miércoles, 17 de agosto de 2016

Una Comunidad de Perdón / Juan Driver

UNA COMUNIDAD DE PERDÓN

La Iglesia no es simplemente una asamblea de individuos reunidos alrededor de una experiencia común de perdón personal recibido directamente de Dios. Tampoco es meramente una comunidad funcional organizada con el propósito de cumplir de la manera más eficiente ciertas tareas definidas. La Iglesia es también una comunidad en la cual las personas perdonan y experimentan el perdón.

A través de estas relaciones Dios hace visible su perdón en medio del mundo. En esta luz se descubre el verdadero significado de la disciplina evangélica. Evangelizar es fundamentalmente invitar al discipulado en el contexto de una comunidad de discípulos. La disciplina se practica en la Iglesia con el propósito de ayudar al hermano a vivir su vida de discípulo a la altura de sus mejores intenciones. No es más ni menos que una continuación necesaria del proceso evangelizador llevado a cabo dentro de una comunidad de perdón.


El perdón en el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento hay una preocupación central de que el perdón que predica la Iglesia se realice en tiempos y lugares específicos y en relaciones entre personas particulares. El perdón tiene que hacerse carne entre hombres que necesitan reconciliarse mutuamente y con Dios.

Tenemos, por supuesto, los pasajes que hablan de "atar y desatar" (Mt, 18:15-20 y 16:18-20). Estos son los únicos lugares en los Evangelios donde el término "iglesia” aparece en boca de Jesús, cosa que da a entender que la Iglesia es fundamentalmente definida como la comunidad en la cual se ata y se desata. (El paralelo en Juan 20:21-23 habla de "remitir" y "retener" pecados.) Y donde este proceso no ocurre, la Iglesia no está presente en forma plena. Los mismos pasajes señalan que en esta acción la Iglesia actúa en representación de Dios. Esta es la única situación en que la Iglesia está autorizada explícitamente a actuar en nombre de Dios.

No siempre se nota que la regla de Cristo (Mt. 18: 15-20) está colocada en el contexto de un capítulo que habla del perdón, como muestra el siguiente bosquejo del pasaje:

  • La necesidad del arrepentimiento y de la sencillez como condiciones para recibir el perdón (vv. 1-4).
  • La necesidad de evitar las ofensas que ocasionan la caída de un hermano (vv. 5-11).
  • La preocupación de Dios de que todos experimenten el perdón (vv. 12-14).
  • La regla de Cristo (vv. 15-20).
  • La necesidad de perdonar sin límites (vv. 21-22).
  • La parábola de los dos deudores, que enseña la necesidad de perdonar para ser perdonados (vv. 23-25).

Varios de estos elementos se hallan también en el pasaje paralelo en Lucas 17: 1-4.

La única petición en el Padrenuestro que está condicionada es la del perdón: “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt. 6:12). Es también la única frase en el Padrenuestro que requiere un comentario más extenso, enfatizando otra vez que el perdón de Dios se limita a aquellos que perdonan a sus hermanos. Esta condición se repite en varios pasajes (Mt. 18:35; Mt. 11:25; Ef. 4:32 y Co. 3:13). Quien no perdona a su hermano sus ofensas, no solamente que es incapaz de recibir el perdón que Dios ofrece sino que tampoco puede ofrecer a Dios un acto válido de culto (Mt. 5:23, 24).

Las mismas instrucciones sobre el perdón en la comunidad, dadas en Mateo 18:15-20. reiteradas en las Epístolas. "Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo" (Gá. 6:1, 2). "Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Stg. 5:19, 20). (Evidentemente la última frase es una cita de Proverbios 10:12: "el amor cubre todas las faltas".) Véase también 2 Timoteo 2:24,25.

Finalmente, debemos notar que, en el contexto de esta actividad perdonadora de la Iglesia, Cristo (o el Espíritu Santo) está presente cuando los hombres se reúnen en su nombre. Entre los "dos o tres congregados” para este propósito Cristo mismo estará presente (Mt. 18:19, 20). Para poder ejercer la función de "remitir" y “retener" los pecados Cristo dio el Espíritu Santo a sus discípulos (Jn. 20:22, 23). Los pasajes en Juan 14:26 y 16:12-14 señalan también que la Iglesia contará con la presencia del Espíritu en el proceso comunitario de discernimiento que siempre será parte de su "atar y desatar". El tema del perdón subraya el hecho de que no se trata de un asunto de importancia secundaria o una actividad marginal en la Iglesia.


La disciplina evangélica comunitaria

El Nuevo Testamento no usa el término "disciplina", por supuesto, para referirse a las preocupaciones morales que comparten los miembros de la comunidad. Usamos la palabra aquí, no con su significado común (con todas las acumulaciones de matices adquiridos en el ejercicio de la disciplina eclesiástica a través de los siglos), sino para referirnos a aquello que en el Nuevo Testamento se llama "atar y desatar". Aparentemente estos términos eran perfectamente claros para los oyentes de Jesús en el primer siglo, pero nosotros en el siglo XX necesitamos una "traducción".

“Atar” significaba "no perdonar, “excluir de la comunión, “retener" (los pecados). "Desatar” significaba "absolver", “perdonar, “remitir” (los pecados). Este significado de "atar y desatar” se nota claramente cuando se leen los pasajes paralelos  en Lucas 17:3 y Juan 20:23, al igual que el contexto general del capítulo 18 de Mateo.

Pero "atar y desatar” tenían también otro significado más. "Atar” significaba "prohibir", “hacer obligatorio", “mandar" (alguna acción ética). "Desatar" significaba "permitir", “dejar en libertad” (ante varias opciones éticas). Tal era el sentido en que estos términos se usaban entre los rabinos judíos en la época de Jesús. En sus interprétaciones de la Ley de Israel ellos "ataban" o "desataban” (es decir, prohibían o permitían) de acuerdo con la naturaleza de cada caso. De paso, notamos que al usar estos términos, cuyo sentido estaba fijado por su uso rabínico, Jesús de hecho estaba otorgando a sus discípulos la autoridad que hasta entonces había sido prerrogativa de los grandes maestros de Israel. El pasaje paralelo en Mateo 16:19 enfatiza esta dimensión del significado.

Ambos significados están presentes en Mateo 18:15-20. La cuestión del perdón es el tema principal de los vv. 15-17 donde se emplea la segunda persona singular para describir el trato personal con el hermano. Pero en los vv. 18-20 se trata la cuestión de discernimiento moral. El uso del plural en estos versículos sugiere que la autorización para tomar decisiones éticas en la Iglesia posiblemente tenga alcances más amplios que el caso inmediato de la disciplina. Aunque podrían parecer dos temas distintos, son, en realidad, dos actividades estrechamente relacionadas en la vida de la comunidad.

El proceso de perdonar, en efecto, presupone una base común de decisiones éticas reconocida por ambas partes, que permite que la una evalúe la "ofensa" de la otra a la luz de normas éticas compartidas por las dos. Ambas partes reconocen las normas por las cuales se identifica el pecado. Las conversaciones que se llevan a cabo entre los hermanos a fin de restaurar al que ha pecado, son la mejor forma de probar, clarificar y luego confirmar o cambiar, si fuera necesario, las normas éticas de la comunidad. El resultado de este proceso, sea que se confirmen o que se cambien las normas que guían la vida moral de la comunidad, será una experiencia de discernimiento de la voluntad de Dios y facilitará la reconciliación personal entre los hermanos.

De modo que el perdón y el discernimiento moral no son realmente significados distintos de "atar y desatar", sino los dos lados de la misma moneda. La disciplina evangélica incluye tanto el aspecto personal del perdón y restauración como el proceso de discernimiento moral o la toma de decisiones éticas en la comunidad. La disciplina sin discernimiento comunitario se vuelve legalista, inflexible, mecánica. El discernimiento moral sin dimensión personal de perdón y restauración, se vuelve frío, impersonal y académico.

De acuerdo con los pasajes del Nuevo Testamento que ya se han señalado, el propósito de la disciplina evangélica es siempre la reconciliación. Desde luego, este propósito debe determinar las formas que toma el ejercicio de la disciplina, al igual que sus intenciones.

1. El camino hacia la reconciliación es personal y ha de tomarse en el espíritu de mansedumbre (Gá. 6: 1, 2). Lo importante en las instrucciones en Mateo 18 no es que haya siempre tres pasos, sino que los primeros pasos siempre sean personales: "estando tú y él solos” (v. 15) o "de dos o tres” (v. 16). El cumplimiento de este procedimiento eliminará la posibilidad de chismes o murmuraciones en la congregación. Además de asegurar relaciones directas y confidenciales entre hermanos, esta manera de proceder protege contra el peligro de moralismo abstracto y puritano. En conversación seria y fraterna se conocerá la voluntad del Señor para sus discípulos. Una norma o regla incapaz de sobrevivir esta clase de confrontación ya no responde a las necesidades de la Iglesia. Por otra parte, esta manera de ejercer disciplina evita los peligros de una ética de tipo "situacional" (que sencillamente deja a cada individuo en completa libertad para tomar sus propias decisiones éticas), pues el hermano, en último caso, tiene la obligación de responder ante la comunidad por su acción moral. La disciplina evangélica es suficientemente flexible para tomar cada caso en su contexto sin volverse permisiva.

2. En consonancia con la naturaleza comunitaria de la Iglesia, toda la hermandad comparte la responsabilidad en el ejercicio de la disciplina evangélica. La iniciativa le corresponde a cualquiera que está consciente de la ofensa (v. 15). Las palabras "contra ti" no se encuentran en los mejores manuscritos del Nuevo Testamento y tampoco hallamos esta limitación en Lucas 17:3 (según el texto griego), Gálatas 6:1, 2 y Santiago 5:19, 20. Es la obligación de hermano, y no el sentimiento de haber sido ofendido, lo que lleva a un miembro de la comunidad a acercarse al que ha pecado. Por otra parte, Mateo 5:23-25 asigna la misma responsabilidad a la persona que ha cometido la ofensa tan pronto como se dé cuenta de ello. Tomar la iniciativa para la restauración de sanas relaciones interpersonales en la comunidad es la responsabilidad de todos: del ofensor, del ofendido y de todo tercero que tenga conocimiento de la ofensa. No hay indicaciones en el Nuevo Testamento de que esta responsabilidad corresponda particularmente a los "ministros". Puede darse por sentado que un líder congregacional esté interesado en el ejercicio apropiado de disciplina fraterna. Pero concebir al anciano, pastor, maestro o diácono como el que normal o exclusivamente ejerce la disciplina en la Iglesia parece ser contrario al espíritu del Nuevo Testamento.

3. La restauración y la reconciliación son los únicos propósitos legítimos para la disciplina evangélica. A veces se habla de (1) preocuparse por la pureza de la Iglesia; (2) proteger la reputación de la Iglesia ante el mundo que la rodea; (3) dar testimonio de las demandas de la justicia de Dios; (4) salvaguardar a la Iglesia contra la relativización o pérdida de normas de conducta cristiana, etc. Aunque estas preocupaciones pueden ser reales, son secundarias. Es notable que el Nuevo Testamento no las enfatiza. Mientras que a la Iglesia le preocupa mantener su imagen, el Nuevo Testamento habla en términos de perdón personal compartido. Hay un sentido, sin embargo, en que el pecado de un miembro se convierte en "levadura" que afecta a todos (1 Co. 5:6). La desobediencia persistente de individuos en la Iglesia llega a ser una especie de culpa colectiva compartida por todo el cuerpo. A menos que yo sea agente de su restauración, él podrá ser agente de nuestra culpa colectiva.


La autoridad para la disciplina

Si tomamos en Serio el Nuevo Testamento tenemos que reconocer que la autoridad dada a la Iglesia es paralela a la autoridad de Cristo mismo. Jesús escandalizaba a los judíos por la manera en que reclamaba una relación única con el Padre. Sin embargo, Jesús dijo a sus discípulos: Como me envió el Padre, así también yo os envío(Jn. 20:21). Pero aún más ofensiva para los judíos era la intención de Jesús de perdonar los pecados (Mr. 2:; Lc. :48-50). Sin embargo, esta es precisamente la tarea que él encargó a sus discípulos. Les otorgó a ellos (y por lo tanto también a nosotros) el mismo poder de perdonar que él había reclamado para sí mismo.

Este es el escándalo que sacudió a los fariseos y que también nos sacude a los protestantes en la medida en que comprendemos sus alcances. Reaccionando contra los abusos de la práctica penitencial católico-romana, los protestantes por siglos hemos señalado que "sólo Dios puede perdonar" y que el creyente recibe seguridad de perdón, no de otro hombre, sino de Dios, en lo profundo de su corazón. La orientación de este largo debate entre catolico-romanos y protestantes nos ha hecho muy difícil concebir y creer que Dios realmente puede autorizar al hombre para que tome decisiones en términos de "perdón" y “prohibición", decisiones éstas que serán honradas por Dios en el Cielo.

Lo que era el "escándalo cristológico" para los judíos (que Dios perdone a los hombres a través del hombre Jesús) se convierte en "escándalo eclesiológico"para nosotros: que Dios perdona a los hombres a través de su comunidad. La encarnación siempre incluye un escándalo: que Dios ha escogido para obrar entre los hombres al carpintero de Nazaret, quien a su vez comisionó a un grupo de hombres corrientes, ex-pescadores y cobradores de impuestos, para perdonar pecados.

Para esta actividad la Iglesia recibe el poder del Espíritu Santo. Juan 20:21-23 relaciona directamente el impartimiento del Espíritu Santo con la comisión de perdonar. A fin de tomar decisiones morales la Iglesia cuenta con la presencia del Espíritu Santo. Este la guía a toda la verdad y trae a la memoria de los creyentes las enseñanzas de Jesús que no han comprendido hasta el momento (Jn 14:26; 16:12-14). En realidad a juzgar por el énfasis que recibe en el Nuevo Testamento, parece que la obra fundamental del Espíritu Santo es guiar a la Iglesia en el proceso de discernimiento moral. La profecía, el testimonio, la convicción interior, y el poder para obedecer son todos aspectos importantes pero subordinados de esa obra.

La promesa de la presencia de Cristo "donde estén dos o tres congregados en mi nombre” se entiende a menudo en el protestantismo moderno en el sentido de la eficacia en la oración, o en el sentido de la presencia espiritual de Cristo en medio de la congregación Pero de acuerdo con Su contexto origina en Mateo 18:19-20, la presencia metida para el autorizado proceso de discernimiento moral. No por accidente en Mateo 16 la comisión de "atar y desatar” sigue inmediatamente después de la primera confesión de Jesús como e Cristo (el Mesías). Esta confesión es la base de la autoridad que Cristo otorgó a su Iglesia. La autorización es el sello de aprobación divina conferida en base a esta confesión. La Iglesia es la comunidad que reconoce a Jesús como Cristo y Señor. Por lo tanto, en ella están autorizados para darse unos a otros palabras de consejo moral y de perdón en nombre de Dios.


Deformaciones y malentendidos

La esencia radical del concepto neotestamentario de la disciplina no se aprecia muchas veces debido a las deformaciones y malentendidos acumulados a través de la historia de la Iglesia. Las limitaciones de espacio permitirán incluir aquí solamente algunas consecuencias prácticas:

1. A veces uno se abstiene de intervenir en la lucha del hermano contra la tentación alegando "respeto por las diferencias personales", "aceptación" o "amor” para el hermano. Hay un elemento de verdad en esta preocupación у sería comprensible si la única alternativa fuera una disciplina tradicional puritana. Pero abandonar al hermano en sus luchas, su culpa, su incertidumbre y sus equivocaciones no es amor fraternal en ningún sentido del término. En la comunidad de Cristo el amor nunca abandona al hermano en sus debilidades.

2. A veces se oye la excusa de una falsa modestia: "¿Quién soy yo para decir que mi hermano ha pecado? ¡Yo también soy pecador!" A veces se usa el ejemplo de la "paja" y la "viga" para justificar la no intervención en los problemas del hermano. Pero la conclusión a que llega Jesús es la contraria. Si tienes una viga en tu ojo, sácala, a fin de poder bien para sacar la paja del ojo de tu hermano (Mt. 7:3-5). Si bien es cierto que todos somos pecadores, Jesús no basa nuestro deber en perdonar en nuestra falta de pecado. Nos dice explícitamente que los que hemos experimentado el perdón  somos los llamados a perdonar (Mt. 6: 12, etc.).

3. También se oye la excusa de la "madurez". “Si el hermano ha pecado, no ha sido una ofensa contra mí. Mi estabilidad emocional me permite perdonar y olvidar sin ocupar ni al hermano ni a la congregación.” Desde luego, esta excusa está basada en una interpretación inadecuada de las palabras "si tu hermano peca contra ti". Pablo nos recuerda que precisamente los hermanos maduros (espirituales) son los que deben tomar la iniciativa para restaurar al que peca (Gá. 6:1,2).

4. Finalmente, se busca excusa ante la posibilidad de que, en el caso de que el hermano se resista a la restauración haya que tenerle por "gentil" y "publicano". El espíritu moderno se rebela ante esta clase de exclusividad. Pero esta objeción surge de un malentendido de lo que significa la frase "tenlo por gentil y publicano" (Mt. 18:17). En el espíritu del Nuevo Testamento, significa considerar a tal persona como objeto de evangelización: se ha de manifestar hacia él el mismo amor y solicitud que se le manifestaba antes de que reconociera a Cristo como Señor. Lejos de ser punitiva, es la única actitud responsable y evangélica que puede tomarse hacia un hermano que dice "no” al señorío de Cristo.


Conclusión

Hemos bosquejado algo de lo que significa ser una comunidad de perdón de acuerdo con la visión de Jesús. Pero esta visión se ha deformado con mucha facilidad en la historia de la Iglesia. El precio que se ha pagado por descuidar esta función esencial de la Iglesia es incalculable. Nuestra desobediencia implica que no somos la Iglesia donde el Espíritu Santo obra tal como fue prometido. Nuestra vida de congregación se vuelve formal y su verdadero significado llega a ser ilusorio. Más y más sentimos que lo que hacemos al reunirnos carece de sentido. No tocamos lo que realmente más importa cuando nos congregamos. No discernimos juntos la voluntad de Dios con claridad a fin de perdonarnos y restaurarnos unos a otros con autoridad. Y esta es precisamente la obra central del Espíritu de Dios en la Iglesia. Según el Nuevo Testamento esta es la función que define la existencia de la Iglesia.

La ausencia de esta obra central del Espíritu en la Iglesia nos lleva a enfatizar otro tipo de buenas obras y otras manifestaciones de la presencia del Espíritu que, aunque saludables, edificantes y apropiadas en su lugar, no son igualmente indispensables. En algunas iglesias estas obras secundarias incluyen actividades como educación cristiana y servicio social. Otras congregaciones se concentran en los aspectos externos y estáticos de la obra del Espíritu Santo en su medio. Pero en ambos casos esta concentración exclusiva está indicando que se ha perdido el centro vivo en torno al cual se constituye una auténtica comunidad del Espíritu, una comunidad que recibe y utiliza, con acciones de gracias, toda la gama de dones espirituales.

Fragmento de: Juan Driver. “Comunidad y Compromiso. Estudios sobre la renovación de la Iglesia”. Una Comunidad de Perdón. iBooks. 




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