CAMBIO DE ÉNFASIS EN EFESIOS 5:21-33.
Por Juan Huegel
Introducción
Una hermosa tarde de verano, hace muchos años, regresaba a la ciudad de México después de haber pasado un día como turista en la ciudad de Puebla. Me acompañaba una señorita que yo había invitado para pasar unos días de vacaciones en la casa de mis padres. Era hija de misioneros en el África y yo la había conocido en Nueva York donde ella se preparaba para el servicio misionero. Ambos teníamos interés en descubrir si la voluntad de Dios para nuestras vidas incluía un amor entre nosotros que condujera al compromiso y al matrimonio. Habíamos estado estudiando la carta de San Pablo a los Efesios y esa tarde estacioné el auto al lado de la carretera cerca del pueblo de San Martín Texmelucan, bajo un frondoso árbol y abrimos la Biblia al capítulo 5. Yo tenía particular interés en saber cual sería su reacción al v. 22, "Las casadas estén sujetas a sus propios maridos como al Señor". Cuando llegamos a ese versículo y lo habíamos leído pausadamente, le pregunté, ¿Qué piensas acerca de esta exhortación?" Pasaron unos momentos durante los cuales ella miraba atentamente las palabras del texto y al fin volteó y me dijo, "Tú eres el primer hombre al cual yo estaría dispuesta a estar sujeta". Ya se puede imaginar lo que sentí en ese instante. Sin embargo mis flechas de amor inseguro no llegaron al fin al blanco de su corazón y ella optó por otro.
Pocos años después encontré a otra que, gracias a la bondad y misericordia de Dios; aceptó mi proposición de amor inmaduro, nos casamos y formamos un hogar feliz. La barquilla de nuestro matrimonio navegó a veces por aguas pacíficas y a veces por aguas turbulentas pero comunes a todo matrimonio, y aunque en el horizonte se veían avecinarse los nubarrones de una tormenta, no fuimos lo suficiente sabios para prevenirnos y resolver con anticipación nuestras diferencias y desavenencias.
A los veinte años de casados nos encontramos en medio de una gigantesca tormenta y las enormes olas amenazaban nuestra frágil barquilla. En una ocasión durante ese tiempo, después de haber tratado de llegar a un entendimiento, mi esposa me acusó de no haber escuchado con auténtica atención lo que ella, por tantos meses me había estado tratando de decir y finalmente me dejó entender claramente que ella pensaba que yo era un chauvinista. ¿Yo chauvinista? No lo pude creer y menos aceptar, pero esta acusación clavada en mi mente por una persona que yo amaba produjo sus resultados.
Poco a poco empecé una evaluación de mi vida a la luz de esta acusación y finalmente, ante las evidencias de mis propios pensamientos secretos y actitudes comunes frente a la mujer, llegué a la conclusión que era cierto. Yo tenía fuertes rasgos machistas, velados y sofisticados, pero reales. Este descubrimiento me impulsó a que hiciera un nuevo estudio de aquel pasaje bíblico clave para el entendimiento de las relaciones conyugales, Efesios 5:21-33- El fruto de esta reflexión de varios años es este trabajo que presento a ustedes bajo el título de: "SOMETER O AMAR: Cambio de Énfasis en Efesios 5:21-33"
Propongo primero que nos acerquemos al pasaje haciendo un estudio de su contexto y un análisis de su estructura; luego pasemos a hacer una nueva lectura del pasaje en sí, notando especialmente lo que dice al esposo, y finalmente consideraremos al posible impacto del pasaje a la luz de la cultura del siglo I.
1. Contexto y Escritura del Pasaje
Varias de las epístolas (cartas) de San Pablo, especialmente las que fueron escritas a las iglesias durante su primer encarcelamiento, tienen dos secciones: la primera, en que explica las bases teológicas de la fe cristiana y la segunda, en que expone las consecuencias éticas de la misma. Efesios es una de éstas. El gran deseo de Pablo en esta carta es descubrir el gran misterio, que ha sido escondido desde siglos atrás: que los gentiles son coherederos con Israel de las promesas de Dios. Él explica que cuando Cristo murió en la cruz, Dios no sólo reconcilió a todos los seres humanos a sí mismo, tanto judíos como gentiles, sino que también los reconcilió entre sí, o sea entre ellos mismos, particularmente judíos y gentiles. El pecado humano estrelló la unidad que existía entre Dios y los humanos y entre los humanos mismos. En Cristo, Dios reconcilió a todos a sí mismos y ofreció a todos una misma dimensión de la vida en una nueva sociedad que es la Iglesia, cuya función es hacer patente a todos la reconciliación en Cristo y así remendar el tapiz roto de la humanidad. Al final todas las cosas serán reunidas bajo el dominio de Cristo. En resumen, el tema de la carta a los Efesios es la unidad reconstituyente de todas las cosas bajo Cristo. Al concluir esta exposición, Pablo prorrumpe en la oración y la doxología del 3:14-21.
A partir del capítulo 4, Pablo pasa primero a señalar la nueva ética que aquellos que han participado en la reconciliación en Cristo demuestran en su vida dentro de la nueva sociedad que se ha formado, esto es la Iglesia. Luego pasa a explicar las relaciones que deben existir entre aquellos que forman esta sociedad, empezando con las relaciones entre esposos y esposas. Esta explicación forma el pasaje al cual dirigimos nuestra atención.
Pablo explica que la nueva vida en Cristo es como andar o caminar, y usa esta palabra repetidas veces en esta sección de la carta (4:1,17; 5:1,15). Los pasos del que camina en Cristo, o sea su comportamiento de él en esta vida, son diferentes de como eran antes, pues antes eran como los pasos de los demás. Esto lo resume claramente Pablo en 4:22-24, donde escribe:
"En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestios del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad".
Pablo indica cómo se manifiesta este nuevo modo de vivir en Cristo, por medio de los verbos en el modo im-perativo que abundan en esta sección, y otros que aunque no en el modo imperativo, sí conllevan la fuerza imperativa. Esto se refleja fielmente en nuestra versión en castellano: "despojaos" (4:22), "renovaos" (4:23), "vestios" (4:24), "sed benignos" (4:32), "andad" (5:1).
Algunos se expresan a través de una prohibición, un imperativo con negativo, "no seáis insensatos" y "no os embriaguéis con vino" (5:18). En el idioma griego, como en el español, hay tres modos gramaticales: el indicativo, el modo de la aseveración o afirmación; el subjuntivo, el modo de la duda o la condición posible; y el imperativo, el modo de la orden o la prohibición. Los teólogos han discurrido sobre esto, explicando que los imperativos de la ética cristiana surgen precisamente de los indicativos de la. revelación cristiana; o sea que en la obra creadora de Dios, en la obra redentora de Cristo y la obra santificadora del Espíritu Santo, encontramos las fuerzas que impulsan el comportamiento cristiano. Esto lo vemos con claridad diáfana en lo escrito a los efesios. Hay pues que prestar atención especial a los verbos en el modo imperativo y las oraciones subordinadas que dependen de ellos.
Empezando en el 5:15 hay una cadena de oraciones que contienen varios imperativos y varias prohibiciones: "Mirad cómo andéis" (5:15), "no seáis insensatos, sino entendidos" (5:17) y "no os embriaguéis... antes sed llenos del Espíritu"(5:18). Veamos con detenimiento esta última y las oraciones subordinadas que de ella dependen.
El v. 18 reza, según la R.V. 1960, de la siguiente manera, "No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu Santo". La primera parte de esta oración compuesta, contiene un imperativo con un negativo, expresando así la prohibición, con su predicado. La frase "en lo cual hay disolución", explica las consecuencias de la acción de embriagarse. Pero la última parte de la oración contiene simple y llanamente el imperativo con su predicado, colocada esta parte en contra-distinción a la prohibición anterior, "antes bien sed llenos del Espíritu".
A esta oración con el verbo en el modo imperativo presente, le siguen, en el texto griego, lo que a primera vista parecen ser cuatro participios presentes en tres oraciones subordinadas. Estos cuatro participios son traducidos al castellano, en nuestra versión, por cuatro gerundios: "hablando", "cantando y alabando",y"dando gracias". Lo que Pablo dice es que la vida llena del Espíritu Santo se expresa continuamente de la siguiente manera, hablando entre vosotros con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en él.
Pero en el texto griego hay otro participio presente en el versículo 21 que también se podría traducir al castellano por el gerundio, "sometiéndose unos a otros". Esta podría ser la última oración dependiente del imperativo en el v. 18, "...sed llenos del espíritu". Así la mutua sujeción es otra expresión de la vida plena en el Espíritu Santo.
Varios editores colocan entonces el v. 21 al final del párrafo del 5:15-21.
Sin embrago la mayoría de los exégetas dicen que el participio de este verbo aquí tiene la fuerza de un imperativo, como lo tiene el mismo verbo en Ia Pedro 2:18 y 3:1, y traducen el v.21, "someteos unos a otros en el temor de Dios", encabezando así un nuevo párrafo como en R.V. 1960.
Desde que el texto griego del Nuevo Testamento originalmente no tenía signos de puntuación, es permitido hacer esto. Además la estructura del pasaje parece favorecer este arreglo, aunque no deja de ser interesante el hecho de que este verbo "someteos" no es imperativo en el griego. La estructura misma del pasaje y las formas verbales apuntan a que la sujeción mutua de los esposos es expresión de la vida plena en el Espíritu Santo. A la vez es un principio que rige ías relaciones conyugales, expresadas por la sujeción de la esposa a su marido y la entrega en amor del marido por la esposa.
Y ahora, ¿qué del versículo 22? "Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor" para algunos editores y traductores, esta oración inicia otro párrafo, y el énfasis cae sobre la sujeción de la esposa al marido. ¡Cuántas veces en un servicio de bodas hemos escuchado al ministro iniciar su lectura bíblica precisamente en este versículo! Otros prefieren, como la R.V. 1960, colocar el v.21 al inicio del párrafo, y acomodar el v.22 como una segunda oración estructuralmente independiente de la primera.
Pero el v. 22 no se deja acomodar tan fácilmente así. En el texto griego del v.22 existe un problema, pues hay significativas variantes en el texto, como se encuentran en varios de los más importantes manuscritos.
El verbo griego, hupotasso,"yo someto" o "yo sujeto", se encuentra en la tercera persona plural del imperativo en el códice Sinaítico del siglo IV, en el Alejandrino del siglo V, y en la Vulgata y algunos otros manuscritos latinos. Esta forma del verbo se traduciría, "las casadas están sujetas". El verbo se encuentra en la segunda persona plural del imperativo en el textus receptus, o texto comúnmente llamado recibido, que incluye la mayoría de los manuscritos más tardíos y de segunda importancia. Esta forma se traduciría "casadas sujetaos...". Pero en el papiro núm. 46 del siglo III, y el códice Vaticano del siglo IV, se omite el verbo.
¿Qué fue lo que escribió Pablo? "Las casadas están sujetas a sus propios maridos", "casadas, sujetaos a vuestros maridos" o sin verbo alguno, "casadas a vuestros maridos". El testimonio de los manuscritos más antiguos apoya la primera y la tercera, inclinándose quizá un poco por la tercera. En casos como éstos opera una regla de la crítica textual que afirma que ha de aceptarse la lectura que presente mayores dificultades. La razón es que cuando un copista encuentra en el manuscrito que le sirve de base para la copia que está haciendo una lectura que presenta dificultades, su tendencia es tratar de resolver las dificultades en su propia copia, es decir eliminando las dificultades en su copia.
Indudablemente la teoría más difícil es la última, pues es una oración sin verbo escrito, que sigue a una oración dependiente con participio, el copista podría haber pensado que ya era necesario introducir un verbo, máxime cuando sin verbo la oración se prestaría a confusión. Si esto es así, entonces Pablo probablemente escribió el v.22 sin verbo en el modo imperativo, y en castellano la oración podría traducirse así, "las casadas, a sus propios maridos". ¿Pero qué se da a entender con esta oración sin verbo? Claramente depende de la oración anterior y el participio de la anterior está implícito en ésta. Podrían traducirse los w. 21 y 22 de la siguiente manera: "Someteos unos a otros en el temor de Cristo, las casadas a sus propios maridos como al Señor". Si así es, entonces me parece que hay un sutil cambio de énfasis entre lo que Pablo pudiera haber escrito y lo que aparece en nuestras versiones.
Pero antes de seguir, consideremos brevemente algo en la historia de la transmisión de este texto, que por lo menos es de interés. Es obvio que un copista se sintió incómodo con que le faltara verbo a la oración. Pero hay algo más. Lo que parece más probable es que se sintió incómodo con la confusión que el texto producía sin verbo, y él pretendió que se viera con toda claridad la sujeción de la esposa al marido, y por tanto repitió el verbo del versículo anterior, cambiándole su forma a la tercera persona plural en el modo imperativo, "las casadas estén sujetas a sus propios maridos". Y más tarde otro copista al ver la forma directa (aunque Pablo se dirige a los esposos en el v.25, cuando dice: "esposos amad a vuestras esposas"), no pudo imaginarse que Pablo no fuera igual de explícito y directo con las esposas, y cambió la forma del verbo del v.22 a la segunda persona plural del imperativo, para que dijera, "esposas, sujetaos a vuestros propios maridos". Es posible que la historia de la transmisión de este texto muestre modificaciones en el mismo texto motivadas por predisposiciones machistas cuya influencia nociva se deja sentir hasta nuestros días.
Si nuestra conclusión sobre las variantes en el texto griego del v. 22 es aceitada, entonces podemos percibir la posición secundaria que ocupa este versículo dentro de la estructura del pasaje. El párrafo del 5:21-33 tiene entonces dos lugares donde cae el énfasis, primero sobre el v. 21 donde el participio tiene la fuerza del imperativo, "someteos los unos a los otros..." y luego el v. 25 "maridos, amad a vuestras esposas
Observe la sutil diferencia de énfasis entre estas dos traducciones de los w. 21 y 22. La primera de la R.V. 1960: "Someteos unos a otros en el temor de Dios", "las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor", y esta, "Someteos unos a otros en el temor de Dios, las esposas a sus propios maridos, como al Señor".
La mayoría de nuestras traducciones han dado un énfasis equivocado al v.22 al insertarle un imperativo que no parece haber sido lo que Pablo escribió originalmente. Este imperativo ha distorsionado la forma de ver el pasaje y sus efectos nos acompañan hasta el día de hoy. Lo primero que casi todos ven al leerlo es que las esposas deben estar sujetas a sus maridos, y no se dan cuenta de que el énfasis cae sobre el versículo 21 donde se habla de la sujeción mutua que debe existir entre los esposos. Yo mismo caí en este error durante muchos años.
II Una nueva lectura de Efesios 5:21-33
Se ve claramente que Efesios 5:22-33 tiene dos partes: la primera del 22 al 24 en que el autor se refiere a las esposas, cuya estructura misma, como ya hemos señalado, nos obliga a interpretarlo a la luz del v. 21, del cual depende. El que las esposas estén sujetas a sus maridos debe entenderse sólo a la luz de la mutua sujeción que gobierna las relaciones conyugales. En la segunda parte, 5:25-33, el autor se dirige a los esposos, con el imperativo, "maridos, amad a vuestras mujeres". Pablo ilustra el principio de la sujeción mutua de la esposa al esposo y luego la entrega en amor del esposo por la esposa.
No recuerdo jamás haber escuchado a una mujer explicar y exponer este párrafo y la gran mayoría de las mujeres que en privado o en un pequeño grupo, han comentado sobre el pasaje sólo han reiterado lo que los exponentes varones han recalcado. A mí me parece que la interpretación de todo el pasaje ha caído bajo una nube de influencia chauvinista o machista que nos ha impedido ver mucho de lo que está aquí, y además ha afectado la forma evangélica latinoamericana de ver la familia. Viendo el programa de esta consulta sobre la familia mexicana uno se pregunta si fueron algunos móviles machistas secretos los que impidieron que hubiese una sola mujer ponente.
Para exponer con seriedad y balance este pasaje se requiere de dos exégetas: una mujer que explique lo que Pablo le dice a las esposas en los w.22-24 y un hombre que explique lo que le dice a los maridos en los w.25-33, y viceversa.
Mi deseo sería no comentar sobre los w. 22-24 y pasar directamente a los w.25-33, pero para restarle algo de peso a la interpretación tradicional de estos versículos, señalaré de paso unos cuantos puntos exegéticos.
El vocablo griego que en el v.21 se traduce por "someteos" y en el v. 24 se traduce por "estar sujeta" es el mismo, hupotasso, un verbo compuesto de tasso que significa "arreglar en orden las filas militares", y susderivados, "arreglar", "poner en orden", o "nombrar"; y la preposición hupo que significa "debajo de". El verbo compuesto quiere decir "ordenar de bajo de", o "someter" o "sujetar". El v.21 señala con toda claridad que la sujeción o sumisión es mutua, ambos cónyuges. Además debemos aclarar que cualquier sujeción o sumisión de la esposa para con el esposo es voluntaria. Pablo no escribió, como algunos han insinuado, "esposos, sujetad a vuestras esposas".
Cuando hoy se piensa en estar sujeto a alguien casi siempre se piensa en obedecerle. Observen que al dirigirse a los "hijos" en el 6:1 y a los "siervos" en el 6:5 Pablo usa el imperativo del verbo hupakuo, cuyo significado es escuchar u obedecer, y no el verbo hupotasso, someter o sujetar. Es muy claro que para Pablo hijos y siervos sostienen una relación con sus padres y amos^ caracterizada por la obediencia, pero no así la relación esposas con los maridos. De otra manera les hubiera escrito "esposas obedeced a vuestros maridos". En la sujeción mutua entre cónyuges o parejas puede existir en determinado momento la obediencia, pero ésta no es la principal característica de sus relaciones. Las relaciones que sostienen las esposas con sus maridos no se parecen a las que sostienen los hijos con los padres y los siervos con sus amos. Esto debe quedar claro.
Pablo da como razón para la sujeción, que "el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia..."v.23 ¿Qué quiere decir Pablo con la oración el marido es cabeza de la mujer? Al término "cabeza" se le ha inyectado una fuerte dosis de autoridad, que nos ha llevado a considerar modelos inadecuados. Uno, es militar, y coloca al marido como comandante y a su esposa como la que está bajo su mando. Otro es el administrativo que compara al marido con el gerente de una empresa, y a la esposa como alguien subordinado a él. Otro es el religioso en que el marido es el obispo espiritual de su esposa.
Para entender lo que Pablo quiere decir con esta oración "el marido es cabeza de la mujer" necesitamos remitirnos a la analogía original que él mismo emplea, "así como Cristo es cabeza de la iglesia". ¿Cómo es Cristo cabeza de la iglesia? Pues no es cabeza como un general es cabeza de un ejército, no como un gerente es cabeza de una empresa, ni aun como un obispo, si por obispo se entiende ejecutivo de una iglesia. Cristo es cabeza de la iglesia como la cabeza de un cuerpo. Pablo dice claramente que la iglesia es el cuerpo de Cristo y él es su cabeza.
¿Qué relación sostiene la cabeza con el cuerpo? Aunque a primera vista parezca que la cabeza gobierna los movimientos del cuerpo, hay ocasiones en que el cuerpo envía instrucciones a la cabeza, como por ejemplo cuando un miembro está enfermo y requiere de atención especial, o no puede desempeñar sus funciones normales. El buen funcionamiento de la cabeza depende del buen estado físico del cuerpo y el buen funcionamiento del cuerpo depende de la salud de la cabeza. Las relaciones entre cabeza y cuerpo son tan íntimas que no tienen vida separados uno del otro. Además son mutuamente benéficas y su funcionamiento es complementario.
No se puede concebir una autoridad de la cabeza sobre el cuerpo parecida a la autoridad que existe en los modelos institucionales de este mundo, porque la cabeza y el cuerpo son inseparables. La idea de cadena de mando simplemente no es adecuada en este caso. La autoridad como nosotros la concebimos procede de algo o alguien separado que se impone. No caracteriza las relaciones entre la cabeza y cuerpo, y no puede caracterizar las relaciones entre Cristo y la iglesia, ni entre la esposa y el esposo. Pero la idea de cabeza puede tomarse en el sentido en que hablamos de fuente o manantial que sirve de cabeza de un río. Cristo es la cabeza de la iglesia en el sentido en que él es el que la sostiene y la nutre. Así el esposo cuida y nutre a su esposa. Y parece que este es el sentido correcto del concepto de Cristo como cabeza de la Iglesia, pues Pablo agrega, "y él es su salvador". Si la idea fuera de autoridad máxima o jefe, Pablo hubiera agregado ' 'y él es el que la dirige o gobierna". Pero no es así. El marido es el que protege y salva a su esposa.
Pasemos ahora a considerar la parte del pasaje que corresponde a los versículos 25-33- La primera oración, "maridos, amad a vuestras mujeres", contiene el primer imperativo que aparece en el texto desde el 5:18, donde encontramos "sed llenos del Espíritu".
Esta exhortación es repetida con modificaciones gramaticales dos veces más en el pasaje; enelv.28 "Así también los maridos deben amara susmujeres"; y en la conclusión, en el v.33, "por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer". Me parece que esta triple repetición indica que el énfasis cae sobre el amor de los maridos por sus esposas y no sobre la sujeción de las esposas a sus esposos. Confieso que en determinadas ocasiones en mi propia vida este énfasis me ha molestado pues coloca la mayor responsabilidad sobre las relaciones conyugales sobre mí, como marido. Además yo hubiera querido que Pablo exhortara a las esposas a amar a los maridos.
Pablo explica con dos analogías cómo deben los maridos amar a sus esposas. La primera es "...como Cristo amó a la iglesia". De esta analogía se desprende una oración de explicación y tres oraciones que señalan el propósito de la acción de Cristo. Primero: Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella. El verbo griego traducido se entregó, es el que se usa para señalar la entrega a muerte de nuestro Señor. Al emplear este verbo el autor señala el amor sacrificial de Cristo por su iglesia. Luego agrega tres oraciones que señalan el propósito o fin para el cual Cristo se entregó. Estas oraciones son introducidas por la conjunción griega hiña, "para santificarla", habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra", luego, "a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante"; y finalmente "sino que fuese santa y sin mancha".
Jesucristo amó tanto a la iglesia que se entregó a sí mismo a muerte por ella, con el fin de purificarla, santificarla y perfeccionarla. Así debe ser el amor del marido por su esposa, constante y sacrificial, con el fin de embellecerla y de cultivar su personalidad como mujer. Su amor por su esposa no es con el fin de redituar un bien para sí mismo, sino en bien de ella como persona.
En la segunda analogía Pablo explica que los maridos deben amar a sus esposas, "como sus propios cuerpos" v.28 . En vista de que en el matrimonio el hombre y la mujer forman una sola carne, entonces, si el marido ama a su esposa, está amando a su propio cuerpo. No es difícil amarnos a nosotros mismos. Es parte de nuestro instinto natural, el cuidar y sustentar nuestros cuerpos; así debe el marido amar a su esposa, nutriéndola, cuidándola, dándole espacio para crecer y desarrollarse como si fuera su propio cuerpo.
Buscará brindarle todas las oportunidades, todos los medios por los cuales ella pueda desarrollarse como persona. Su preocupación será el bienestar completo de su esposa. El marido debe procurar no que su esposa sea una extensión de él mismo, sino que ella desarrolle su potencialidad como mujer, como ser humano, como un ser libre y autónomo, para que escoja bajo el Señor todo aquello que le proporcione su completa realización, pues esas son las intenciones de Cristo para su iglesia. Se espera que la esposa responda a este amor con entrega a su esposo, pero no hay tal garantía.
En la última parte del pasaje, los w. 30-32, Pablo funde las dos analogías en el concepto de que la esposa de Cristo y el cuerpo de Cristo son los mismos.
La iglesia es su cuerpo. Cristo ama a la iglesia, su esposa. Y su esposa voluntariamente se somete a este amor. Pablo entonces se remite a la Creación y cita aquel pasaje del Génesis 2:24 que Jesús también cita varias veces en los Evangelios, que expresa la intención divina para el matrimonio: "por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne." Al ser humano en su separatidad y soledad, Dios le ofrece la comunión íntima cara a cara con otro ser; en su unión se establece la imagen de Dios y los dos encuentran la realización de la vida.
En el v. 33 Pablo resume todo lo expuesto en las dos partes del pasaje, w. 22-24 y 25-32. John R.W. Stott, en su comentario sobre Efesios, resume el asunto de esta forma:
¿Qué significa "someterse"? Es el darse uno a otra persona. ¿Qué significa "amar"? Es el darse uno a otra persona, como Cristo se dio a sí mismo a la Iglesia. Así pues la sujeción y el amor son dos aspectos de la misma cosa, es decir la entrega de sí sin reservas, que es el fundamento de un matrimonio permanente y creciente. Y el entregarse a cualquier persona es un reconocimiento del valor del otro ser. Porque si me entrego, puede ser sólo porque valorizo a la otra persona tan altamente que estoy dispuesto a sacrificarme por él o ella, para que él o ella pueda desarrollar su ser en forma más plena. Al perderse para el otro o la otra encuentra su ser. Esa es la esencia del evangelio.
Yo me pregunto si nosotros los maridos evangélicos en México hemos amado a nuestras esposas así. Sospecho que en un buen número de los casos desde el noviazgo nosotros los hombres hemos visto a la mujer como un instrumento para nuestra propia realización. Por lo menos así fue en el caso mío. Cuando me casé ya tenía varios años en el ministerio. Yo quería casarme porque creía que una esposa me ayudaría a realizarme en el ministerio. Mi enfoque en el noviazgo fue egocéntrico. Pensaba primordialmente en cómo el matrimonio me beneficiaría a mí y no en cómo ayudaría a mi esposa a realizarse. Ella me quería y aceptó casarse conmigo, pero mi punto de vista, que ahora reconozco como machista, ha arrojado una larga sombra en nuestras relaciones.
Recuerdo también que en uno de mis pastorados, después de un conflicto en el seno de la congregación debido a ciertas posturas que yo había adoptado, presenté mi renuncia y acepté un nombramiento como maestro en un seminario teológico. A pesar de que el proceso que me llevó a esa decisión fue largo y doloroso, no tomé el tiempo ni tuve la atención para escuchar cuidadosamente y con empatía a mi esposa, que quería que permaneciéramos en la iglesia. Años más tarde me confesó que en vista de que durante ese período ella había dado a luz a nuestro cuarto hijo, no se sentía con fuerzas para presentar con firmeza sus objeciones a mi decisión. Yo tomé la decisión porque me parecía la mejor para mí y mi ministerio. No pensé en ella. Ahora me doy cuenta que eso no es como Cristo ama a la Iglesia y quiere que nosotros amemos a nuestras esposas.
La conclusión a que llego es que el énfasis tradicional que se le ha dado en nuestro medio ambiente a la interpretación del v. 22, "Casadas estén sujetas a sus maridos", es tal que permite que el machismo inconsciente que en muchos de nosotros hay, aflore afectando nuestro estilo de vida como esposos, e impide que atendamos plenamente lo que significa "maridos, amad a vuestras esposas," y lo expresemos concretamente en nuestra vida diaria ofreciéndole a nuestras esposas su desarrollo pleno como seres humanos. Esto me parece trágico.
III. La Pareja del Siglo I ante Efesios 5:22-33
Para concluir, tratemos de entender el efecto que pudo haber tenido este pasaje sobre la pareja del siglo I y en particular sobre la esposa. Para este fin necesitamos indagar sobre las costumbres y pautas culturales greco-romana y judías.
Un autor del siglo pasado describe la condición de la mujer romana así:
"Al principio hizo de la mujer una esclava; la sujetó a todos los caprichos del hombre, pues podía prestarla, jugársela, venderla, azotarla y hasta darle muerte. Más adelante una innovación importante de gracia moderó tamaños excesos, y por último, en tiempo de los emperadores, la mujer pudo alcanzar algunas de las libertades que se le debían; pero tanto se le había dicho que no era más que la humilde sierva de su amor, que su naturaleza era débil y por ende inferior al hombre; los privilegios que se le concedían de vez en cuando no se le otorgaban sino como una gracia especial, y por último, tanto se le encareció la necesidad en que se hallaba de ser dirigida y gobernada absolutamente, que ella no tuvo más remedio que creerlo todo y permitir que su dignidad permaneciese dormida y embotada".
Vicente Ortiz de la Puebla, en Historia Universal de la Mujer
Y Sobre el esposo escribe Poncelet, en Historia del Derecho Civil.
"Dura educación para los hijos y la mujer, la familia era para el padre y el esposo romano, la propiedad, el trono, el santuario de su potestad individual. Allí como aniquilados, absorbidos en su propia persona, los hijos y las esposas no eran más que extensión de su derecho y de su fuerza. Vivían en obediencia absoluta...".
Las niñas estaban bajo la tutela absoluta de su padre hasta que se casaban, cuando pasaban a la tutela del esposo, quien tenía autoridad sobre ellas. Todos los bienes de la mujer pasaban a ser propiedad de su esposo. Si ella cometía adulterio era penada severamente, no así su esposo. Él la podía divorciar por cualquier pretexto y ella no lo podía divorciar a él.
¿Y qué encontramos en la cultura judía del siglo I? Si bien es cierto que la moral era más alta entre los judíos, y el Torah (la ley divina) daba prescripciones que protegían a la mujer, sabemos que entre los judíos no contaban las mujeres. Cuando los evangelistas relatan la alimentación de los cinco mil, sólo cuentan a los hombres (Mt. 14:21). No participaban públicamente en las actividades de la sinagoga, y en el templo de Jerusalén tenían un atrio especial, separado de los hombres. El hombre podía darle una carta de divorcio a su esposa por casi cualquier pretexto, sin que ella tuviera recurso alguno o derecho de apelación (Mt. 10:1-2).
La discriminación que se practicaba contra la mujer se ve claramente en el caso de la mujer tomada en adulterio. Los escribas y fariseos le dicen a Jesús, "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio. Y en la ley nos mando Moisés apedrear a tales mujeres. ¿Tú pues qué dices?" (Juan 8:4,5). La ley decía: "Si un hombre cometiera adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos" (Lv. 20:10). Si la encontraron en el acto mismo, ¿por qué no trajeron también al hombre? En fin, si la condición de la judía era mejor que la de la gentil, era solamente por grados. La cultura judía de aquellos tiempos le daba su lugar al liombre, quien tenía todos los derechos y privilegios.
Ahora bien, si estas eran las condiciones que imperaban en la cultura greco-romana y judía del siglo I y que indudablemente regían en la ciudad de Éfeso, sede de la gran diosa Diana, ¿qué creen ustedes que les llamaría más la atención a dos mujeres casadas, una judía y otra gentil que por casualidad asistieran como visitantes a la reunión de los cristianos en la escuela de Tiranno en donde por primera vez se leyó la carta que Pablo manda a la iglesia, cuando ellas escuchan los versículos 21-33 del capítulo 5? Creo que no les llamaría mucho la atención lo de "esposas estad sujetas a vuestros maridos", porque ellas entendían bien y aceptaban su posición como mujeres sumisas a sus esposos. Creo que ni siquiera se les ocurriría no estar sujetas. Loque más les llamaría la atención serían dos cosas: primero, lo que Pablo les escribe a los esposos, "Maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la iglesia, y se entregó así mismo por ella", y toda la explicación que sigue; y en segundo lugar, si lo lograron captar, "Someteos los unos a los otros en el temor del Señor". Y finalmente creo que les entraría la curiosidad de saber más acerca de aquél que llamaban Cristo y en el cual y bajo el cual se configuraban las relaciones conyugales.
Y si en esa misma reunión se encontraran visitando por primera vez los maridos de esas mujeres, un gentil y el otro judío, ¿qué les impresionaría más a ellos de la lectura de Efesios 5:21-33? Creo que serían los mismos dos puntos. No le darían énfasis a la sujeción de sus esposas, pues ya las tenían bien sujetas. Y creo que ellos también tendrían profunda curiosidad, la misma curiosidad de sus esposas.
Conclusión
Es difícil para nosotros imaginarnos el impacto que tuvo el mensaje del evangelio sobre las relaciones conyugales y familiares entre los cristianos del siglo I. La figura de Jesús y su enseñanza fueron prepotentes. Una délas sobresalientes características de los relatos evangélicos es la forma en que presentan ajesús en su trato con las mujeres. Siempre las trató con respeto y les dio su lugar como personas. Las toma en cuenta. Aun violó las costumbres del día para hablar con ellas y darles su lugar y suplir sus necesidades. Y ellas respondían, siguiéndole y son las primeras en anunciar su resurrección. En Jesucristo la mujer del siglo I llegó a ser aceptada como persona, y empezó a realizarse como persona. Al extenderse el evangelio por todo el Imperio Romano mujeres de todos los niveles sociales aceptaron las buenas nuevas y fueron recibidas en el seno de la iglesia. Experimentaron una gran liberación, tal que hubo peligro de que al sentirse tan liberadas y al expresar esta libertad en los cultos públicos y su vida doméstica fuera motivo de escándalo.
Algunos exégetas bíblicos creen que por eso Pablo creyó necesario instruir a las mujeres que se sujetaran a sus maridos y limitar algunas de sus actividades dentro de la iglesia.
Me parece que muchas familias evangélicas en nuestro ambiente y particularmente los esposos necesitan aún hoy descubrir la fuerza liberadora del mensaje del evangelio en sus relaciones conyugales, conforme se perfilan en este pasaje, pues en Cristo no hay lugar para el machismo. Los últimos baluartes del machismo dentro de nuestras iglesias deben ser destruidos, para que de la nueva sociedad, la iglesia, brille la luz del evangelio a los hogares mexicanos donde todavía hay opresión y esclavitud causada por los patrones culturales que rigen allí.
Nota: El presente trabajo fue presentado en la Primera Consulta Evangélica sobre la Familia, que se realizó del 22 al 25 de julio de 1987, en la ciudad de Guadalajara,JaL, México.
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