Historia de William Carey:
Yo soy William Carey.
Nunca he sido alguien que habla de sí mismo. Mi preferencia siempre ha sido
hablar de mi Salvador y su gran fidelidad. Pero me han pedido que comparta algo
sobre mi vida. Mientras crecía en Inglaterra, mi padre trabajaba como maestro.
Por lo tanto, aprendí a leer a una edad muy temprana, y comencé a leer las Escrituras
desde mis primeros años. También amaba los libros de aventura, ciencia e
historia.
Cuando tenía 14 años,
mis padres me asignaron como aprendiz a un zapatero. Aunque yo había crecido dentro
de la Iglesia de Inglaterra, no tenía una relación personal con Jesucristo. A
través del testimonio persistente de otro compañero aprendiz, confié en Cristo
y me convertí genuinamente a los 18 años. Inmediatamente comencé a testificar a
mi familia y a mis conocidos.
A los 21 años, me dediqué a
ser pastor bi-vocacional. Un año más tarde, fui bautizado por inmersión y me
hice bautista. Le doy gracias a Dios por los maravillosos pastores bautistas
que se acercaron a mí como mentores, ayudándome a crecer en la fe. Durante los
próximos diez años continué trabajando como zapatero, mientras enseñaba por las
noches desde mi hogar a los niños de la aldea y predicaba los domingos. Me casé
justo antes de cumplir 20 años, y los tiempos fueron muy difíciles para mi
creciente familia. Nunca tuvimos mucho dinero, y a veces teníamos muy poca
comida. Nunca llegué en mis estudios más allá de la escuela elemental, pero
aprendí por mí mismo latín, griego, hebreo, italiano, francés y alemán.
Siempre mantenía un
mapa del mundo frente a mí en la zapatería, y una pila de libros a mi lado. La
lectura del Diario del último viaje del capitán Cook tuvo una profunda
influencia en mí; yo quería que las personas de todo el mundo conocieran a
Cristo como Salvador. La vida y el diario de David Brainerd, de Jonatán
Edwards, también me conmovió profundamente. Además, leí sobre el trabajo
misionero de los moravos. Una vez me paré en una reunión de pastores y propuse
discutir el tópico “El deber de los cristianos de esforzarse y propagar el
evangelio entre las naciones paganas”. Uno de los ministros mayores me dijo en
alta voz: “Jovencito, siéntese. ¡Cuando Dios quiera convertir a los paganos, él
lo hará sin su ayuda ni la mía!”. Pero nadie podía pararme. Cuanto más
estudiaba y oraba, más reconocía que Dios quería que yo hiciese algo. Y comencé
a escribir mis pensamientos y convicciones que se convirtieron en un libro al
que le di un título muy largo, pero que entre nosotros lo llamaremos “Una
pregunta”. El libro articulaba mi convicción de que la Gran Comisión es tan
vigente hoy como lo fue entre las primeras iglesias. Lamentablemente, muchos
pastores e iglesias no compartían mis convicciones. Durante la reunión de
primavera de nuestra asociación en el año 1792 fui invitado a predicar en un
culto de la mañana.
Comprendiendo que Dios podía usar este momento para
involucrar a nuestras iglesias en las misiones, escogí como texto básico Isaías
54:2, 3 que habla de alargar las cuerdas y reforzar las estacas. Tratando de
aplicar el mensaje que Dios tenía para el antiguo Israel a las iglesias de mi
tiempo, derramé mi corazón en ese mensaje y resumí diciendo: “Esperen grandes
cosas de Dios; emprendan grandes cosas para Dios”. Al otro día nuestra asociación
de iglesias comenzó a hacer planes para formar una sociedad bautista que
propagaría el evangelio. ¡Yo estaba emocionadísimo!
Un año después de la
formación de nuestra sociedad misionera, salí navegando hacia la India con mi
esposa y mis cuatro hijos, junto con dos asociados. Los comienzos de nuestra
obra en ese vasto país estuvieron plagados de dificultades y tropiezos.
Pedro,
nuestro hijo de cinco años, murió poco después de llegar, y otros dos hijos
murieron más tarde. Mi esposa, Dorothy, comenzó a deprimirse y se hundió en un
severo trastorno mental. Un trágico fuego destruyó mucho de mi trabajo de
traducción, y tuve que comenzar otra vez. Me llevó siete años ganar al primer
hindú para Cristo.
Pero también hubo
muchos triunfos. Dios bendijo nuestro trabajo. Mis colegas y yo pudimos
traducir la Biblia a más de 30 idiomas asiáticos, y compilamos diccionarios de
varios idiomas. Comenzamos el Colegio Serampore para entrenar a los plantadores
de iglesias y a los evangelistas. También creamos más de
100 escuelas rurales, 18 misiones y muchas iglesias.
Ahora tengo 73 años y
mi vida está llegando a su fin. Con respecto a todo lo que puedan leer y
escuchar sobre mí, comprendan, por favor, que no se trata de lo que yo hice
sino de lo que Cristo hizo. “Si alguna vez llego al cielo, se deberá a la gracia
divina, desde el principio hasta el fin”.
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