradores de impuestos incluía ser honrados. Para los soldados significaba tratar a la gente con consideración y ser menos violentos (Lc. 3:10-14).

Tanto Juan el Bautista como Jesús traían este mensaje: “Arrepentíos, porque el Reino de los Cielos se ha acercado" (Mt. 3:2; 4:17). En seguida Mateo nos informa que este mensaje del Reino de los Cielos es el Evangelio (4:23). Pero, ¿cómo se realiza este Reino? La lucha de Jesús en sus tentaciones fue básicamente con esta pregunta y sus posibles respuestas. Primeramente Jesús fue tentado a ser un Mesías económico, pero rechazó esta opción porque las necesidades del hombre son mayores (Mt. 4:3,4; cf. Jn. 6:15). También fue tentado a llegar a ser Mesías a través de un político-religioso de índole milagrosa, pero eso no estaba en armonía con la naturaleza de Dios (4:5-7; cf. Mt. 21:12-17; Jn. 2:17). Finalmente, fue tentado a ser un Mesías con poder político, opción ésta que rechazó porque implicaba concesiones satánicas en lugar de confianza en Dios (4:8-10; cf. Mt. 26:52,53). Estos todos aspectos de las esperanzas mesiánicas nacionalistas compartidas por una buena parte del pueblo judío del primer siglo. Aparentemente los discípulos mismos participaban de esta visión nacionalista, pues hasta el final siguieron preguntando a Jesús si él habría de restaurar el reino a Israel en su tiempo (Hch. 1:6).

Pero la estrategia de Jesús era otra. En lugar de dejarse colocar dentro de uno de los moldes mesiánicos de su tiempo, entendía que la voluntad de su Padre era distinta. En el momento de su bautismo ocurrieron dos cosas de importancia trascendental. Primero, vino el Espíritu Santo sobre él, en lo que parece ser un preludio de la Nueva Creación (cf. Gn. 1:2), ungiéndole para su misión mesiánica. (Es claro que en la Iglesia primitiva se entendía de esta manera según sugiere Hechos 10:36-38). Y, segundo, las palabras que se oyeron del cielo designaron a Jesús como el verdadero Siervo anunciado por Isaías (42:1). A la luz de esto es interesante notar los dos pasos que toma a continuación.

Primeramente comienza a recorrer Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mt. 4:23). Esta es una actividad mesiánica, pero ya no según las esperanzas políticas nacionales de una buena parte del pueblo judío, sino de acuerdo con la visión del "siervo sufriente” de los cantos de Isaías (42: 1-9; 49:1-6; 50:4-11; 52: 13-53:12). Esta, sin duda, es la manera en que se debe entender su ministerio de sanidad (Mt. 8:17, Hch. 10:38).

La segunda cosa que Jesús hace es invitar a los hombres para que dejen voluntariamente sus ocupaciones y le sigan. El número de sus seguidores llega a doce, lo cual no es un accidente circunstancial, pues éstos representan a las doce tribus de Israel en la nueva comunidad mesiánica que se constituye.

En este contexto Mateo coloca el Sermón del Monte. Es un resumen en que Jesús expone el nuevo espíritu que caracteriza la vida en la nueva comunidad. Es una especie de discurso inaugural que presenta el programa y la política del nuevo régimen.

  1. Comienza con una descripción de los ciudadanos de este Reino señalando cuál es el espíritu básico que anima su vida (5:3-16).
  2. Luego sigue una sección que trata el asunto de las relaciones humanas en el Reino. Entre los problemas considerados están la ira, las relaciones sexuales ilícitas, la mentira, la venganza y el odio hacia el enemigo (5:17-48).
  3. Después trata cuestiones que tienen que ver con las relaciones de los ciudadanos del Reino con Su Rey. Incluye advertencias sobre el espíritu que debe inspirar sus prácticas religiosas (6: 1-6, 16-18); un modelo de oración (6:7-15); y la actitud de desprendimiento que en el Reino se tiene hacia la propiedad (6:19-34).
  4. Finalmente incluye una serie de consejos en cuanto a las relaciones interpersonales en el Reino (7:1-12) y una advertencia relativa a la seriedad con que hay que tomar el "programa del Reino" y los peligros que se presentarán sobre la marcha (7:13-27).


Impresiona lo exigente de este programa. Es imposible desde una perspectiva humana. Pero es una posibilidad en el Reino, puesto que el mismo Señor que fue ungido con "el Espíritu Santo y con Poder" (Hch. 10:38; cf. Mt 4:16) es el que "bautiza con el Espíritu Santo" (Jn. 1:33), capacitando a hombres y mujeres a vivir la vida del Reino de Dios. Precisamente en el contexto de las enseñanzas que hallamos en la colección del Sermón del Monte Jesús promete que "el Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que Se lo pidan” (Lc. 11:13). Para vivir la vida del Reino de Dios se precisa el Espíritu del Rey de ese Reino. En otras palabras, es imposible vivir la vida de Cristo sin el Espíritu de Cristo.

Volvemos ahora a la pregunta: ¿qué es el evangelio? De acuerdo con Jesús, que vino proclamando "el Evangelio del Reino", todo esto es evangelio: el anuncio del Reino que viene, la invitación a arrepentirse y formar parte del nuevo pueblo de Dios bajo el señorío de Cristo, el espíritu y la forma con que se vive en esta comunidad y, finalmente, el poder del Espíritu de Cristo para vivir esta nueva vida.

La primera parte de Mateo no es el único lugar donde hallamos este énfasis en el Evangelio del Reino. No siempre se nota que el libro de Los Hechos comienza y termina con el Reino de Dios. Lucas informa que éste fue el tema de las conversaciones de Jesús con sus discípulos durante los cuarenta días después de su resurrección (Hch. 1:3). Y cuando Pablo finalmente llega a Roma, pasa dos años "predicando el Reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo" (28:31). Alguien ha señalado que Jesús proclamaba el Reino pero los apóstoles predicaban a Cristo. Pero es solamente parte de la verdad, ya que predicar a Jesús es proclamar el Reino, puesto que él es Señor. De modo que aun cuando el tema de la predicación de los apóstoles es Cristo, sigue siendo el Evangelio del Reino.

Los Doce fueron enviados con el mismo mensaje que Jesús proclamó: “Y yendo predicad, diciendo: el Reino de los Cielos se ha acercado" (Mt 10:7). Les dio también poder y autoridad sobre demonios, enfermedades y dolencias, de modo que su misión, al igual que la de su Señor, está tomada del patrón del Siervo Sufriente. Lucas identifica esta actividad misionera en términos de "evangelio": “Anunciando el Evangelio y sanando por todas partes” (Lc. 9:6). Y la misión de los Setenta sigue el mismo patrón: un estilo de vida consecuente con el nuevo pueblo de Dios (no resistencia y desprendimiento de bienes), sanidades al estilo del Siervo de Yahweh, y el anuncio del Reino de Dios que se acerca (Lc. 10:1-12).

La tendencia de la Iglesia ha sido entender el Evangelio de otra manera. Generalmente se da por sentado que el mensaje central de evangelización es la buena noticia de algo gratuito donde las preguntas y las demandas son mínimas. Se habla del perdón, amor y paz en el alma, y de tratar de Seguir a Jesús. La parte difícil viene después, y se llama "crecimiento cristiano” o "santificación", pero este es otro paso aparte. A veces incluso se dice que aunque el hombre es salvado por la gracia de Dios, seguirá siendo pecador. Estas definiciones se las debemos a Martín Lutero (para mencionar tan solamente a uno entre muchos), o más todavía, a nuestras propias inclinaciones pecaminosas. Como hemos notado ya, de acuerdo con Jesús, todo es Evangelio.

Conclusión

Hemos notado brevemente el ejemplo del espíritu misionero de la Iglesia apostólica expresado en la calidad de su vida, así como en su testimonio verbal respecto a aquello que ocurría en su medio. Hemos descrito algo del significado que Jesús dio, a través de su vida y enseñanzas, al vocablo "evangelio". Finalmente, hemos notado una dimensión radical de la Gran Comisión que muchas veces se le ha escapado a la Iglesia. Para concluir hacemos la siguiente pregunta: ¿qué implicancias tiene esta manera de entender la tarea misionera para la Iglesia?

  • 1. Hace falta experimentar de nuevo que el Evangelio es contemporáneo. Cuando la Iglesia es la comunidad donde Cristo es Señor, donde la vida propia del Reino ya se manifiesta, donde las obras propias de un Siervo conducen a la sanidad (salvación) entre “los hombres necesitados, donde se derrumban las barreras de toda clase y se crea una comunidad auténtica, entonces se sabe que Cristo reina y que su Espíritu vive y obra en su comunidad. El testimonio evangelizador consistirá en interpretar los hechos maravillosos de Dios en su medio.
  • 2. La tarea central de la evangelización es formar comunidades de discípulos. Evangelizar no es simplemente salvar a individuos del infierno para que puedan ir al cielo. Tampoco es invitarlos a arrepentirse para que luego luchen a solas a fin de ser fieles a su confesión de que Jesús es Señor. La tarea básica de la evangelización es, más bien, llamar a individuos al arrepentimiento, e invitarles a que entren a formar parte de la comunidad del pueblo de Dios que anticipa, aquí y ahora, en la tierra, el Reino de Dios que vendrá finalmente en toda su plenitud.


Recordemos que el Evangelio es la buena noticia de Jesús el Cristo que invita a los hombres a entrar en una nueva vida de amor y obediencia, en el contexto de la comunidad del Reino que, aquí en la tierra, anticipa el reinado último de Dios sobre el cosmos.


Fragmento de: Juan Driver. “Comunidad y Compromiso. Estudios sobre la renovación de la Iglesia”. iBooks. 

miércoles, 17 de agosto de 2016

Una Comunidad de Perdón / Juan Driver

UNA COMUNIDAD DE PERDÓN

La Iglesia no es simplemente una asamblea de individuos reunidos alrededor de una experiencia común de perdón personal recibido directamente de Dios. Tampoco es meramente una comunidad funcional organizada con el propósito de cumplir de la manera más eficiente ciertas tareas definidas. La Iglesia es también una comunidad en la cual las personas perdonan y experimentan el perdón.

A través de estas relaciones Dios hace visible su perdón en medio del mundo. En esta luz se descubre el verdadero significado de la disciplina evangélica. Evangelizar es fundamentalmente invitar al discipulado en el contexto de una comunidad de discípulos. La disciplina se practica en la Iglesia con el propósito de ayudar al hermano a vivir su vida de discípulo a la altura de sus mejores intenciones. No es más ni menos que una continuación necesaria del proceso evangelizador llevado a cabo dentro de una comunidad de perdón.


El perdón en el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento hay una preocupación central de que el perdón que predica la Iglesia se realice en tiempos y lugares específicos y en relaciones entre personas particulares. El perdón tiene que hacerse carne entre hombres que necesitan reconciliarse mutuamente y con Dios.

Tenemos, por supuesto, los pasajes que hablan de "atar y desatar" (Mt, 18:15-20 y 16:18-20). Estos son los únicos lugares en los Evangelios donde el término "iglesia” aparece en boca de Jesús, cosa que da a entender que la Iglesia es fundamentalmente definida como la comunidad en la cual se ata y se desata. (El paralelo en Juan 20:21-23 habla de "remitir" y "retener" pecados.) Y donde este proceso no ocurre, la Iglesia no está presente en forma plena. Los mismos pasajes señalan que en esta acción la Iglesia actúa en representación de Dios. Esta es la única situación en que la Iglesia está autorizada explícitamente a actuar en nombre de Dios.

No siempre se nota que la regla de Cristo (Mt. 18: 15-20) está colocada en el contexto de un capítulo que habla del perdón, como muestra el siguiente bosquejo del pasaje:

  • La necesidad del arrepentimiento y de la sencillez como condiciones para recibir el perdón (vv. 1-4).
  • La necesidad de evitar las ofensas que ocasionan la caída de un hermano (vv. 5-11).
  • La preocupación de Dios de que todos experimenten el perdón (vv. 12-14).
  • La regla de Cristo (vv. 15-20).
  • La necesidad de perdonar sin límites (vv. 21-22).
  • La parábola de los dos deudores, que enseña la necesidad de perdonar para ser perdonados (vv. 23-25).

Varios de estos elementos se hallan también en el pasaje paralelo en Lucas 17: 1-4.

La única petición en el Padrenuestro que está condicionada es la del perdón: “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt. 6:12). Es también la única frase en el Padrenuestro que requiere un comentario más extenso, enfatizando otra vez que el perdón de Dios se limita a aquellos que perdonan a sus hermanos. Esta condición se repite en varios pasajes (Mt. 18:35; Mt. 11:25; Ef. 4:32 y Co. 3:13). Quien no perdona a su hermano sus ofensas, no solamente que es incapaz de recibir el perdón que Dios ofrece sino que tampoco puede ofrecer a Dios un acto válido de culto (Mt. 5:23, 24).

Las mismas instrucciones sobre el perdón en la comunidad, dadas en Mateo 18:15-20. reiteradas en las Epístolas. "Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo" (Gá. 6:1, 2). "Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Stg. 5:19, 20). (Evidentemente la última frase es una cita de Proverbios 10:12: "el amor cubre todas las faltas".) Véase también 2 Timoteo 2:24,25.

Finalmente, debemos notar que, en el contexto de esta actividad perdonadora de la Iglesia, Cristo (o el Espíritu Santo) está presente cuando los hombres se reúnen en su nombre. Entre los "dos o tres congregados” para este propósito Cristo mismo estará presente (Mt. 18:19, 20). Para poder ejercer la función de "remitir" y “retener" los pecados Cristo dio el Espíritu Santo a sus discípulos (Jn. 20:22, 23). Los pasajes en Juan 14:26 y 16:12-14 señalan también que la Iglesia contará con la presencia del Espíritu en el proceso comunitario de discernimiento que siempre será parte de su "atar y desatar". El tema del perdón subraya el hecho de que no se trata de un asunto de importancia secundaria o una actividad marginal en la Iglesia.


La disciplina evangélica comunitaria

El Nuevo Testamento no usa el término "disciplina", por supuesto, para referirse a las preocupaciones morales que comparten los miembros de la comunidad. Usamos la palabra aquí, no con su significado común (con todas las acumulaciones de matices adquiridos en el ejercicio de la disciplina eclesiástica a través de los siglos), sino para referirnos a aquello que en el Nuevo Testamento se llama "atar y desatar". Aparentemente estos términos eran perfectamente claros para los oyentes de Jesús en el primer siglo, pero nosotros en el siglo XX necesitamos una "traducción".

“Atar” significaba "no perdonar, “excluir de la comunión, “retener" (los pecados). "Desatar” significaba "absolver", “perdonar, “remitir” (los pecados). Este significado de "atar y desatar” se nota claramente cuando se leen los pasajes paralelos  en Lucas 17:3 y Juan 20:23, al igual que el contexto general del capítulo 18 de Mateo.

Pero "atar y desatar” tenían también otro significado más. "Atar” significaba "prohibir", “hacer obligatorio", “mandar" (alguna acción ética). "Desatar" significaba "permitir", “dejar en libertad” (ante varias opciones éticas). Tal era el sentido en que estos términos se usaban entre los rabinos judíos en la época de Jesús. En sus interprétaciones de la Ley de Israel ellos "ataban" o "desataban” (es decir, prohibían o permitían) de acuerdo con la naturaleza de cada caso. De paso, notamos que al usar estos términos, cuyo sentido estaba fijado por su uso rabínico, Jesús de hecho estaba otorgando a sus discípulos la autoridad que hasta entonces había sido prerrogativa de los grandes maestros de Israel. El pasaje paralelo en Mateo 16:19 enfatiza esta dimensión del significado.

Ambos significados están presentes en Mateo 18:15-20. La cuestión del perdón es el tema principal de los vv. 15-17 donde se emplea la segunda persona singular para describir el trato personal con el hermano. Pero en los vv. 18-20 se trata la cuestión de discernimiento moral. El uso del plural en estos versículos sugiere que la autorización para tomar decisiones éticas en la Iglesia posiblemente tenga alcances más amplios que el caso inmediato de la disciplina. Aunque podrían parecer dos temas distintos, son, en realidad, dos actividades estrechamente relacionadas en la vida de la comunidad.

El proceso de perdonar, en efecto, presupone una base común de decisiones éticas reconocida por ambas partes, que permite que la una evalúe la "ofensa" de la otra a la luz de normas éticas compartidas por las dos. Ambas partes reconocen las normas por las cuales se identifica el pecado. Las conversaciones que se llevan a cabo entre los hermanos a fin de restaurar al que ha pecado, son la mejor forma de probar, clarificar y luego confirmar o cambiar, si fuera necesario, las normas éticas de la comunidad. El resultado de este proceso, sea que se confirmen o que se cambien las normas que guían la vida moral de la comunidad, será una experiencia de discernimiento de la voluntad de Dios y facilitará la reconciliación personal entre los hermanos.

De modo que el perdón y el discernimiento moral no son realmente significados distintos de "atar y desatar", sino los dos lados de la misma moneda. La disciplina evangélica incluye tanto el aspecto personal del perdón y restauración como el proceso de discernimiento moral o la toma de decisiones éticas en la comunidad. La disciplina sin discernimiento comunitario se vuelve legalista, inflexible, mecánica. El discernimiento moral sin dimensión personal de perdón y restauración, se vuelve frío, impersonal y académico.

De acuerdo con los pasajes del Nuevo Testamento que ya se han señalado, el propósito de la disciplina evangélica es siempre la reconciliación. Desde luego, este propósito debe determinar las formas que toma el ejercicio de la disciplina, al igual que sus intenciones.

1. El camino hacia la reconciliación es personal y ha de tomarse en el espíritu de mansedumbre (Gá. 6: 1, 2). Lo importante en las instrucciones en Mateo 18 no es que haya siempre tres pasos, sino que los primeros pasos siempre sean personales: "estando tú y él solos” (v. 15) o "de dos o tres” (v. 16). El cumplimiento de este procedimiento eliminará la posibilidad de chismes o murmuraciones en la congregación. Además de asegurar relaciones directas y confidenciales entre hermanos, esta manera de proceder protege contra el peligro de moralismo abstracto y puritano. En conversación seria y fraterna se conocerá la voluntad del Señor para sus discípulos. Una norma o regla incapaz de sobrevivir esta clase de confrontación ya no responde a las necesidades de la Iglesia. Por otra parte, esta manera de ejercer disciplina evita los peligros de una ética de tipo "situacional" (que sencillamente deja a cada individuo en completa libertad para tomar sus propias decisiones éticas), pues el hermano, en último caso, tiene la obligación de responder ante la comunidad por su acción moral. La disciplina evangélica es suficientemente flexible para tomar cada caso en su contexto sin volverse permisiva.

2. En consonancia con la naturaleza comunitaria de la Iglesia, toda la hermandad comparte la responsabilidad en el ejercicio de la disciplina evangélica. La iniciativa le corresponde a cualquiera que está consciente de la ofensa (v. 15). Las palabras "contra ti" no se encuentran en los mejores manuscritos del Nuevo Testamento y tampoco hallamos esta limitación en Lucas 17:3 (según el texto griego), Gálatas 6:1, 2 y Santiago 5:19, 20. Es la obligación de hermano, y no el sentimiento de haber sido ofendido, lo que lleva a un miembro de la comunidad a acercarse al que ha pecado. Por otra parte, Mateo 5:23-25 asigna la misma responsabilidad a la persona que ha cometido la ofensa tan pronto como se dé cuenta de ello. Tomar la iniciativa para la restauración de sanas relaciones interpersonales en la comunidad es la responsabilidad de todos: del ofensor, del ofendido y de todo tercero que tenga conocimiento de la ofensa. No hay indicaciones en el Nuevo Testamento de que esta responsabilidad corresponda particularmente a los "ministros". Puede darse por sentado que un líder congregacional esté interesado en el ejercicio apropiado de disciplina fraterna. Pero concebir al anciano, pastor, maestro o diácono como el que normal o exclusivamente ejerce la disciplina en la Iglesia parece ser contrario al espíritu del Nuevo Testamento.

3. La restauración y la reconciliación son los únicos propósitos legítimos para la disciplina evangélica. A veces se habla de (1) preocuparse por la pureza de la Iglesia; (2) proteger la reputación de la Iglesia ante el mundo que la rodea; (3) dar testimonio de las demandas de la justicia de Dios; (4) salvaguardar a la Iglesia contra la relativización o pérdida de normas de conducta cristiana, etc. Aunque estas preocupaciones pueden ser reales, son secundarias. Es notable que el Nuevo Testamento no las enfatiza. Mientras que a la Iglesia le preocupa mantener su imagen, el Nuevo Testamento habla en términos de perdón personal compartido. Hay un sentido, sin embargo, en que el pecado de un miembro se convierte en "levadura" que afecta a todos (1 Co. 5:6). La desobediencia persistente de individuos en la Iglesia llega a ser una especie de culpa colectiva compartida por todo el cuerpo. A menos que yo sea agente de su restauración, él podrá ser agente de nuestra culpa colectiva.


La autoridad para la disciplina

Si tomamos en Serio el Nuevo Testamento tenemos que reconocer que la autoridad dada a la Iglesia es paralela a la autoridad de Cristo mismo. Jesús escandalizaba a los judíos por la manera en que reclamaba una relación única con el Padre. Sin embargo, Jesús dijo a sus discípulos: Como me envió el Padre, así también yo os envío(Jn. 20:21). Pero aún más ofensiva para los judíos era la intención de Jesús de perdonar los pecados (Mr. 2:; Lc. :48-50). Sin embargo, esta es precisamente la tarea que él encargó a sus discípulos. Les otorgó a ellos (y por lo tanto también a nosotros) el mismo poder de perdonar que él había reclamado para sí mismo.

Este es el escándalo que sacudió a los fariseos y que también nos sacude a los protestantes en la medida en que comprendemos sus alcances. Reaccionando contra los abusos de la práctica penitencial católico-romana, los protestantes por siglos hemos señalado que "sólo Dios puede perdonar" y que el creyente recibe seguridad de perdón, no de otro hombre, sino de Dios, en lo profundo de su corazón. La orientación de este largo debate entre catolico-romanos y protestantes nos ha hecho muy difícil concebir y creer que Dios realmente puede autorizar al hombre para que tome decisiones en términos de "perdón" y “prohibición", decisiones éstas que serán honradas por Dios en el Cielo.

Lo que era el "escándalo cristológico" para los judíos (que Dios perdone a los hombres a través del hombre Jesús) se convierte en "escándalo eclesiológico"para nosotros: que Dios perdona a los hombres a través de su comunidad. La encarnación siempre incluye un escándalo: que Dios ha escogido para obrar entre los hombres al carpintero de Nazaret, quien a su vez comisionó a un grupo de hombres corrientes, ex-pescadores y cobradores de impuestos, para perdonar pecados.

Para esta actividad la Iglesia recibe el poder del Espíritu Santo. Juan 20:21-23 relaciona directamente el impartimiento del Espíritu Santo con la comisión de perdonar. A fin de tomar decisiones morales la Iglesia cuenta con la presencia del Espíritu Santo. Este la guía a toda la verdad y trae a la memoria de los creyentes las enseñanzas de Jesús que no han comprendido hasta el momento (Jn 14:26; 16:12-14). En realidad a juzgar por el énfasis que recibe en el Nuevo Testamento, parece que la obra fundamental del Espíritu Santo es guiar a la Iglesia en el proceso de discernimiento moral. La profecía, el testimonio, la convicción interior, y el poder para obedecer son todos aspectos importantes pero subordinados de esa obra.

La promesa de la presencia de Cristo "donde estén dos o tres congregados en mi nombre” se entiende a menudo en el protestantismo moderno en el sentido de la eficacia en la oración, o en el sentido de la presencia espiritual de Cristo en medio de la congregación Pero de acuerdo con Su contexto origina en Mateo 18:19-20, la presencia metida para el autorizado proceso de discernimiento moral. No por accidente en Mateo 16 la comisión de "atar y desatar” sigue inmediatamente después de la primera confesión de Jesús como e Cristo (el Mesías). Esta confesión es la base de la autoridad que Cristo otorgó a su Iglesia. La autorización es el sello de aprobación divina conferida en base a esta confesión. La Iglesia es la comunidad que reconoce a Jesús como Cristo y Señor. Por lo tanto, en ella están autorizados para darse unos a otros palabras de consejo moral y de perdón en nombre de Dios.


Deformaciones y malentendidos

La esencia radical del concepto neotestamentario de la disciplina no se aprecia muchas veces debido a las deformaciones y malentendidos acumulados a través de la historia de la Iglesia. Las limitaciones de espacio permitirán incluir aquí solamente algunas consecuencias prácticas:

1. A veces uno se abstiene de intervenir en la lucha del hermano contra la tentación alegando "respeto por las diferencias personales", "aceptación" o "amor” para el hermano. Hay un elemento de verdad en esta preocupación у sería comprensible si la única alternativa fuera una disciplina tradicional puritana. Pero abandonar al hermano en sus luchas, su culpa, su incertidumbre y sus equivocaciones no es amor fraternal en ningún sentido del término. En la comunidad de Cristo el amor nunca abandona al hermano en sus debilidades.

2. A veces se oye la excusa de una falsa modestia: "¿Quién soy yo para decir que mi hermano ha pecado? ¡Yo también soy pecador!" A veces se usa el ejemplo de la "paja" y la "viga" para justificar la no intervención en los problemas del hermano. Pero la conclusión a que llega Jesús es la contraria. Si tienes una viga en tu ojo, sácala, a fin de poder bien para sacar la paja del ojo de tu hermano (Mt. 7:3-5). Si bien es cierto que todos somos pecadores, Jesús no basa nuestro deber en perdonar en nuestra falta de pecado. Nos dice explícitamente que los que hemos experimentado el perdón  somos los llamados a perdonar (Mt. 6: 12, etc.).

3. También se oye la excusa de la "madurez". “Si el hermano ha pecado, no ha sido una ofensa contra mí. Mi estabilidad emocional me permite perdonar y olvidar sin ocupar ni al hermano ni a la congregación.” Desde luego, esta excusa está basada en una interpretación inadecuada de las palabras "si tu hermano peca contra ti". Pablo nos recuerda que precisamente los hermanos maduros (espirituales) son los que deben tomar la iniciativa para restaurar al que peca (Gá. 6:1,2).

4. Finalmente, se busca excusa ante la posibilidad de que, en el caso de que el hermano se resista a la restauración haya que tenerle por "gentil" y "publicano". El espíritu moderno se rebela ante esta clase de exclusividad. Pero esta objeción surge de un malentendido de lo que significa la frase "tenlo por gentil y publicano" (Mt. 18:17). En el espíritu del Nuevo Testamento, significa considerar a tal persona como objeto de evangelización: se ha de manifestar hacia él el mismo amor y solicitud que se le manifestaba antes de que reconociera a Cristo como Señor. Lejos de ser punitiva, es la única actitud responsable y evangélica que puede tomarse hacia un hermano que dice "no” al señorío de Cristo.


Conclusión

Hemos bosquejado algo de lo que significa ser una comunidad de perdón de acuerdo con la visión de Jesús. Pero esta visión se ha deformado con mucha facilidad en la historia de la Iglesia. El precio que se ha pagado por descuidar esta función esencial de la Iglesia es incalculable. Nuestra desobediencia implica que no somos la Iglesia donde el Espíritu Santo obra tal como fue prometido. Nuestra vida de congregación se vuelve formal y su verdadero significado llega a ser ilusorio. Más y más sentimos que lo que hacemos al reunirnos carece de sentido. No tocamos lo que realmente más importa cuando nos congregamos. No discernimos juntos la voluntad de Dios con claridad a fin de perdonarnos y restaurarnos unos a otros con autoridad. Y esta es precisamente la obra central del Espíritu de Dios en la Iglesia. Según el Nuevo Testamento esta es la función que define la existencia de la Iglesia.

La ausencia de esta obra central del Espíritu en la Iglesia nos lleva a enfatizar otro tipo de buenas obras y otras manifestaciones de la presencia del Espíritu que, aunque saludables, edificantes y apropiadas en su lugar, no son igualmente indispensables. En algunas iglesias estas obras secundarias incluyen actividades como educación cristiana y servicio social. Otras congregaciones se concentran en los aspectos externos y estáticos de la obra del Espíritu Santo en su medio. Pero en ambos casos esta concentración exclusiva está indicando que se ha perdido el centro vivo en torno al cual se constituye una auténtica comunidad del Espíritu, una comunidad que recibe y utiliza, con acciones de gracias, toda la gama de dones espirituales.

Fragmento de: Juan Driver. “Comunidad y Compromiso. Estudios sobre la renovación de la Iglesia”. Una Comunidad de Perdón. iBooks. 




miércoles, 3 de agosto de 2016

SIN EXCEPCIONES / Por Roy C. Stedman

SIN EXCEPCIONES
Por Roy C. Stedman
El programa divino para alcanzar y cambiar este mundo tan estropeado siempre ha tenido que ver con la encarnación. Cuando Dios quiso visitar esta tierra para demostrar a la humanidad la nueva clase de vida que venía a ofrecerle, lo hizo encarnándose a sí mismo. Dios se hizo carne y habitó entre nosotros. Jesucristo fue la encarnación de Dios. Pero eso sólo fue el principio del proceso de la encarnación. Estaríamos en una gran equivocación si pensáramos que la encarnación terminó en el momento en que se acabó la vida humana de Jesús, porque la encarnación continúa todavía. La vida de Jesús aún se manifiesta entre los hombres, aunque ahora no por medio de un cuerpo humano, limitado a un lugar exacto de la tierra, sino por medio de un cuerpo complejo y corporativo llamado iglesia.
En libro de los Hechos en el Nuevo Testamento el Dr. Lucas, le cuenta a cierto Teófilo sobre lo que le había contado en su primer escrito (el evangelio según Lucas), acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar." En su segundo escrito (el libro de los Hechos), continúa narrando los hechos de Jesús entre los hombres, pero en esta segunda ocasión a través de su nuevo cuerpo, la iglesia. Por lo tanto, cuando la iglesia vive en y por el Espíritu, no es más ni menos que la extensión de la vida de Jesús en el mundo de cualquier época.
Este concepto es importantísimo. Lo que ocurrió en pequeña escala en Judea y Galilea hace veinte siglos, era como una muestra de lo que tenía que pasar en todo el mundo de hoy, penetrando todos los niveles de la sociedad y todos los aspectos de la vida humana. En el momento que los cristianos descubren esto se hacen mucho más efectivos, porque es estimulante y desafiante el redescubrir el modelo por el que Dios ha preparado a su iglesia para que influencie en el mundo. Por otra parte, no hay nada más patético que una iglesia que no entiende este fascinante programa y lo sustituye por métodos de negocios, procedimientos de organización y se dedica a hacer política como medio para influenciar a la sociedad.
Miremos este modelo tan interesante del trabajo a realizar que Pablo describe como el camino por el cual el cuerpo de Jesucristo penetra y cambia al mundo. Pablo ahora cambia de tema; deja de escribir la naturaleza de la iglesia y pasa a darnos las disposiciones dadas por el Espíritu Santo para cumplir con esta operación dice: "Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo" (Efesios 4.7).
En esta breve frase hay una referencia a dos cosas muy importantes: el don del Espíritu Santo para el ministerio dado a todo verdadero creyente sin excepción, y el nuevo y tremendo poder por el cual aquel don se puede poner en práctica. Debemos cuidar estos dos puntos en su correspondiente orden, pero empecemos con el don del Espíritu, al cual Pablo le llama aquí "gracia".
En el idioma original esta palabra es charis, de la cual procede el vocablo "carismático". Esta "gracia" es una capacidad de servicio que le es dada a todo verdadero cristiano sin excepción y que nadie ha poseído antes de ser cristiano. El mismo Pablo, se refiere a uno de estos dones que el poseía: "A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia... de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo."Ciertamente uno de sus dones era el de la predicación, o como se le llama en otras ocasiones, el don de la profecía. Cuando Pablo escribe aun joven, un hijo en la fe, Timoteo, usa una palabra muy relacionada con ésta, y le dice: "Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don (carisma) de Dios que está en ti..." 2 Timoteo 1.6.
No hay duda pues de que este es el punto donde la iglesia comenzaba con sus nuevos conversos. Cuando cualquier persona, por la fe en Jesucristo, pasaba del reino y del poder de Satanás al reino del amor de Dios, inmediatamente se le enseñaba que el Espíritu Santo de Dios no sólo le daba la vida de Jesucristo, sino que también le equipaba con un don o dones espirituales, de los que era responsable de descubrir y de poner en práctica. El apóstol Pedro escribe


a ciertos cristianos (1 Pedro 4.10) y les dice: "Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios." Y en otra ocasión Pablo escribió en 1 Corintios 12.7: "Pero a cada una le es dada la manifestación del Espíritu para provecho." Es muy significativo que en todos los lugares donde se describen los dones del Espíritu en las Escrituras, el énfasis recae en el hecho de que cada cristiano tiene, al menos, un don. Puede que ese don esté dormido, paralizado o simplemente sin usar. Es posible que no se sepa cuál es, pero ahí está el Espíritu Santo no hace excepciones al darle el equipo básico a cada creyente. Es vitalmente esencial que cada uno descubra el don o dones que posee, pues el valor de la vida de un cristiano estará determinado por el grado del uso del don que Dios le haya dado.
El pasaje más detallado sobre los dones del Espíritu es 1 de Corintios 12. Existe otra lista breve en Romanos 12, y otra todavía más corta, en 1 Pedro 4. En estos pasajes, algunos de estos dones se citan con distintos nombres. Al comparar los pasajes, parece evidente que hay dieciséis o diecisiete dones básicos, que se pueden encontrar combinados en un mismo individuo, y cada uno de estos grupos de dones sirven para abrir la puerta a un amplio y variado ministerio. Quizá el modo más práctico de llegar a familiarizarse con estos dones es dejar que el apóstol Pablo nos enseñe por medio de la explicación que él da a la iglesia de Corinto:

"Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo; y hay diversidad de
ministerios, pero el Señor es el mismo; y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas
las cosas en todos, es el mismo"
(1 Corintios 12. 4-6).
Dense cuenta de las tres divisiones que encontramos en este pasaje: hay dones, hay ministerios (llamados aquí servicios) y hay trabajos (u operaciones). Los dones están ligados al Espíritu, los ministerios están ligados al Señor Jesús y las operaciones están ligadas a Dios Padre. Así pues, y como en Efesios 4, el Dios uno y trino está presente y vivo en su cuerpo, la iglesia, con el propósito específico de servir al mundo perdido (Efesios 4.3-6).
Un don, es una capacidad o función. Un ministerio es la esfera en donde un don se usa entre un grupo determinado de personas o en una área geográfica. Es la prerrogativa del Señor Jesús asignar una esfera deservicio para cada miembro de su cuerpo. Se le puede ver ejercitando este derecho en el Evangelio de Juan, capítulo 21. Allí después de su resurrección, se aparece a Pedro y en tres ocasiones le dice: "Apacienta mis ovejas." Ese iba a ser el ministerio de Pedro; él iba a ser el pastor (o anciano) que apacentaría al rebaño de Dios. (Pedro habla de esto en el capítulo quinto de su primera carta). Cuando Pedro se muestra curioso en cuanto al trabajo que el Señor iba a asignarle a Juan, el Señor le dice: "A ti qué te importa; sígueme tú". (El Señor continúa ejercitando este derecho hoy en día. Algunos les da la tarea de enseñar a los cristianos, a otros les envía a servir al mundo. A unos les da la responsabilidad de entrenar a la juventud y a otros de ministrar a los ancianos. Unos trabajan con los hombres y otros con las mujeres; algunos van a los judíos y otros a los gentiles. Pedro fue enviado a los circuncisos (los judíos), mientras que Pablo fue enviado a los incircuncisos (los gentiles). Pero ambos tenían el mismo don aunque su ministerio fuese diferente.
Después están los trabajos u operaciones. Estos se encuentran bajo la responsabilidad del Padre. El termino se refiere al grado de poder por el que el don se manifiesta o se pone en práctica en una ocasión determinada. "Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo" (1 de Corintios 12.6) El uso de un don espiritual no produce siempre los mismos resultados en diferentes ocasiones. El mismo mensaje, dado en distintas circunstancias, no producirá los mismos resultados. ¿Cuál es la diferencia? Depende de Dios. Él no quiere que siempre se produzcan los mismos resultados; podría hacerlo, pero no lo desea. Es el Padre quien determina cuánto se puede llevar acabo en cada ministerio. Las Escrituras nos hablan de como Juan el Bautista no hizo ni un solo milagro en todo su ministerio, y sin embargo era un poderoso profeta de Dios. Sin embargo Juan no hizo milagros. ¿Por qué no? Porque hay variedad de operaciones y el Padre no quiso operar de este modo por medio de Juan. En I de Corintios 12 encontramos ahora la lista de los dones espirituales específicos:

"Porque a éste es dada, por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu... "(v.8)
Aquí tenemos un par de dones: el don de la sabiduría y el de ciencia o conocimiento. A menudo aparecen juntos en un mismo individuo, pues están relacionados con la misma función. Los dos tienen que ver con la expresión, o como dice el original, con la palabra. El don de ciencia es la habilidad de percibir y sistematizar los grandes hechos que Dios ha escondido en su Palabra. Una persona que ejercita este don es capaz de reconocer la clave y los hechos importantes de las Escrituras como resultado de una investigación. El don de la sabiduría, por otro lado, es la habilidad de aplicar esas percepciones en una situación determinada. Es la sabiduría lo que es capaz de poner en práctica la ciencia.


Quizá ha estado en una reunión en donde se ha discutido un problema y de repente se produce una pausa general en la que nadie sabe qué hacer o qué decir. Luego, de repente, alguien se ha levantado y pronuncia unas frases claves de las Escrituras y las aplica al problema de tal manera que a todos les hace clara la respuesta. Ese es el don de la sabiduría puesto en práctica.
Estos dones gemelos de sabiduría y ciencia también están relacionados con el don de enseñanza que se menciona al final del capítulo 12. La enseñanza tiene que ver con la comunicación y es la habilidad de impartir los hechos y los conocimientos que los dones de sabiduría y ciencia descubren; la capacidad de llevarlos a los demás de una manera clara y apreciable a todos. El hombre o la mujer que posee estos tres dones a la vez, es una persona de mucho valor y conviene tenerla cerca.
Después Pablo menciona el don de la fe. Lo que Pablo quiere decir aquí es lo que esencialmente llamamos hoy en día el don de la visión. Es la habilidad de percibir algo que se necesita hacer y creer que Dios lo hará, incluso aunque parezca imposible. Confiar en esta clase de fe significa que una persona con este don puede remover y llevar acabo todo lo que sea, en el nombre de Dios. Todas las grandes obras cristianas han comenzado por un hombre o una mujer que poseían el don de la fe. Hace muchos años, en la isla de Formosa, me encontré con una señora llamada Lilian Dickson. Sin lugar a dudas, aquella mujer tenía el don de la fe. Cuando veía una necesidad, hacia rápidamente todo lo necesario para enfrentarse con ella, tanto si en aquel momento tenía o no los fondos o los recursos para solucionar el problema. Se dedicaba a ayudar a los niños pobres de Taipéi que no tenían un hogar o simplemente los que sus familias tiraban a la calle por no poder atenderlos. El corazón de la señora Dickson los acogió a causa de las presiones que los obligaban a llevar una vida de criminales, pero ella hacía lo que hacía porque tenía el don de la fe. Ese es el don de la fe en acción.
El apóstol menciona ahora el "don de sanidad", dado por el mismo Espíritu. La palabra original griega está en plural, sanidades, y yo creo que tiene que ver con las sanidades a todos los niveles de la necesidad humana: corporal, emocional y espiritual.
En la iglesia primitiva había muchas ocasiones en las que este don se aplicaba al nivel físico. A través de toda la historia de la iglesia ha habido quienes tuvieron este don de curar las enfermedades físicas. Hoy en día también hay quienes se llaman a sí mismo "curanderos", pero es interesante notar que ninguno de los apóstoles se dio a sí mismo este nombre. Sin embargo, existe suficiente evidencia en el Nuevo Testamento de que el Espíritu de Dios obra a través de los apóstoles y de otros creyentes, curando a los enfermos, tal y como lo hacen en el día de hoy. Lo que pasa hoy día es que algunas curaciones que ocurren son el resultado de una larga preparación psicológica, pero cuyos efectos desaparecen al cabo de unos días. Pero que Dios cura en el día de hoy, y a veces de una manera rápida y permanente, es algo que nadie puede poner en duda. Sólo queremos hacer notar aquí que estas curaciones no significan que se haya puesto en práctica necesariamente el don de sanidades.
Si alguien preguntase: "Por qué no se da este don con mayor frecuencia?", la respuesta la encontrará en el versículo 11 de 1 de Corintios 12: "Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere." El don espiritual de curaciones físicas no se observa en la actualidad porque no es la voluntad del Espíritu que acontezca tanto como en los días de la iglesia primitiva. Sin embargo, el don de sanidades se da a menudo hoy a nivel emocional y espiritual. Muchos cristianos, laicos y ministros profesionales por igual, son equipados por el Espíritu para ayudar a los que padecen males emocionales, a los que son enfermos mentales. Estas personas que ayudan son excelentes consejeros, porque son capaces de poner en práctica la paciencia y la comprensión necesarias para ayudar a esas almas heridas.
En una línea muy parecida encontramos el don de los milagros, el cual es la habilidad de hacer un cortocircuito en el proceso natural, por medio de una actividad sobrenatural, tal y como el Señor hacía cuando transformó el agua en vino o multiplicó los panes y los peces. Es posible que algunos tangán todavía este don hoy en día; yo no dudo que se pueda dar hoy, pero tengo que decir que todavía no me he encontrado con alguien que tuviese este don de milagros, aunque quizás algunos lo hayan puesto en práctica en determinadas épocas de la historia de la iglesia. Los dones de sanidades físicas, de milagros y de lenguas son dados para la edificación inicial de la fe, como un puente que conduce a los cristianos, desde la dependencia de las cosas que pueden ver, hacia la fe en un Dios que puede obrar y llevar a cabo muchas cosas cuando parece que no pasa nada. La historia de las misiones podría confirmar esto, y es que Dios quiere que andemos por fe y no por lo que vemos.
El apóstol continúa mencionando el don de la profecía. Este don es el más grande de todos, tal y como Pablo nos lo pone, dedicando todo un capítulo (1 de Corintios 14) a la alabanza de este don. En el versículo 3 de 1 Corintios 14, el apóstol dice de este don: "Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación." Este es el efecto del don de la profecía. Cuando un hombre o una mujer tiene este don, el resultado es la edificación, el estímulo y la animación de los demás. Este don no sólo es para los predicadores, porque todos los dones son dados aparte de la preparación de la persona; muchos laicos tanto de un genero u otro, tienen el don de la profecía y lo ejercitan.
Después está el don de discernimiento de espíritus, lo cual es la habilidad de distinguir entre el espíritu del error y el espíritu de la verdad, antes que la diferencia se manifieste por los resultados. Ananías y Safira fueron a ver a Pedro, llevando lo que decían era el precio completo de la parcela que habían vendido, cuando en realidad se habían guardado parte de ello. Pedro ejercitó el don del discernimiento cuando dijo: "¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor?; no has mentido a los hombres, sino a Dios". (Hechos 5:4,9). Los que tienen este don pueden leer un libro y sentir el error sutil que hay en él, o pueden escuchar un mensaje y poner el dedo en lo que tenga de falso. Es, desde luego, un magnífico don para ponerse en práctica en la iglesia.
Seguidamente se nombra a otro par de dones: el de lenguas y el de su interpretación. Todos estos movimientos deben examinarse a la luz de las Escrituras. ¿Sirven para glorificar a Cristo? ¿tienen una amplia autoridad bíblica para sus enseñanzas? ¿promueven la unidad en el cuerpo de Cristo?, ¿están sus partidarios caracterizados por la santidad, la humildad y el amor de Cristo? ¿sirven para mejorar permanentemente al individuo y a la iglesia? El don bíblico de lenguas tuvo por lo menos tres marcas distintivas que son descritas claramente en el Nuevo Testamento. La primera, tal como ocurrió en el día del Pentecostés, el don de lenguas consistió en hablar lenguas conocidas habladas en otras partes de la tierra. La descripción de "lenguas desconocidas" que aparecen en algunas traducciones de la Biblia no tiene base en el texto original griego. Las lenguas del Nuevo Testamento no eran un torrente de sílabas sin relación alguna entre sí, sino que tenían una estructura y una sintaxis como cualquier otra lengua terrena.
La segunda, el don bíblico era de alabanza y de agradecimiento dirigidos a Dios. Pablo escribió: "Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios..." (1 Corintios 14.2). El don de lenguas no es, pues un medio de predicar el evangelio o de llevar mensajes a grupos o a individuos, sino que es, tal y como fue en el día de Pentecostés, un medio de alabar a Dios por sus poderosas obras.
La tercera, el don de lenguas fue un signo para los no creyentes y no un signo para los creyentes. Pablo es muy preciso sobre esto. Él cita al profeta Isaías como el que había predicho ya el propósito de las lenguas:" En la ley está escrito: En otras lenguas y en otros labios hablaré a este pueblo, y ni aun así me oirán, dice el Señor. Así que las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos; pero la profecía, no a los incrédulos, sino a los creyentes" (1 Corintios 14:21,22). La aparición de este hecho de que Dios estaba juzgando a la nación de Israel y que se estaba volviendo hacia los gentiles. Esta es la razón por qué Pedro dijo a los judíos el día de Pentecostés: "Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare" (Hechos 2:39).
Aunque no se mencione claramente en las Escrituras como una de las características distintivas el don bíblico de lenguas, sin embargo, es una realidad que este don se ejercitaba en todas partes y públicamente, y que, evidentemente, no era para uso privado. Se nos dice que los dones del Espíritu son para el bien común y no para beneficio personal. En todas las ocasiones que encontramos el hablar en lenguas en el Nuevo Testamento es en relación con un culto público. El marco de 1 Corintios 14 es la asamblea de cristianos, reunidos para el ministerio y la adoración mutuos. Cuando un cristiano ejercitaba el don de la oración y de la acción de gracias a Dios, al menos que se interpretase a la iglesia, quedaba sin valor, aunque el que lo hiciese recibiese una cierta edificación en su propio espíritu.
Pablo llega incluso a prohibir su práctica en la iglesia, a menos que hubiese una seguridad definitiva de interpretación para la edificación de los presentes. Como el don de lenguas es el más fácil de imitar, por eso ha habido tantísimas imitaciones a través de los siglos. Si esas manifestaciones eran o no fruto de un don verdadero, sólo se puede saber por el grado de similitud con las señales bíblicas mencionadas. Recordemos que el propósito primario de todos los dones del Espíritu es servir al cuerpo de Cristo, para su edificación y fortalecimiento y para llevar a cabo la meta específica del Espíritu Santo al dar el don.
Al final de I de Corintios 12 hay otra lista de dones espirituales, algunos de los cuales repiten los dones ya discutidos:
"Ya unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas" (v. 28).


Un don maravilloso se menciona aquí por primera vez: es el don de ayudar. En cierta manera, éste es uno de los dones más grandes y ciertamente de los más extendidos. Consiste en la habilidad de echar una mano allí donde hay necesidad, pero hacerlo de tal modo que fortalezca y anime espiritualmente a los demás. En la iglesia se manifiesta a veces en los que sirven de tesoreros, los que preparan la mesa de la comunión o arreglan las flores o sirven comidas. La mayoría de las personas se dan cuenta de que la práctica de este don hace posible el ministerio de los demás y más evidentes dones. Todas las iglesias deben muchísimo a los que ejercitan el don de ayudar.
En el capítulo 12 de Romanos hay otro tratamiento parcial de los dones espirituales en los versículos del 6 al 8:
"De manera que teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, sí es el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría
El don de servir parece idéntico al don de ayudar. La palabra para servir es la misma en griego que la que sirve de base para la palabra "diácono". Así que un diácono será el que usa su don de ayudar para llevar a cabo un servicio en favor de los demás y en nombre de la iglesia. El siguiente don en esta lista es el de exhortación. Esta es una palabra griega que quiere decir animar o confortar a otro. Su raíz griega significa "llamar aparte" y nos da una idea de alguien que llama aparte a otro para fortalecerle o reafirmarle. Es la misma raíz de la que se deriva uno de los nombres del Espíritu Santo: la palabra confortador o consolador. Los que tienen este don son capaces de inspirar a otros a la acción, de despénales un interés espiritual renovado o de sostener a los que están titubeantes y flacos en la fe.
Otro de los dones mencionados por primera vez aquí es el de contribuir o de repartir. Aquí se refiere al dinero, y por lo tanto, la exhortación a dar con liberalidad. Sorprenderá a muchos saber que el Espíritu Santo da un don tal, y que muchos cristianos lo poseen, tanto ricos como pobres, pues consiste en la habilidad de ganar y de dar dinero para el desarrollo y avance de la obra de Dios, y hacerlo con tal sabiduría y alegría que los recipientes salen fortalecidos y bendecidos por la transacción. Yo he hablado con hombres de este don, que se ofrecieron a financiar ministerios de mucho costo, incluso perjudicándose económicamente ellos mismos. Ciertamente que al ver los resultados obtenidos sienten un gran gozo y satisfacción. El siguiente don ha sido muchas veces mal interpretado a causa de la pobreza en las traducciones. Algunas dicen: "El que da ayuda", que lo haga con celo. Otras dicen:"... que el hombre que tiene autoridad, piense de su responsabilidad", y, por último, otra traducción habla de: "Si tú eres un dirigente, esfuérzate a tí mismo a dirigir." Es decir, este don se podía llamar el don de la dirección. La palabra griega dice literalmente: "uno que está al frente", y se pone de manifiesto este don en aquellos que dirigen reuniones, comités, organizaciones, pero que lo hacen de tal manera que ayudan espiritualmente a los demás.
El último don mencionado en Romanos 12 es de hacer actos de misericordia. Su distintivo está indicado por la palabra "misericordia". La misericordia es una ayuda de la cual no se es digno, una ayuda dada a los que a menudo se rebelan contra los demás, los deformados y los desagradables. Se diferencia del don de ayudar porque se lleva a cabo entre los que se merecen esa ayuda, sin tener en cuenta su condición. Yo conozco a una joven que tiene este don y ha desarrollado un magnífico ministerio de ayuda y de confort entre niños retrasados. El amor y la paciencia que da hacia ellos es algo maravilloso de observar.
He aquí, pues, las "gracias" que están distribuidas por el Espíritu Santo a cada miembro del cuerpo de Cristo tal y como él quiere. No hay excepciones en esto, nadie se queda afuera, pues es la provisión fundamental del Señor para la operación de su Iglesia. Tal y como un cuerpo físico humano consiste de numerosas células ejercitando distintas funciones, así mismo el cuerpo de Cristo consiste en muchos miembros, cada uno de los cuales posee una función específica que es absolutamente esencial para la buena operación o funcionamiento del cuerpo.

Fragmento, tomado del libro La Iglesia Resucita por Ray C. Stedman,
CLIE, Barcelona, 1975.