sábado, 4 de noviembre de 2017

La Vida comunitaria de la Iglesia /Juan Driver.


Fragmento de: “Comunidad y Compromiso. Estudios sobre la renovación de la Iglesia. 

“La Iglesia se constituye en una experiencia común compartida entre todos sus miembros. Todos somos hijos de un solo Padre. Todos confesamos a un solo Señor Jesucristo. Y todos somos regenerados por el poder del Espíritu Santo. Por lo tanto, todos somos miembros unos de otros. La Iglesia no es meramente colección de individuos discretos, mas o menos unidos por algún convenio que define los alcances de su colaboración.

Ser una comunidad no es opcional para la Iglesia de Jesucristo. Por naturaleza somos una comunidad (y tenemos comunión). La pregunta que tenemos que formularnos es: ¿Qué clase de comunidad seremos? ¿Seremos una comunidad limitada y empobrecida, o una comunidad que realiza plenamente los propósitos que Dios tiene para ella? Compartir la vida en el Cuerpo de Cristo implica vivir en Cristo en toda la plenitud inherente es esa relación y, a la vez, convivir con nuestros hermanos en una expresión plena de vida comunitaria (Ver 1 Juan 1.3, 6, 7).

Definiciones

Para propósitos de claridad es preciso que definamos algunos términos, tales como "comunión", "comunidad", "vida comunitaria", "compartir", etc. En el Nuevo Testamento el término más expresivo para describir esta vida común en el Cuerpo de Cristo es el vocablo griego koinonía. Este término, junto con sus derivados, aparece unas cincuenta veces en el Nuevo Testamento y significa básicamente "aquello que se tiene en común". Un vistazo de algunas de las maneras en que este concepto es traducido en el Nuevo Testamento nos será útil: "comunión", "tener en común las cosas", "compartir", "participar", "compañerismo", "generosos", "contribución", "ofrenda", "ayuda mutua". . . Se notará la rica gama de significados que caracteriza este término. Es notable que aproximadamente la mitad de las veces que aparece koinonía en el Nuevo Testamento “se refiere a compartir en la esfera de lo espiritual, mientras que la otra mitad de las veces se refiere a compartir en la esfera de lo material.

“Koinonía" (Nota editor del blog; léase "kinonia") significa participación en algo en lo cual también otros participan; es compartir en forma consciente con otro algo que se tiene en común. Se trata de una vida fundamentada conscientemente en una posesión común: Cristo y su Espíritu. La verdadera comunidad cristiana es creada y sostenida por una fe común, una vida común en Cristo, un compromiso de obediencia común a Cristo como Señor, en fin, una participación común en el Espíritu. La fuerza y la calidad de esta vida en comunidad dependerá directamente de la intensidad y la integridad de este fundamento.”

Jesús y la koinonía

Jesús mismo tuvo unas cuantas cosas que decir a sus seguidores en cuanto a la vida en comunidad. Entre éstas se hallan sus enseñanzas sobre el uso de los bienes materiales. Hay un paralelismo en el Sermón del Monte que no siempre se nota: la actitud de Jesús hacia la violencia (Mt. 5:38-48) y la actitud de Jesús hacia los bienes materiales (6:19-34). (Idéntica preocupación se observa en Pablo, pues coloca los mismos dos temas en yuxtaposición en Romanos 12:13, 14). Es notable la manera en que algunos grupos de menonitas en su historia reciente han tendido a suavizar ambas enseñanzas de Jesús. Otros, en cambio, han enfatizado su doctrina sobre la violencia pero han tenido menos que decir en relación con las enseñanzas de Jesús sobre los bienes materiales. Cabe preguntar: ¿por qué no se toman con igual seriedad ambas enseñanzas? Ambas llevan el sello de la autoridad de Jesús. Tanto la no-resistencia como la actitud de Jesús hacia los bienes requieren confianza en la gracia de Dios para poder sobrevivir cuando se practican. En realidad, tanto "compartir bienes” como "renunciar a la violencia” son actitudes de fe en Dios en la  sociedad donde vivimos.

Koinonía" y hermandad

Otra forma de expresar el concepto de koinonía es el uso del término "hermanos” tanto para designar a la Iglesia como a sus miembros particulares.

"Hermanos” es la designación más frecuente para referirse a los cristianos en el Nuevo Testamento. Aparece unas doscientas cincuenta veces en Los Hechos y las Epístolas. Sin duda su uso es tan frecuente porque se trata de un saludo natural en una comunidad de este tipo. Esta hermandad nace de la obra que el "primogénito entre muchos hermanos” realiza para formar la "familia de Dios” (Ro. 8:29,30; cf. He. 2:11-13). "Hermandad” significa amor y responsabilidad mutua, plena participación de todos en la familia de Dios, un compartir pleno en la realización de la vida de la Iglesia, precisamente con el mismo sentido que el término koinonía tiene. Jesús mismo dio una nueva definición de "hermanos": son los que hacen la voluntad de Dios (Mr. 3:35); los que colocan las obligaciones de su nueva familia en primer lugar. Se sirven unos a otros en sus necesidades, sea de comida, ropa, o amistad (Mt. 25). En esta hermandad no existen distintos niveles de honor ni superioridad. Hay distinciones en términos de dones y funciones, pero no en términos de superioridad e inferioridad. "Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo" y “todos vosotros sois hermanos” (Mt. 23:10, 8).

Hay dos peligros que presentan una amenaza al desarrollo pleno de la visión neotestamentaria de comunión y hermandad como la mejor expresión, de la vida de la Iglesia. Son el individualismo y el institucionalismo. El individualismo es una perversión del sentido de responsabilidad e importancia personales que resulta en el menosprecio de las expresiones comunitarias de la vida en Cristo, el proceder por cuenta propia, el resistir el consejo y las advertencias de hermanos, el insistir en la voluntad de uno mismo por encima de la de la comunidad, el inclinarse a no compartir, etc. Consiste en la perversión del sentido de legítima responsabilidad individual ante Dios y de la experiencia personal con Cristo y con el Espíritu Santo, debido a un espíritu de exaltación propia.

Hay estructuras eclesiásticas que niegan al individuo la posibilidad de compartir la responsabilidad en la vida comunitaria y colocan a ésta en manos de unos pocos, sea en la congregación local, o en la relación entre congregaciones. Lo que logran con esto es fomentar la pasividad del individuo y la pérdida del interés y del sentido de responsabilidad para el bienestar del hermano y de la congregación. El resultado de esto es la negación de la misma naturaleza de la Iglesia.

No es cuestión de eliminar ni individuos ni instituciones. Es, más bien, cuestión de ordenar a éstos de acuerdo con la naturaleza comunitaria y fraternal de la Iglesia. Las instituciones deben servir los propósitos de la Iglesia, sin entrar en conflicto con su naturaleza fundamental y su misión. El que define el lugar del individuo en la Iglesia es el mismo Espíritu de Cristo que nos capacita para someternos unos a otros "en el temor de Cristo" (Ef. 5:21). y a servirnos unos a otros en amor. (Ro. 15.1.2 y Gá. 6.2-4).

“Koinonía" y renovación

Es notable cómo la auténtica koinonía de la Iglesia ha sido amenazada y hasta destruida por prácticas económicas muy poco fraternales. Jesús advierte que es muy difícil que un hombre rico entre en el Reino (Lc. 18:25) y que la ansiedad por los bienes es una actitud propia de los paganos (Mt. 6:32). Pablo da la impresión que por lo menos uno de los elementos que fomenta división en la Iglesia de Corinto son las diferencias económicas (1 Co. 11) у señala que en la comunidad cristiana "la raíz de todos los males es el amor al dinero" ( 1 Ti. 6:10). Santiago advierte contra la tentación de la Iglesia de favorecer al rico (cap. 2). A juzgar por las advertencias que hallamos en el Nuevo Testamento, aparentemente la tentación materialista, representaba un peligro mayor en la Iglesia primitiva que la tentación a la violencia. Como Jesús bien advirtió, la propiedad ejerce un poder diabólico sobre las personas. Existe en las sociedades en general una presión demoníaca que le lleva a uno a sacrificar cualquier valor ético por el dinero.

En este sentido debe señalarse que el Espíritu Santo “de Dios crea, profundiza y extiende la experiencia de comunidad en la Iglesia. En la experiencia pentecostal encontramos la negación de Babel. A partir de Pentecostés la comunicación en una comunidad y por medio de ella es una posibilidad viva. Se ha señalado que en casi todos los casos en el Nuevo Testamento el Espíritu Santo fue dado a grupos de personas, sea la compañía de discípulos reunidos en Jerusalén, o sean grupos familiares. Rara vez fue dado a individuos aislados, y aun en estos casos fue dado para la edificación del Cuerpo de Cristo. Pero, si bien el Espíritu Santo normalmente funciona en la comunidad y por medio de ella, no está limitado a la Iglesia organizada. Dios es libre y puede enviar profetas como sus voceros ante una iglesia apóstata.

“La koinonía es parte de la esencia de la Iglesia de Jesucristo. Por lo tanto no ha de sorprendernos que a lo largo de la historia de la Iglesia los movimientos de renovación que se han preocupado por retornar a sus raíces siempre han redescubierto algo de esta dimensión comunitaria. Entre estos movimientos se podría mencionar a los valdenses, los hermanos checos, los anabautistas, los cuáqueros, los metodistas y otros movimientos de renovación contemporáneos. Sin embargo, no se trata meramente de imitar un modelo antiguo de la Iglesia cristiana en nuestro afán de renovarnos. Más bien es cuestión de redescubrir experimentalmente esa koinonía que es de la misma esencia de la comunidad de Jesús y vivirla en el poder del Espíritu de Cristo.



Fragmento de: Juan Driver. “Comunidad y Compromiso. Estudios sobre la renovación de la Iglesia”. iBooks. 

sábado, 21 de octubre de 2017

La gracia cara (fragmento) / por Dietrich Bonhoeffer

La gracia barata es la gracia considerada como una mercancía que hay que liquidar, es el perdón malbaratado, el consuelo malbaratado, el sacramento malbaratado, es la gracia como almacén inagotable de la Iglesia, de donde la toman unas manos inconsideradas para distribuirla sin vacilación ni límites; es la gracia sin precio, que no cuesta nada. Porque se dice que, según la naturaleza misma de la gracia, la factura ha sido pagada de antemano para todos los tiempos. Gracias a que esta factura ya ha sido pagada podemos tenerlo todo gratis. Los gastos cubiertos son infinitamente grandes y, por consiguiente, las posibilidades de utilización y de dilapidación son también infinitamente grandes. Por otra parte, ¿qué sería una gracia que no fuese gracia barata?

La gracia barata es la gracia como doctrina, como principio, como sistema, es el perdón de los pecados considerado como una verdad universal, es el amor de Dios interpretado como idea cristiana de Dios. Quien la afirma posee ya el perdón de sus pecados. La Iglesia de esta doctrina de la gracia participa ya de esta gracia por su misma doctrina. En esta Iglesia, el mundo encuentra un velo barato para cubrir sus pecados, de los que no se arrepiente y de los que no desea liberarse. Por esto, la gracia barata es la negación de la palabra viva de Dios, es la negación de la encarnación del Verbo de Dios. La gracia barata es la justificación del pecado y no del pecador.

Puesto que la gracia lo hace todo por sí sola, las cosas deben quedar como antes. «Todas nuestras obras son vanas». El mundo sigue siendo mundo y nosotros seguimos siendo pecadores «incluso cuando llevamos la vida mejor». Que el cristiano viva, pues, como el mundo, que se asemeje en todo a él y que no procure, bajo pena de caer en la herejía del iluminismo, llevar bajo la gracia una vida diferente de la que se lleva bajo el pecado. Que se guarde de enfurecerse contra la gracia, de burlarse de la gracia inmensa, barata, y de reintroducir la esclavitud a la letra intentando vivir en obediencia a los mandamientos de Jesucristo. El mundo está justificado por gracia; por eso -a causa de la seriedad de esta gracia, para no poner resistencia a esta gracia irreemplazable- el cristiano debe vivir como el resto del mundo.

Le gustaría hacer algo extraordinario; no hacerlo, sino verse obligado a vivir mundanamente, es sin duda para él la renuncia más dolorosa. Sin embargo, tiene que llevar a cabo esta renuncia, negarse a sí mismo, no distinguirse del mundo en su modo de vida. Debe dejar que la gracia sea realmente gracia, a fin de no destruir la fe que tiene el mundo en esta gracia barata. Pero en su mundanidad, en esta renuncia necesaria que debe aceptar por amor al mundo -o mejor, por amor a la gracia- el cristiano debe estar tranquilo y seguro (securus) en la posesión de esta gracia que lo hace todo por sí sola. El cristiano no tiene que seguir a Jesucristo; le basta con consolarse en esta gracia. Esta es la gracia barata como justificación del pecado, pero no del pecador arrepentido, del pecador que abandona su pecado y se convierte; no es el perdón de los pecados el que nos separa del pecado. La gracia barata es la gracia que tenemos por nosotros mismos.

La gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la eucaristía sin confesión de los pecados, la absolución sin confesión personal. La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado. La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene; es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le siga.

La gracia cara es el Evangelio que siempre hemos de buscar, son los dones que hemos de pedir, es la puerta a la que se llama. Es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo -«habéis sido adquiridos a gran precio»- y porque lo que ha costado caro a Dios no puede resultarnos barato a nosotros. Es gracia, sobre todo, porque Dios no ha considerado a su Hijo demasiado caro con tal de devolvernos la vida, entregándolo por nosotros. La gracia cara es la encarnación de Dios.

La gracia cara es la gracia como santuario de Dios que hay que proteger del mundo, que no puede ser entregado a los perros; por tanto, es la gracia como palabra viva, palabra de Dios que él mismo pronuncia cuando le agrada. Esta palabra llega a nosotros en la forma de una llamada misericordiosa a seguir a Jesús, se presenta al espíritu angustiado y al corazón abatido como una palabra de perdón. La gracia es cara porque obliga al hombre a someterse al yugo del seguimiento de Jesucristo, pero es una gracia el que Jesús diga: «Mi yugo es suave y mi carga ligera».

Dos veces escuchó Pedro la llamada: «Sígueme». Fue la primera y la última palabra dirigida por Jesús a su discípulo (Mr. 1.17; Jn. 21.22). Toda su vida se encuentra comprendida entre estas dos llamadas. La primera vez, al borde del lago de Genesaret, Pedro, al escuchar el llamamiento de Jesús, había abandonado sus redes, su profesión, y le había seguido confiando en su palabra. La última vez, el resucitado vuelve a encontrar a Pedro al borde del lago de Genesaret, ejerciendo su antigua profesión, y le repite: «Sígueme». Entre ambas se desarrolla toda una vida de seguimiento de Cristo. En el centro se halla la confesión en la que Pedro reconoce a Jesús como el Cristo de Dios. Tres veces, al principio, al fin y en Cesarea de Filipo, Pedro ha oído anunciar la misma cosa: Cristo es su Señor y su Dios. Es la misma gracia de Cristo la que le llama: «Sígueme», y que se revela en su confesión del Hijo de Dios.

Tres veces se ha detenido en el camino de Pedro la gracia, la  única gracia anunciada de tres formas diferentes; así quedaba claro que era la gracia propia de Cristo, y no una gracia que el discípulo se habría atribuido personalmente. Fue la misma gracia de Cristo la que triunfó sobre el discípulo, llevándole a abandonar todo a causa del seguimiento, la que suscitó en él la confesión que debía parecer blasfema al mundo; fue la misma gracia la que llamó  al infiel Pedro a entrar en la comunión definitiva del martirio, perdonándole así todos sus pecados. En la vida de Pedro, la gracia y el seguimiento están indisolublemente ligados. Él había recibido la gracia cara.

Con la extensión del cristianismo y la secularización creciente de la Iglesia, la noción de gracia cara se perdió gradualmente. El mundo estaba cristianizado y la gracia se había convertido en el bien común de un mundo cristiano. Se la podía adquirir muy barata. Y, sin embargo, la Iglesia romana conservó un resto de esta noción primera. Fue de enorme importancia que el monaquismo no se separase de la Iglesia y que la prudencia de la Iglesia soportase al monaquismo. En este lugar, en la periferia de la Iglesia, se mantuvo la idea de que la gracia es cara, de que la gracia implica el seguimiento. Unos hombres, por amor a Cristo, perdían todo lo que tenían e intentaban seguir en la práctica diaria los severos preceptos de Jesús. La vida monacal se convirtió en una protesta viva contra la secularización del cristianismo y el abaratamiento de la gracia.


Pero la Iglesia, soportando esta protesta y no dejándola desarrollarse hasta sus últimas consecuencias, la relativizó; más aún, sacó de ella misma la justificación de su propia vida secularizada; porque ahora la vida monacal se convirtió en la proeza aislada de unos pocos, a la que no podía obligarse a la masa del pueblo de la Iglesia. La funesta limitación de la validez de los preceptos de Jesús para un grupo de hombres especialmente cualificados condujo a distinguir un nivel superior y otro inferior en la obediencia cristiana. Con esto, en todos los ataques posteriores contra la mundanización de la Iglesia, podía indicarse la posibilidad de seguir el camino del monaquismo en el interior de la Iglesia, al Iado del cual estaba perfectamente justificada la eventualidad de otro camino más fácil.

sábado, 14 de octubre de 2017

La santidad de Dios: Esa que experimentó Isaías por J. I. Packer



Una joven le preguntó cierta vez a un amigo mío: ¿En alguna oportunidad se encontró usted con el escritor C.S. Lewis?, Sí -replicó mi amigo En realidad, lo traté bastante. La joven permaneció en silencio por un momento y luego dijo tímidamente: ¡¿Cierto?! ¡¿Me permite que lo toque?! Mi amigo se echó a reír. Y al notar la admiración que esa muchacha sentía por Lewis, le contó algunas anécdotas que había vivido junto al conocido escritor.
A decir verdad, muchos somos los que apreciamos lo que Dios ha hecho a través de hombres como C. S. Lewis. Esas mentes lúcidas que trataron tantos temas con tanta claridad constituyen una riqueza invaluable en la historia de la iglesia. Pero hay algo mucho más grandioso que encontrarse con los famosos: es encontrarse con Dios mismo.

Un día todos nosotros nos encontraremos con Dios. Nos veremos a nosotros mismos parados ante El para su juicio. Si dejamos a este mundo sin perdón, será un evento terrible, fatal. Sin embargo, El ha provisto un modo de arreglar nuestras cuentas aquí, tener un encuentro con El en esta etapa, quitando todo el terror posible a ese futuro encuentro. Es posible que gente imperfecta como nosotros pueda vivir y morir en el conocimiento de que nuestra culpa se ha ido y que el amor -tanto el amor de Dios por nosotros como el nuestro por él- se haya establecido en una unidad gozosa que nada puede destruir. La manera en que se realiza ese encuentro por el que nos introduce en su gran gracia, sin embargo, no siempre es de completo bienestar. Hay quienes vivieron momentos traumáticos, como más adelante veremos en el caso de Isaías.

EL VERDADERO ENCUENTRO
¿Quién puede decir que ha visto a Dios? Ciertamente no aquellos que niegan su realidad y la posibilidad de conocerlo. Tampoco quienes no van más allá de decir “Creo que Alguien está allí”. Nos encontramos verdaderamente con Dios por medio de reconocer a su Hijo, Jesucristo, como el Camino, la Verdad y la Vida. Nos encontramos con Dios al entrar en una relación de dependencia con Jesús, como nuestro Salvador y Amigo, en un discipulado como nuestro Señor y Maestro. Esta respuesta nos obliga a decir que nadie encuentra a Dios -nadie encuentra a Cristo- hasta que la experiencia crucial de Isaías comienza a ser realidad en su propia vida.

¿QUE PASO CON ISAÍAS?
Necesitamos comprender lo que Isaías aprendió a través de su visión.
El la tuvo en el Templo. Naturalmente había ansiedad por el futuro, debido a la situación política, y cualquier tipo de trauma lleva a la gente a orar, a clamar a Dios. No es nada descabellado suponer que Isaías estaba en el templo para orar por el futuro de su pueblo.
El hecho de que éste sea el capítulo 6 de la profecía y no el capítulo 1 -donde Isaías nos dice que la palabra del Señor vino a él durante el reinado de Uzías, así como también de aquellos reinados que le siguieron (ver 1.1)- sugiere que ya era un profeta activo y que su deseo era saber cuál era su mensaje para el pueblo, motivo por el cual había venido al Templo en esta ocasión.
Uzías, como 2do. Crónicas enfatiza (ver 26.8,15-16), había sido un rey fuerte bajo el cual Judá había gozado de seguridad y prosperidad. Ahora el reino iba a pasar a su hijo Jotám, quien contaba con poco más de veinte años de edad. Nadie sabía qué clase de rey iba a resultar, por lo que todo Judá, incluyendo a Isaías, debió haberse inquietado por el bienestar nacional. Pero Dios se manifestó forzando al profeta a pensar en sí mismo y en su propia relación con Dios de una manera que nunca lo había hecho antes.
Demasiadas veces pensamos en Dios como alguien que está allí simplemente para ayudarnos. Buscamos sus auxilios y fuerzas para salir adelante bajo presiones extremas en lugar de atender nuestra necesidad real: la cual es enderezar nuestra relación distorsionada con él. Es parte de la misericordia de Dios el quebrar nuestros intentos de atarlo a nuestros propósitos, forzándonos a poner primero lo primero. Pero tal misericordia puede tener un aspecto temible, como Isaías descubrió.
Al profeta le fue mostrada la santidad de Dios. Vio al Señor en su trono, según nos dice, y a los ángeles adorándole mientras volaban ante el trono. Ellos decían: “Santo Santo, Santo es el Señor de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (6.3).
¿Qué mensaje recibió Isaías por lo que vio y oyó? Si usted busca la palabra santo en un diccionario de teología, encontrará que en ambos testamentos es una palabra que se aplica primariamente a Dios y expresa todo lo que lo separa de nosotros, haciéndolo diferente; todo lo que lo ubica por encima nuestro, haciéndolo digno de adoración y temor; y todo lo que lo opone a nosotros haciéndolo objeto de verdadero terror. El pensamiento básico que la palabra lleva es la separación de Dios con nosotros y de contraste entre lo que lo que él es y lo que nosotros somos. Ese fue el contraste que percibió Isaías en aquella ocasión.
Fue como si Isaías hubiera estado viendo una ópera. El humo invadía la escena y los quiciales (los grandes marcos de los portales) se estremecían por el profundo sonido de la voz de cada uno de los ángeles. Allí este hombre apreció que la santidad de Dios es algo terrible de contemplar. Al enfrentarse con Dios se convenció de que no había esperanza para él a causa de su pecado. Pero mientras tanto los ángeles celebraban la santidad de Dios en el más amplio sentido de la palabra, trayendo ante Isaías la conciencia de la infinita sabiduría y el ilimitado poder de Dios, así como también de su terrible pureza.

LA SANTIDAD DE DIOS
Enfoquemos ahora la santidad de Dios en su sentido completo e inclusivo. Pensemos en esto como luz, como un espectro de distintas cualidades que en su combinación constituyen la santidad. La narración de Isaías nos pone ante cinco realidades acerca de Dios en una combinación cuyo nombre apropiado es santidad.

“Cuyo dominio es sempiterno su reino por todas las edades”
Su señorío de la primera realidad que deseo manifestar. Para usar una palabra que les encanta a los teólogos, podemos hablar de soberanía. Esa es la primera de las realidades. La Biblia lo dice en cortas palabras: “¡El Señor reina; Dios es Rey!”
Isaías se encontró con un símbolo visual de señorío: Dios sentado en un trono. Otras personas en las Escrituras han visto también este símbolo. Ezequiel, por ejemplo, vio el trono de Dios viniendo hacia él desde una nube, con criaturas vivientes actuando como una especie de carro con ruedas girando en todos los ángulos en relación de unas con otras debajo del trono, donde uno hubiera esperado ver las patas del trono. Las criaturas vivientes y las ruedas eran, ambas, emblemas de energía interminable; Dios es el trono es infinita y eternamente poderoso. Ezequiel nos dice que el trono estaba en alto por encima de él, y enorme, y su impresión fue que una figura como de un hombre se hallaba sentado sobre él. (Ez. 1). Así también el trono que vio Isaías era alto y enorme; “el borde de sus vestiduras (de Dios) llenaban el Templo”.
La visión de Dios como Rey aparece frecuentemente en la Biblia. Los Salmos proclaman que Dios reina. Juan vio “un trono en el cielo con alguien sentado sobre él” (Ap. 4.2) (“Un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado”). Y 1 Reyes 22 nos cuenta de Micaías, el fiel profeta a quien Acab puso en prisión porque lo había amenazado con el juicio divino. Por pedido de Josafat, Micaías fue traído de la prisión para contestar la pregunta que dos reyes juntos le hacían: ¿Debía Acab, con ayuda de Josafat, intentar recapturar Ramot de Galaad de los sirios? La escena a la cual Micaías fue conducido era impresionante: “Vestidos de sus ropas reales, el rey de Israel -Acab- y Josafat, rey de Judá, estaban sentados cada uno en su silla en la plaza... y todos los profetas -unos cuatrocientos- profetizaban delante de ellos. Fue una ocasión oficial grandiosa. Sin duda había también una multitud admirada que observaba todo lo que sucedía. Micaías, sin embargo, no fue intimidado. Primero se burló de Acab imitando a los profetas de la corte y luego le dijo lo que era verdad, que si iba a Ramot de Galaad, moriría. El secreto de la valentía de Micaías está en el versículo 19, donde él declara: “Vi a Jehová sentado en su trono”. Micaías no se acobardó al ver a los dos monarcas; ¡la visión de Dios sobre el trono en el Cielo le mostró claramente quién estaba al mando!
Esta comprensión de la soberana providencia de Dios (porque eso es en realidad) es enormemente fortalecedora. Fortaleció a Micaías; fortaleció a Juan; sin duda fortaleció a Isaías también. Saber que nada sucede en el mundo aparte de la voluntad de Dios puede asustar a los no creyentes pero fortalece a los santos. Nos asegura que Dios tiene todo calculado y que todo lo que sucede tiene un significado, podamos entenderlo o no en ese momento. Pedro razonó acerca de la cruz de este modo en su primer sermón evangelístico predicado en la mañana de Pentecostés. “Este hombre entregado por el determinado y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándolo” (Hch. 2.23). “Ustedes lo hicieron por su propia y libre voluntad”, les dice Pedro. “Ustedes son culpables de haberlo hecho y necesitan arrepentirse, pero no se atrevan a imaginar que sucedió fuera de la voluntad de Dios”. Saber que Dios está en el trono nos sostiene al estar bajo la presión del mundo y enfrentar el dolor, la hostilidad y todas las situaciones que no parecen tener sentido. Para los creyentes es una verdad sustentadora y es el primer elemento o ingrediente en la santidad de Dios.

“Las naciones le son como gota de agua”
Su grandeza es el segundo elemento. La visión era de Dios en lo alto y exaltado, con los serafines de seis alas volando ante él en adoración. Note la postura de estos; la descripción tiene algo que enseñarnos. Las dos alas que cubren las caras de cada ángel nos hablan de reverencia y cohibición en la presencia de Dios. Esto nos señala que no deberíamos entrometernos en sus secretos. Debemos vivir contentos con lo que nos ha dicho. La reverencia excluye la especulación acerca de las cosas que Dios no ha mencionado en su Palabra. La respuesta de San Agustín a un hombre que le preguntó acerca de qué estaba haciendo Dios antes de crear el mundo, fue: “Estaba haciendo el infierno para las personas que hacen preguntas como esa”. Una aguda respuesta para hacerle ver al cuestionado la irreverencia que yacía detrás de su curiosidad. Una de las cosas que me atraen de Juan Calvino es su sensibilidad al misterio de Dios; la realidad de lo no revelado y su renuncia a ir un paso más allá de lo que dicen las Escrituras. El y Agustín nos aseguran que podemos estar contentos de no saber lo que las Escrituras no nos dicen. Cuando alcanzamos los límites más externos de lo que las Escrituras dicen es hora de parar con los argumentos y comenzar con la adoración. Esto es lo que nos enseñan las caras cubiertas de los ángeles.
Dos alas cubrían los pies de cada ángel; la modestia y la humildad ante la presencia de Dios. Ese es otro aspecto de la verdadera adoración. Los adoradores genuinos desean desaparecer del cuadro para no llamar la atención hacia ellos mismos, para que todos puedan concentrarse, sin distracción, en Dios únicamente. Un cristiano debe aprender que no puede presentarse a sí mismo como un gran predicador y maestro si quiere presentar a Dios como un gran Dios y a Cristo como el gran Salvador. Sólo cuando el yo se hunde Dios podrá ser exaltado, yendo ante su presencia con humildad y modestia. “Es necesario que El crezca, pero que yo mengüe” (Jn. 3.30).
Otra característica de los ángeles era que cada uno volaba en dos alas, tal como lo hacen los colibríes, listos para partir. Tal disponibilidad pertenece al verdadero espíritu de adoración. Adoración que reconoce el señorío y la grandeza de Dios. Adoración obediente, disponible.
Nuestra adoración, como la adoración de los ángeles, debe incluir los elementos de reverencia, humildad y disponibilidad para servir, o estaremos, en realidad, rebajando a Dios, perdiendo de vista su grandeza y poniéndolo a nuestro nivel. Debemos examinarnos a nosotros mismos: la irreverencia, la presunción y la parálisis espiritual frecuentemente desfiguran nuestra así llamada adoración. Debemos recuperar el sentido de la grandeza de Dios que los ángeles expresaban. Si pretendemos ser “olor grato” a El, necesitamos recordar que la grandeza es el ‘número dos’ en el espectro de cualidades que conforman la santidad de Dios.

“Su gloria llena la tierra”
El tercer elemento en la santidad de Dios es su omnipresencia manifiesta. ‘Toda la tierra está llena de su gloria”, dice la Biblia. Gloria significa la presencia de Dios mostrada para que su naturaleza y poder sean hechos evidentes. En ningún lugar podemos escapar de la presencia de Dios, y nosotros, como Isaías, debemos tener en cuenta esta realidad. Para quienes aman estar en la presencia de Dios esto es una buena noticia. Es una mala para aquellos que desearían que Dios no pudiera ver lo que hacen. El salmo 139 celebra la omnipresencia de Dios y su conocimiento exhaustivo de cada creyente. Termina con la súplica de que Dios, el examinador de corazones, muestre al salmista si hay algún pecado en él que debiera eliminar. “Examíname, oh Dios,... y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”, (v. 23-24). Nada pasa desapercibido a los ojos de Dios; todos nuestros “caminos de perversidad” son evidentes para El, no importa cuánto tratemos de esconderlos u olvidarlos. Este tercer aspecto de la santidad de Dios incomodara a cualquiera que no esté dispuesto a orar como el salmista.

“Así como El es puro”
Otro aspecto que incluye la santidad de Dios es su pureza. “Muy limpio eres de ojos para ver el mal; ni puedes ver el agravio”, dice Habacuc a Dios (1.13). La pureza de Dios es lo que la mayoría de las personas piensan cuando consideran su santidad. Isaías percibió esta pureza sin que una palabra fuera dicha. La sensación de ser inadecuado y estar contaminado para gozar de la compañía de Dios era algo abrumador. “¡Ay de mí!”, gritó, “¡que soy hombre muerto! porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de un pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los Ejércitos”. (6.5) Y así como el pecado es rebelión contra la autoridad de Dios, así también es la impureza en relación a la pureza de Dios. Como Isaías se sintió impuro ante Dios cuando reconoció su pecado, así le sucederá a cada persona cuya vida esté centrada en Dios. Esta sensación de corrupción o contaminación no es algo enfermizo ni neurótico; de ningún modo. Es natural, realista y saludable, una percepción verdadera de nuestra condición. Somos pecadores y es de sabios admitirlo.
“Soy hombre inmundo de labios”, dice Isaías pensando en particular en los pecados de palabra. La Biblia tiene mucho que decir en cuanto a este pecado porque refleja lo, que está en el corazón de una persona. “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lc. 6.45). Podemos usar el don del habla para expresar malicia y destruir a otros. Algunos chismorrean (“el arte de confesar los pecados... ajenos”). Otros engañan, explotan y traicionan a la gente con palabras suaves y mentiras. Abaratamos la vida con charla obscena, vergonzosa y rebajarte; arruinamos las relaciones con charla desconsiderada e irresponsable. Achatamos nuestra existencia con superficialidades vanas e intrascendentes. Cuando Isaías habla de labios inmundos nos representa.
Tal vez también haya en estas palabras una referencia al ministerio profético de Isaías. ¿Era el entregar el mensaje de Dios algo santo y que glorificaba a Dios o había escondidas motivaciones carnales? Desafortunadamente, esas motivaciones aún existen; predicadores con motivos oscuros y de labios inmundos.
“Y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos “, continúa Isaías. Presumiblemente está reconociendo que él anduvo con la multitud, tomando el ejemplo de ellos y hablando como ellos lo hacían, siendo malhablado con los malhablados, siendo desviado por el mal ejemplo. Sin embargo, no pone esto como excusa. Hacer lo que hacen los demás cuando en lo profundo uno sabe que está mal es una cobardía moral que no disminuye sino aumenta la culpabilidad. La conformidad de Isaías a las costumbres impuras de la sociedad que lo rodeaba hacía que su culpa fuera mayor. Quizá como profeta y predicador hasta el momento se consideraba en una categoría diferente a la de sus compatriotas, como si el hecho de denunciar los pecados lo excluyera a él de la culpa, mientras que él se comportaba igual que todos. Pero ahora entendía mejor, él era parte de ellos y no escapaba a la culpa nacional. Por primera vez, quizá, se vio a él mismo como el conformista hipócrita que era y expresó su vergüenza. La pureza de Dios había hecho 
de él un realista moral.

“Grandes son cada mañana tus misericordias”
El quinto cierna Dios es la santidad de Dios es la misericordia, la purgante y purificante misericordia que Isaías experimentó cuando confesó su pecado. Un serafín enviado por Dios voló hacía él y le tocó sus labios con un carbón encendido del altar para traerle el mensaje de Dios, que decía: “he aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”(v.7). Así como la verdadera convicción de pecado atañe a la pecaminosidad total y no sólo a los pecados en particular, las palabras del ángel significaban que todo el pecado de Isaías -conocido y no conocido- estaban redimidos (literalmente, quitados de la vista de Dios). La iniciativa aquí fue de Dios, como siempre sucede cuando las personas llegan a conocer su gracia. P.T. Forsyth solía insistir que la más simple, verdadera y profunda noción de la naturaleza de Dios es amor santo, la misericordia que nos salva de nuestro pecado no por ignorarlo sino juzgándolo en la persona de Jesucristo y así justificándonos. Indudablemente, Isaías habría estado de acuerdo con este concepto.

SU SANTIDAD Y NUESTRA VIDA
Nadie puede tener comunión con El de no ser por la redención que Dios mismo provee y aplica. Y nadie dará el mensaje de Dios como es debido si no tiene un conocimiento personal de su santidad, de la pecaminosidad de sus propios pecados, de la objetividad de la redención de Cristo y de la gracia de Dios al traernos a la fe y asegurarnos de perdón.
La adoración personal debe ser el apoyo principal de la vida y el ministerio del cristiano. Estos pensamientos son preciosos para mí; me mantienen orando y andando. Espero que también sean preciosos para usted y obren del mismo modo.


lunes, 26 de junio de 2017

El Reino de Dios, la escatología y la ética social en América Latina / Samuel Escobar

“El Reino de Dios, la escatología y la ética social en América Latina” Samuel Escobar

La prueba de fuego de la validez de toda reflexión teológica viene cuando ésta ha de concretarse en planteamientos al nivel de la ética. Una vez que se ha escuchado con claridad la Palabra de Dios para hoy, la tarea teológica es empezar a articular el camino de la obediencia.

Es en ese punto donde el pueblo de Dios decide si adoptará la difícil práctica de la verdad tanto como ha aplaudido la belleza y la lógica de la teoría, Y es en ese punto donde el protestantismo conservador (eso que en inglés llaman “evangelicalism”), que parece ser el que habla más alto dentro del protestantismo latinoamericano, muestra su flanco más débil. El mismo celo con que se lucha por la integridad del mensaje evangélico no se observa en el esfuerzo por articular una aplicación integral de ese mensaje a todas las áreas de la vida.

Hay momentos en que la práctica de la verdad de la Palabra de Dios significa para el pueblo de Dios la revisión y el cambio de prácticas y estructuras eclesiásticas, pastorales y misioneras. Práctica, revisión y cambio tienen que ver con obediencia, arrepentimiento y conversión, como bien lo demostraría un breve estudio etimológico. De allí su dificultad y de allí las resistencias: “dura es esta palabra, ¿quién la puede oír? Tanto Yoder como Miguez apuntan en sus trabajos del presente volumen a las demandas éticas que una visión renovada del reino nos imponen, y a las dificultades que encuentran entre nosotros para su aplicación.

Dos factores, entre otros, condicionan la resistencia a una reflexión valiente sobre las dimensiones éticas del evangelio en América Latina. Por un lado, la urgencia de la tarea evangelizadora y la misión entre las vastas masas paganizadas de nuestras repúblicas, ha llevado a algunos al delirio cuantitativo,  hasta el punto de que consideran ocioso e innecesario todo esfuerzo de autocrítica de la iglesia a la luz de la Palabra. (.....)

El arraigo del constantinismo católico en nuestro continente y su cristalización en estructuras religioso - políticas, determinó el complejo curso de nuestra ruta histórica. En el mero de un aparato social de tal magnitud la teología se volvió un ejercicio escolástico e ideológico. Casi la única pertinencia que tenía para la realidad era la de explicar las raíces “naturales” del sistema y  el “derecho divino” de los poderosos. Por fuerza la escatología devino únicamente fuente de consuelo, válvula de escape de las frustraciones de las masas. Como se ha señalado repetidamente, hasta se dio un proceso de neutralización del Cristo presentándolo sobretodo como figura vencida, sufriente, indefensa; frente a la cual sólo cabía la misma compasión sentimental   con   la   que   se  tranquilizaba   la  conciencia   dando limosna una vez por semana.

En este contexto aparece la presencia protestante, digamos mejor la presencia evangélica. Por fuerza toma un carácter polémico, una nota de abierto desafío al statu-quo. No está todavía claro el proceso de desarrollo teológico que acompaña la expansión evangélica en América Latina. Hay aquí una vasta investigación a la espera de un especialista consagrado. Digamos simplemente que, observados a cierta altura de su desarrollo, los grupos evangélicos que más se extienden en nuestras tierras adquieren un talante de protestantismo radical o anabautista. El protestantismo más respetable, el llamado “histórico”, se niega a emprender obra misionera en el seno de esta “cristiandad” establecida. Tal es el sentir de Edimburgo 1910, aquel gran primer cónclave ecuménico del siglo. Y sin embargo, el impulso misionero rompe el dique de esos escrúpulos teológico-políticos, y se lanza a la evangelización de estas tierras, partiendo a veces desde las filas mismas del protestantismo histórico. Llamo la atención de nuevo a este hecho por la significación que tiene para nuestra reflexión teológica.

Hemos hecho referencia a adquirir un talante anabautista. Con ello es necesario aclarar que aunque muchos evangélicos de América Latina tienen su origen en misiones que no eran anabautistas en doctrina u origen histórico, por su carácter de minoría dentro de una cristiandad establecida adquirieron una manera de ser semejante a la de los grupos de la llamada Reforma Radical del siglo XVI. 

En el seno de una cristiandad nutrida más de lo político que de   lo   espiritual,   los   evangélicos   afirmaron   la   naturaleza espiritual del reino de Dios. En el seno de un cristianismo constantiniano con “iglesia oficial”, los evangélicos afirmaron la absoluta separación entre el trono y el altar (o el púlpito). Su presencia en el seno de una cristiandad nominal era fruto del énfasis en la experiencia transformadora de la conversión personal y consciente, más que de la tradición bautismal. La manera de explicar esta presencia, se dirigió por fuerza a señalar la “caída” histórica de la Iglesia Romana. Es decir tenemos una serie de elementos teológicos que señalan a la tradición anabautista.

Tal vez debido a la toma de conciencia del post-constantinismo en la sociedad anglosajona y debido también a la aparición de un fermento revolucionario que alcanzó grados de intensidad inesperada en la segunda mitad de la década pasada, los ojos de los estudiosos se han vuelto de nuevo hoy en día hacia la llamada “ala radical” de la Reforma. Quien lee algunas de las muchas obras publicadas sobre el tema no puede dejar de notar las semejanzas entre los grupos anabautistas del siglo XVI y el protestantismo del primer momento en América Latina.


Fragmento de: “El Reino de Dios, la escatología y la ética social en América Latina” Samuel Escobar,  en  El Reino de Dios y América Latina, Casa Bautista de Publicaciones, René Padilla, editor, El Paso, 1975, pp. 127-156



sábado, 17 de junio de 2017

Los valores del reino / Militantes para un mundo nuevo, Juan Driver

LOS VALORES DEL REINO (Mt. 5:1-20)

Jesús fue comisionado por Dios a ser su Mesías en el mundo. Pero la forma de su mesianismo no respondió a las expectaciones populares de la mayoría de los judíos de la época. Se orientó, más bien, en la visión de Isaías del Siervo de Yahvéh. Esto explica la descripción que Mateo da de su ministerio mesiánico. «...enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (4:23). Como hemos notado, en este contexto Mateo coloca su colección de las enseñanzas de Jesús. Es una especie de «discurso inaugural» en que el Mesías que anuncia la llegada del reino, anuncia también el espíritu que orienta, y los principios que caracterizan, el nuevo estilo de vida propia de los participantes del nuevo reino. El Sermón del Monte es un resumen fundamental de la manera en que la vida se ordena en la comunidad mesiánica. La organización de estas enseñanzas en un solo «sermón» es probablemente el resultado de la redacción literaria que Mateo les ha dado. El hecho que muchas de estas enseñanzas aparecen en distintos contextos en; “Lucas” parece confirmar esta hipótesis.

Aunque multitudes oyeron el mensaje y vieron las obras de Jesús, el sentido de Mt. 5: lb,2 parece indicar que los discípulos de Jesús fueron los que recibieron sus enseñanzas. Como se ha señalado, estas instrucciones se entienden mejor como ética para discípulos, ciudadanos del reino mesiánico que se inaugura con la presencia del Mesías.

El género literario que emplea el adjetivo «bienaventurados» era algo común en la antigüedad y un breve resumen de su uso nos podrá resultar útil en la comprensión de estas bienaventuranzas. En el griego clásico generalmente el adjetivo, «bienaventurado», se reservaba para describir a los dioses o para designar felicidades humanas en aforismos populares. Este uso también penetró en el judaísmo de la época de Jesús. Pero en los Salmos, donde el uso del término es bastante común, esta bienaventuranza se distingue del uso griego. En los Salmos, la bienaventuranza se basa en la confianza personal en Dios y en el acatamiento a sus preceptos.

En los Evangelios de Mateo y Lucas también aparecen una serie de bienaventuranzas y sus contextos nos ayudarán a interpretar su significado. (Ver Mt. 11:6 y Lc. 7:23; Mt. 13:16 y Lc. 10:23; Mt. 16:17; Mt. 24:46 y Lc. 12:37,38,43; Lc. 1:45; 11:27,28; 14:14,15). En estas bienaventuranzas se destacan cuatro orientaciones fundamentales. 

  1.  Sin excepciones, describen una dicha que tiene su fuente en la presencia y actividad de Jesús; son bienaventuranzas cristocéntricas. 
  2.  Esta dicha está relacionada con la participación en un reino escatólogico —una dicha ya presente, pero que llegará a una manifestación definitiva en el reino futuro. 
  3.  Esta dicha está declarada, prometida y comunicada al mismo tiempo por Jesús a los que le oyen y obedecen con fe a pesar de la dura realidad de las desgracias presentes. Es en cierto sentido una dicha paradójica.
  4.   Esta dicha tiene un carácter cósmico. Finalmente, no es la creación como tal, sino la creación restaurada por Cristo, lo que constituye la dicha del discípulo.


A menudo en la Iglesia estas bienaventuranzas han sido malentendidas. A veces se ha pensado en ellas en términos legalistas de deber y recompensa: Ser pobre en espíritu a fin de participar en el reino de los cielos; ser mansos a fin de recibir la tierra por heredad; ser misericordiosos a fin de alcanzar misericordia, etc. Las bienaventuranzas no son cosas que uno puede ponerse a hacer mediante un sencillo acto de la voluntad. Otras veces se las ha concebido como virtudes opcionales para cristianos (o como «consejos de perfección» que un élite será capaz de cumplir):  Uno será manso porque la mansedumbre es su don, o porque se dedica a serlo con voluntad férrea; otro será misericordioso; otro será pacificador; etcétera. ¡Cómo si hubiera niveles de discipulado! ¡Cómo si el discípulo estuviera en posición de discutir las condiciones de su discipulado con su Señor! ¡No! Son más bien características del estilo de vida propia del reino y se espera que todos los miembros de la comunidad mesiánica reflejen todas estas características en su vivir diario por la gracia de Dios y por el poder de Su Espíritu Santo derramado sobre todos los hijos de Dios en la era mesiánica. 

Bienaventurados o dichosos son todos aquellos que participan por la gracia de Dios de la nueva vida del reino mesiánico anticipando la llegada del reino futuro en toda su plenitud. ¡Dichosos por el destino que les corresponde a los hijos de Dios! ¡Dichosos porque este estilo de vida representa la intención de Dios para la humanidad! ¡Dichosos porque aunque se tenga que vivir en medio de contratiempos y persecución se anticipa la creación restaurada por Cristo!

Estas bienaventuranzas se encarnan, sobre todo, en la persona de Jesucristo. Era más que evidente en la comunidad apostólica que todas estas características del reino se manifestaban con una claridad jamás imaginada en Jesús de Nazaret. El que anuncia que el reino de Dios es como un don para los pobres, es a la vez, pobre y humilde. Los apóstoles velan en Jesús aquel «que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza  fueseis enriquecidos»  (II Cor. 8:9). Jesús es el «manso y humilde» sin igual en quien se halla .  descanso (Mt. 11:28). La justicia que Jesús trae es la del reino de Dios que ofrece salvación y vida a los perdidos. Y en la Iglesia apostólica se reconocía que la «causa de Cristo» y la «causa de la justicia» eran una misma cosa (Mt. 5:10,11). En la figura de Jesús se reconoce al «Hijo de David» que es misericordioso, pues cura a los enfermos, ayuda a los perdidos y se ofrece a el mismo como «limosna» (misericordia) a los pobres de la tierra (Mt. 9:27; 15:22; 20:30,31). En Jesús se reconoce una integridad de todo su ser que le da autoridad para denunciar las hipocresías de los ritos que a fin de cuentas no purifican al hombre (Mt. 23). La comunidad primitiva veía en Jesús la personificación de la paz mesiánica, del   “shalom” de Dios. Jesús es el que otorga esta paz sin igual (Jn. 14:27). Paz que se establece por medio de la «guerra del Cordero» (Mt. 10:34; Apoc. 12:11; 17:14). 

Y sobre todo, la Iglesia apostólica percibió en Jesús el modelo del sufrimiento sacrificial. Tanto fue así que la cruz, símbolo supremo de la oposición ofrecida por los poderes de este presente siglo malo, llegó a ser céntrica en su comprensión de la obra salvadora de Dios en Jesucristo. La dicha del sufrimiento a favor de los pobres, los tristes, los cautivos, los ciegos y los oprimidos, vislumbrada en los cánticos de Isaías, ha hallado su manifestación más plena en la persona de Jesús. Y por esto los apóstoles señalaban a Jesús como modelo a seguir en el sufrimiento (I Ped. 2:21-24).

Lejos de representar una visión idealista, y un tanto utópica, de la sociedad, las bienaventuranzas describen la persona humana de Jesús de Nazaret en forma realista y concreta, y no sólo a Jesús, sino también a la comunidad de sus seguidores que respondieron con fe y obediencia a su llamado de gracia.


Tomado de:
Militantes para un mundo nuevo, Juan Driver. EEE

II. La Interpretación del Sermón del Monte / A. Los valores del reino, pág. 47 al 51. 

jueves, 25 de mayo de 2017

SOMETER O AMAR CAMBIO DE ÉNFASIS EN EFESIOS 5:21-33. / Juan Huegel

SOMETER O AMAR
CAMBIO DE ÉNFASIS EN EFESIOS 5:21-33. 
Por Juan Huegel

Introducción
Una hermosa tarde de verano, hace muchos años, regresaba a la ciudad de México después de haber pasado un día como turista en la ciudad de Puebla. Me acompañaba una señorita que yo había invitado para pasar unos días de vacaciones en la casa de mis padres. Era hija de misioneros en el África y yo la había conocido en Nueva York donde ella se preparaba para el servicio misionero. Ambos teníamos interés en descubrir si la voluntad de Dios para nuestras vidas incluía un amor entre nosotros que condujera al compromiso y al matrimonio. Habíamos estado estudiando la carta de San Pablo a los Efesios y esa tarde estacioné el auto al lado de la carretera cerca del pueblo de San Martín Texmelucan, bajo un frondoso árbol y abrimos la Biblia al capítulo 5. Yo tenía particular interés en saber cual sería su reacción al v. 22, “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos como al Señor”. Cuando llegamos a ese versículo y lo habíamos leído pausadamente, le pregunté, ¿Qué piensas acerca de esta exhortación?” Pasaron unos momentos durante los cuales ella miraba atentamente las palabras del texto y al fin volteó y me dijo, “Tú eres el primer hombre al cual yo estaría dispuesta a estar sujeta”. Ya se puede imaginar lo que sentí en ese instante. Sin embargo mis flechas de amor inseguro no llegaron al fin al blanco de su corazón y ella optó por otro.
Pocos años después encontré a otra que, gracias a la bondad y misericordia de Dios; aceptó mi proposición de amor inmaduro, nos casamos y formamos un hogar feliz. La barquilla de nuestro matrimonio navegó a veces por aguas pacíficas y a veces por aguas turbulentas pero comunes a todo matrimonio, y aunque en el horizonte se veían avecinarse los nubarrones de una tormenta, no fuimos lo suficiente sabios para prevenirnos y resolver con anticipación nuestras diferencias y desavenencias.
A los veinte años de casados nos encontramos en medio de una gigantesca tormenta y las enormes olas amenazaban nuestra frágil barquilla. En una ocasión durante ese tiempo, después de haber tratado de llegar a un entendimiento, mi esposa me acusó de no haber escuchado con auténtica atención lo que ella, por tantos meses me había estado tratando de decir y finalmente me dejó entender claramente que ella pensaba que yo era un chauvinista. ¿Yo chauvinista? No lo pude creer y menos aceptar, pero esta acusación clavada en mi mente por una persona que yo amaba produjo sus resultados.
Poco a poco empecé una evaluación de mi vida a la luz de esta acusación y finalmente, ante las evidencias de mis propios pensamientos secretos y actitudes comunes frente a la mujer, llegué a la conclusión que era cierto. Yo tenía fuertes rasgos machistas, velados y sofisticados, pero reales. Este descubrimiento me impulsó a que hiciera un nuevo estudio de aquel pasaje bíblico clave para el entendimiento de las relaciones conyugales, Efesios 5:21-33- El fruto de esta reflexión de varios años es este trabajo que presento a ustedes bajo el título de: “SOMETER O AMAR: Cambio de Énfasis en Efesios 5:21-33”
Propongo primero que nos acerquemos al pasaje haciendo un estudio de su contexto y un análisis de su estructura; luego pasemos a hacer una nueva lectura del pasaje en sí, notando especialmente lo que dice al esposo, y finalmente consideraremos al posible impacto del pasaje a la luz de la cultura del siglo I.

1. Contexto y Escritura del Pasaje
Varias de las epístolas (cartas) de San Pablo, especialmente las que fueron escritas a las iglesias durante su primer encarcelamiento, tienen dos secciones: la primera, en que explica las bases teológicas de la fe cristiana y la segunda, en que expone las consecuencias éticas de la misma. Efesios es una de éstas. El gran deseo de Pablo en esta carta es descubrir el gran misterio, que ha sido escondido desde siglos atrás: que los gentiles son coherederos con Israel de las promesas de Dios. Él explica que cuando Cristo murió en la cruz, Dios no sólo reconcilió a todos los seres humanos a sí mismo, tanto judíos como gentiles, sino que también los reconcilió entre sí, o sea entre ellos mismos, particularmente judíos y gentiles. El pecado humano estrelló la unidad que existía entre Dios y los humanos y entre los humanos mismos. En Cristo, Dios reconcilió a todos a sí mismos y ofreció a todos una misma dimensión de la vida en una nueva sociedad que es la Iglesia, cuya función es hacer patente a todos la reconciliación en Cristo y así remendar el tapiz roto de la humanidad. Al final todas las cosas serán reunidas bajo el dominio de Cristo. En resumen, el tema de la carta a los Efesios es la unidad reconstituyente de todas las cosas bajo Cristo. Al concluir esta exposición, Pablo prorrumpe en la oración y la doxología del 3:14-21.

A partir del capítulo 4, Pablo pasa primero a señalar la nueva ética que aquellos que han participado en la reconciliación en Cristo demuestran en su vida dentro de la nueva sociedad que se ha formado, esto es la Iglesia. Luego pasa a explicar las relaciones que deben existir entre aquellos que forman esta sociedad, empezando con las relaciones entre esposos y esposas. Esta explicación forma el pasaje al cual dirigimos nuestra atención.
Pablo explica que la nueva vida en Cristo es como andar o caminar, y usa esta palabra repetidas veces en esta sección de la carta (4:1,17; 5:1,15). Los pasos del que camina en Cristo, o sea su comportamiento de él en esta vida, son diferentes de como eran antes, pues antes eran como los pasos de los demás. Esto lo resume claramente Pablo en 4:22-24, donde escribe:
“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestios del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”.
Pablo indica cómo se manifiesta este nuevo modo de vivir en Cristo, por medio de los verbos en el modo im-perativo que abundan en esta sección, y otros que aunque no en el modo imperativo, sí conllevan la fuerza imperativa. Esto se refleja fielmente en nuestra versión en castellano: “despojaos” (4:22), “renovaos” (4:23), “vestios” (4:24), “sed benignos” (4:32), “andad” (5:1).
Algunos se expresan a través de una prohibición, un imperativo con negativo, “no seáis insensatos” y “no os embriaguéis con vino” (5:18). En el idioma griego, como en el español, hay tres modos gramaticales: el indicativo, el modo de la aseveración o afirmación; el subjuntivo, el modo de la duda o la condición posible; y el imperativo, el modo de la orden o la prohibición. Los teólogos han discurrido sobre esto, explicando que los imperativos de la ética cristiana surgen precisamente de los indicativos de la. revelación cristiana; o sea que en la obra creadora de Dios, en la obra redentora de Cristo y la obra santificadora del Espíritu Santo, encontramos las fuerzas que impulsan el comportamiento cristiano. Esto lo vemos con claridad diáfana en lo escrito a los efesios. Hay pues que prestar atención especial a los verbos en el modo imperativo y las oraciones subordinadas que dependen de ellos.
Empezando en el 5:15 hay una cadena de oraciones que contienen varios imperativos y varias prohibiciones: “Mirad cómo andéis” (5:15), “no seáis insensatos, sino entendidos” (5:17) y “no os embriaguéis... antes sed llenos del Espíritu”(5:18). Veamos con detenimiento esta última y las oraciones subordinadas que de ella dependen.
El v. 18 reza, según la R.V. 1960, de la siguiente manera, “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu Santo”. La primera parte de esta oración compuesta, contiene un imperativo con un negativo, expresando así la prohibición, con su predicado. La frase “en lo cual hay disolución”, explica las consecuencias de la acción de embriagarse. Pero la última parte de la oración contiene simple y llanamente el imperativo con su predicado, colocada esta parte en contra-distinción a la prohibición anterior, “antes bien sed llenos del Espíritu”.
A esta oración con el verbo en el modo imperativo presente, le siguen, en el texto griego, lo que a primera vista parecen ser cuatro participios presentes en tres oraciones subordinadas. Estos cuatro participios son traducidos al castellano, en nuestra versión, por cuatro gerundios: “hablando”, “cantando y alabando”,y”dando gracias”. Lo que Pablo dice es que la vida llena del Espíritu Santo se expresa continuamente de la siguiente manera, hablando entre vosotros con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en él.
Pero en el texto griego hay otro participio presente en el versículo 21 que también se podría traducir al castellano por el gerundio, “sometiéndose unos a otros”. Esta podría ser la última oración dependiente del imperativo en el v. 18, “...sed llenos del espíritu”. Así la mutua sujeción es otra expresión de la vida plena en el Espíritu Santo.
Varios editores colocan entonces el v. 21 al final del párrafo del 5:15-21.
Sin embrago la mayoría de los exégetas dicen que el participio de este verbo aquí tiene la fuerza de un imperativo, como lo tiene el mismo verbo en Ia Pedro 2:18 y 3:1, y traducen el v.21, “someteos unos a otros en el temor de Dios”, encabezando así un nuevo párrafo como en R.V. 1960.
Desde que el texto griego del Nuevo Testamento originalmente no tenía signos de puntuación, es permitido hacer esto. Además la estructura del pasaje parece favorecer este arreglo, aunque no deja de ser interesante el hecho de que este verbo “someteos” no es imperativo en el griego. La estructura misma del pasaje y las formas verbales apuntan a que la sujeción mutua de los esposos es expresión de la vida plena en el Espíritu Santo. A la vez es un principio que rige ías relaciones conyugales, expresadas por la sujeción de la esposa a su marido y la entrega en amor del marido por la esposa.
Y ahora, ¿qué del versículo 22? “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” para algunos editores y traductores, esta oración inicia otro párrafo, y el énfasis cae sobre la sujeción de la esposa al marido. ¡Cuántas veces en un servicio de bodas hemos escuchado al ministro iniciar su lectura bíblica precisamente en este versículo! Otros prefieren, como la R.V. 1960, colocar el v.21 al inicio del párrafo, y acomodar el v.22 como una segunda oración estructuralmente independiente de la primera.
Pero el v. 22 no se deja acomodar tan fácilmente así. En el texto griego del v.22 existe un problema, pues hay significativas variantes en el texto, como se encuentran en varios de los más importantes manuscritos.
El verbo griego, hupotasso,”yo someto” o “yo sujeto”, se encuentra en la tercera persona plural del imperativo en el códice Sinaítico del siglo IV, en el Alejandrino del siglo V, y en la Vulgata y algunos otros manuscritos latinos. Esta forma del verbo se traduciría, “las casadas están sujetas”. El verbo se encuentra en la segunda persona plural del imperativo en el textus receptus, o texto comúnmente llamado recibido, que incluye la mayoría de los manuscritos más tardíos y de segunda importancia. Esta forma se traduciría “casadas sujetaos...”. Pero en el papiro núm. 46 del siglo III, y el códice Vaticano del siglo IV, se omite el verbo.
¿Qué fue lo que escribió Pablo? “Las casadas están sujetas a sus propios maridos”, “casadas, sujetaos a vuestros maridos” o sin verbo alguno, “casadas a vuestros maridos”. El testimonio de los manuscritos más antiguos apoya la primera y la tercera, inclinándose quizá un poco por la tercera. En casos como éstos opera una regla de la crítica textual que afirma que ha de aceptarse la lectura que presente mayores dificultades. La razón es que cuando un copista encuentra en el manuscrito que le sirve de base para la copia que está haciendo una lectura que presenta dificultades, su tendencia es tratar de resolver las dificultades en su propia copia, es decir eliminando las dificultades en su copia.
Indudablemente la teoría más difícil es  la  última, pues es una oración sin verbo escrito, que sigue a una oración dependiente con participio, el copista podría haber pensado que ya era necesario introducir un verbo, máxime cuando sin verbo la oración se prestaría a confusión. Si esto es así, entonces Pablo probablemente escribió el v.22 sin verbo en el modo imperativo, y en castellano la oración podría traducirse así, “las casadas, a sus propios maridos”. ¿Pero qué se da a entender con esta oración sin verbo? Claramente depende de la oración anterior y el participio de la anterior está implícito en ésta. Podrían traducirse los w. 21 y 22 de la siguiente manera: “Someteos unos a otros en el temor de Cristo, las casadas a sus propios maridos como al Señor”. Si así es, entonces me parece que hay un sutil cambio de énfasis entre lo que Pablo pudiera haber escrito y lo que aparece en nuestras versiones.
Pero antes de seguir, consideremos brevemente algo en la historia de la transmisión de este texto, que por lo menos es de interés. Es obvio que un copista se sintió incómodo con que le faltara verbo a la oración. Pero hay algo más. Lo que parece más probable es que se sintió incómodo con la confusión que el texto producía sin verbo, y él pretendió que se viera con toda claridad la sujeción de la esposa al marido, y por tanto repitió el verbo del versículo anterior, cambiándole su forma a la tercera persona plural en el modo imperativo, “las casadas estén sujetas a sus propios maridos”. Y más tarde otro copista al ver la forma directa (aunque Pablo se dirige a los esposos en el v.25, cuando dice: “esposos amad a vuestras esposas”), no pudo imaginarse que Pablo no fuera igual de explícito y directo con las esposas, y cambió la forma del verbo del v.22 a la segunda persona plural del imperativo, para que dijera, “esposas, sujetaos a vuestros propios maridos”. Es posible que la historia de la transmisión de este texto muestre modificaciones en el mismo texto motivadas por predisposiciones machistas cuya influencia nociva se deja sentir hasta nuestros días.
Si nuestra conclusión sobre las variantes en el texto griego del v. 22 es aceitada, entonces podemos percibir la posición secundaria que ocupa este versículo dentro de la estructura del pasaje. El párrafo del 5:21-33 tiene entonces dos lugares donde cae el énfasis, primero sobre el v. 21 donde el participio tiene la fuerza del imperativo, “someteos los unos a los otros...” y luego el v. 25 “maridos, amad a vuestras esposas
Observe la sutil diferencia de énfasis entre estas dos traducciones de los w. 21 y 22. La primera de la R.V. 1960: “Someteos unos a otros en el temor de Dios”, “las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor”, y esta, “Someteos unos a otros en el temor de Dios, las esposas a sus propios maridos, como al Señor”.
La mayoría de nuestras traducciones han dado un énfasis equivocado al v.22 al insertarle un imperativo que no parece haber sido lo que Pablo escribió originalmente. Este imperativo ha distorsionado la forma de ver el pasaje y sus efectos nos acompañan hasta el día de hoy. Lo primero que casi todos ven al leerlo es que las esposas deben estar sujetas a sus maridos, y no se dan cuenta de que el énfasis cae sobre el versículo 21 donde se habla de la sujeción mutua que debe existir entre los esposos. Yo mismo caí en este error durante muchos años.

2. Una nueva lectura de Efesios 5:21-33
Se ve claramente que Efesios 5:22-33 tiene dos partes: la primera del 22 al 24 en que el autor se refiere a las esposas, cuya estructura misma, como ya hemos señalado, nos obliga a interpretarlo a la luz del v. 21, del cual depende. El que las esposas estén sujetas a sus maridos debe entenderse sólo a la luz de la mutua sujeción que gobierna las relaciones conyugales. En la segunda parte, 5:25-33, el autor se dirige a los esposos, con el imperativo, “maridos, amad a vuestras mujeres”. Pablo ilustra el principio de la sujeción mutua de la esposa al esposo y luego la entrega en amor del esposo por la esposa.
No recuerdo jamás haber escuchado a una mujer explicar y exponer este párrafo y la gran mayoría de las mujeres que en privado o en un pequeño grupo, han comentado sobre el pasaje sólo han reiterado lo que los exponentes varones han recalcado. A mí me parece que la interpretación de todo el pasaje ha caído bajo una nube de influencia chauvinista o machista que nos ha impedido ver mucho de lo que está aquí, y además ha afectado la forma evangélica latinoamericana de ver la familia. Viendo el programa de esta consulta sobre la familia mexicana uno se pregunta si fueron algunos móviles machistas secretos los que impidieron que hubiese una sola mujer ponente.
Para exponer con seriedad y balance este pasaje se requiere de dos exégetas: una mujer que explique lo que Pablo le dice a las esposas en los w.22-24 y un hombre que explique lo que le dice a los maridos en los w.25-33, y viceversa.
Mi deseo sería no comentar sobre los w. 22-24 y pasar directamente a los w.25-33, pero para restarle algo de peso a la interpretación tradicional de estos versículos, señalaré de paso unos cuantos puntos exegéticos.
El vocablo griego que en el v.21 se traduce por “someteos” y en el v. 24 se traduce por “estar sujeta” es el mismo, hupotasso, un verbo compuesto de tasso que significa “arreglar en orden las filas militares”, y susderivados, “arreglar”, “poner en orden”, o “nombrar”; y la preposición hupo que significa “debajo de”. El verbo compuesto quiere decir “ordenar de bajo de”, o “someter” o “sujetar”. El v.21 señala con toda claridad que la sujeción o sumisión es mutua, ambos cónyuges. Además debemos aclarar que cualquier sujeción o sumisión de la esposa para con el esposo es voluntaria. Pablo no escribió, como algunos han insinuado, “esposos, sujetad a vuestras esposas”.
Cuando hoy se piensa en estar sujeto a alguien casi siempre se piensa en obedecerle. Observen que al dirigirse a los “hijos” en el 6:1 y a los “siervos” en el 6:5 Pablo usa el imperativo del verbo hupakuo, cuyo significado es escuchar u obedecer, y no el verbo hupotasso, someter o sujetar. Es muy claro que para Pablo hijos y siervos sostienen una relación con sus padres y amos^ caracterizada por la obediencia, pero no así la relación esposas con los maridos. De otra manera les hubiera escrito “esposas obedeced a vuestros maridos”. En la sujeción mutua entre cónyuges o parejas puede existir en determinado momento la obediencia, pero ésta no es la principal característica de sus relaciones. Las relaciones que sostienen las esposas con sus maridos no se parecen a las que sostienen los hijos con los padres y los siervos con sus amos. Esto debe quedar claro.
Pablo da como razón para la sujeción, que “el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia...”v.23 ¿Qué quiere decir Pablo con la oración el marido es cabeza de la mujer? Al término “cabeza” se le ha inyectado una fuerte dosis de autoridad, que nos ha llevado a considerar modelos inadecuados. Uno, es militar, y coloca al marido como comandante y a su esposa como la que está bajo su mando. Otro es el administrativo que compara al marido con el gerente de una empresa, y a la esposa como alguien subordinado a él. Otro es el religioso en que el marido es el obispo espiritual de su esposa.
Para entender lo que Pablo quiere decir con esta oración “el marido es cabeza de la mujer” necesitamos remitirnos a la analogía original que él mismo emplea, “así como Cristo es cabeza de la iglesia”. ¿Cómo es Cristo cabeza de la iglesia? Pues no es cabeza como un general es cabeza de un ejército, no como un gerente es cabeza de una empresa, ni aun como un obispo, si por obispo se entiende ejecutivo de una iglesia. Cristo es cabeza de la iglesia como la cabeza de un cuerpo. Pablo dice claramente que la iglesia es el cuerpo de Cristo y él es su cabeza.
¿Qué relación sostiene la cabeza con el cuerpo? Aunque a primera vista parezca que la cabeza gobierna los movimientos del cuerpo, hay ocasiones en que el cuerpo envía instrucciones a la cabeza, como por ejemplo cuando un miembro está enfermo y requiere de atención especial, o no puede desempeñar sus funciones normales. El buen funcionamiento de la cabeza depende del buen estado físico del cuerpo y el buen funcionamiento del cuerpo depende de la salud de la cabeza. Las relaciones entre cabeza y cuerpo son tan íntimas que no tienen vida separados uno del otro. Además son mutuamente benéficas y su funcionamiento es complementario.
No se puede concebir una autoridad de la cabeza sobre el cuerpo parecida a la autoridad que existe en los modelos institucionales de este mundo, porque la cabeza y el cuerpo son inseparables. La idea de cadena de mando simplemente no es adecuada en este caso. La autoridad como nosotros la concebimos procede de algo o alguien separado que se impone. No caracteriza las relaciones   entre   la   cabeza   y cuerpo, y no puede caracterizar las relaciones entre Cristo y la iglesia, ni entre la esposa y el esposo. Pero la idea de cabeza puede tomarse en el sentido en que hablamos de fuente o manantial que sirve de cabeza de un río. Cristo es la cabeza de la iglesia en el sentido en que él es el que la sostiene y la nutre. Así el esposo cuida y nutre a su esposa. Y parece que este es el sentido correcto del concepto de Cristo como cabeza de la Iglesia, pues Pablo agrega, “y él es su salvador”. Si la idea fuera de autoridad máxima o jefe, Pablo hubiera agregado ‘ ‘y él es el que la dirige o gobierna”. Pero no es así. El marido es el que protege y salva a su esposa.
Pasemos ahora a considerar la parte del pasaje que corresponde a los versículos 25-33- La primera oración, “maridos, amad a vuestras mujeres”, contiene el primer imperativo que aparece en el texto desde el 5:18, donde encontramos “sed llenos del Espíritu”.
Esta exhortación es repetida con modificaciones gramaticales dos veces más en el pasaje; enelv.28 “Así también los maridos deben amara susmujeres”; y en la conclusión, en el v.33, “por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer”. Me parece que esta triple repetición indica que el énfasis cae sobre el amor de los maridos por sus esposas y no sobre la sujeción de las esposas a sus esposos. Confieso que en determinadas ocasiones en mi propia vida este énfasis me ha molestado pues coloca la mayor responsabilidad sobre las relaciones conyugales sobre mí, como   marido.   Además yo hubiera querido que Pablo exhortara a las esposas a amar a los maridos.
Pablo explica con dos analogías cómo deben los maridos amar a sus esposas. La primera es “...como Cristo amó a la iglesia”. De esta analogía se desprende una oración de explicación y tres oraciones que señalan el propósito de la acción de Cristo. Primero: Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella. El verbo griego traducido se entregó, es el que se usa para señalar la entrega a muerte de nuestro Señor. Al emplear este verbo el autor señala el amor sacrificial de Cristo por su iglesia. Luego agrega tres oraciones que señalan el propósito o fin para el cual Cristo se entregó. Estas oraciones son introducidas por la conjunción griega hiña, “para santificarla”, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra”, luego, “a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante”; y finalmente “sino que fuese santa y sin mancha”.
Jesucristo amó tanto a la iglesia que se entregó a sí mismo a muerte por ella, con el fin de purificarla, santificarla y perfeccionarla. Así debe ser el amor del marido por su esposa, constante y sacrificial, con el fin de embellecerla y de cultivar su personalidad como mujer. Su amor por su esposa no es con el fin de redituar un bien para sí mismo, sino en bien de ella como persona.
En la segunda analogía Pablo explica que los maridos deben amar a sus esposas, “como sus propios cuerpos” v.28 . En vista de que en el matrimonio el hombre y la mujer forman una sola carne, entonces, si el marido ama a su esposa, está amando a su propio cuerpo. No es difícil amarnos a nosotros mismos. Es parte de nuestro instinto natural, el cuidar y sustentar nuestros cuerpos; así debe el marido amar a su esposa, nutriéndola, cuidándola, dándole espacio para crecer y desarrollarse como si fuera su propio cuerpo.
Buscará brindarle todas las oportunidades, todos los medios por los cuales ella pueda desarrollarse como persona. Su preocupación será el bienestar completo de su esposa. El marido debe procurar no que su esposa sea una extensión de él mismo, sino que ella desarrolle su potencialidad como mujer, como ser humano, como un ser libre y autónomo, para que escoja bajo el Señor todo aquello que le proporcione su completa realización, pues esas son las intenciones de Cristo para su iglesia. Se espera que la esposa responda a este amor con entrega a su esposo, pero no hay tal garantía.
En la última parte del pasaje, los w. 30-32, Pablo funde las dos analogías en el concepto de que la esposa de Cristo y el cuerpo de Cristo son los mismos.
La iglesia es su cuerpo. Cristo ama a la iglesia, su esposa. Y su esposa voluntariamente se somete a este amor. Pablo entonces se remite a la Creación y cita aquel pasaje del Génesis 2:24 que Jesús también cita varias veces en los Evangelios, que expresa la intención divina para el matrimonio: “por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.” Al ser humano en su separatidad y soledad, Dios le ofrece la comunión íntima cara a cara con otro ser; en su unión se establece la imagen de Dios y los dos encuentran la realización de la vida.
En el v. 33 Pablo resume todo lo expuesto en las dos partes del pasaje, w. 22-24 y 25-32. John R.W. Stott, en su comentario sobre Efesios, resume el asunto de esta forma:
¿Qué significa “someterse”? Es el darse uno a otra persona. ¿Qué significa “amar”? Es el darse uno a otra persona, como Cristo se dio a sí mismo a la Iglesia. Así pues la sujeción y el amor son dos aspectos de la misma cosa, es decir la entrega de sí sin reservas, que es el fundamento de un matrimonio permanente y creciente. Y el entregarse a cualquier persona es un reconocimiento del valor del otro ser. Porque si me entrego, puede ser sólo porque valorizo a la otra persona tan altamente que estoy dispuesto a sacrificarme por él o ella, para que él o ella pueda desarrollar su ser en forma más plena. Al perderse para el otro o la otra encuentra su ser. Esa es la esencia del evangelio.
Yo me pregunto si nosotros los maridos evangélicos en México hemos amado a nuestras esposas así. Sospecho que en un   buen   número de los casos desde el noviazgo nosotros los hombres hemos visto a la mujer como un instrumento para nuestra propia realización. Por lo menos así fue en el caso mío. Cuando me casé ya tenía varios años en el ministerio. Yo quería casarme porque creía que una esposa me ayudaría a realizarme en el ministerio. Mi enfoque en el noviazgo fue egocéntrico. Pensaba primordialmente en cómo el matrimonio me beneficiaría a mí y no en cómo ayudaría a mi esposa a realizarse. Ella me quería y aceptó casarse conmigo, pero mi punto de vista, que ahora reconozco como machista, ha arrojado una larga sombra en nuestras relaciones.
Recuerdo también que en uno de mis pastorados, después de un conflicto en el seno de la congregación debido a ciertas posturas que yo había adoptado, presenté mi renuncia y acepté un nombramiento como maestro en un seminario teológico. A pesar de que el proceso que me llevó a esa decisión fue largo y doloroso, no tomé el tiempo ni tuve la atención para escuchar cuidadosamente y con empatía a mi esposa, que quería que permaneciéramos en la iglesia. Años más tarde me confesó que en vista de que durante ese período ella había dado a luz a nuestro cuarto hijo, no se sentía con fuerzas para presentar con firmeza sus objeciones a mi decisión. Yo tomé la decisión porque me parecía la mejor para mí y mi ministerio. No pensé en ella. Ahora me doy cuenta que eso no es como Cristo ama a la Iglesia y quiere que nosotros amemos a nuestras esposas.

La conclusión a que llego es que el énfasis tradicional que se le ha dado en nuestro medio ambiente a la interpretación del v. 22, “Casadas estén sujetas a sus maridos”, es tal que permite que el machismo inconsciente que en muchos de nosotros hay, aflore afectando nuestro estilo de vida como esposos, e impide que atendamos plenamente lo que significa “maridos, amad a vuestras esposas,” y lo expresemos concretamente en nuestra vida diaria ofreciéndole a nuestras esposas su desarrollo pleno como seres humanos. Esto me parece trágico.

3. La Pareja del Siglo I ante Efesios 5:22-33
Para concluir, tratemos de entender el efecto que pudo haber tenido este pasaje sobre la pareja del siglo I y en particular sobre la esposa. Para este fin necesitamos indagar sobre las costumbres y pautas culturales greco-romana y judías.
Un autor del siglo pasado describe la condición de la mujer romana así:
“Al principio hizo de la mujer una esclava; la sujetó a todos los caprichos del hombre, pues podía prestarla, jugársela, venderla, azotarla y hasta darle muerte. Más adelante una innovación importante de gracia moderó tamaños excesos, y por último, en tiempo de los emperadores, la mujer pudo alcanzar algunas de las libertades que se le debían; pero tanto se le había dicho que no era más que la humilde sierva de su amor, que su naturaleza era débil y por ende inferior al hombre; los privilegios que se le concedían de vez en cuando no se le otorgaban sino como una gracia especial, y por último, tanto se le encareció la necesidad en que se hallaba de ser dirigida y gobernada absolutamente, que ella no tuvo más remedio que creerlo todo y permitir que su dignidad permaneciese dormida y embotada”.
Vicente Ortiz de la Puebla, en Historia Universal de la Mujer
Y Sobre el esposo escribe Poncelet, en Historia del Derecho Civil.
“Dura educación para los hijos y la mujer, la familia era para el padre y el esposo romano, la propiedad, el trono, el santuario de su potestad individual. Allí como aniquilados, absorbidos en su propia persona, los hijos y las esposas no eran más que extensión de su derecho y de su fuerza. Vivían en obediencia absoluta...”.
Las niñas estaban bajo la tutela absoluta de su padre hasta que se casaban, cuando pasaban a la tutela del esposo, quien tenía autoridad sobre ellas. Todos los bienes de la mujer pasaban a ser propiedad de su esposo. Si ella cometía adulterio era penada severamente, no así su esposo. Él la podía divorciar por cualquier pretexto y ella no lo podía divorciar a él.
¿Y qué encontramos en la cultura judía del siglo I? Si bien es cierto que la moral era más alta entre los judíos, y el Torah (la ley divina) daba prescripciones que protegían a la mujer, sabemos que entre los judíos no contaban las mujeres. Cuando los evangelistas relatan la alimentación de los cinco mil, sólo cuentan a los hombres (Mt. 14:21). No participaban públicamente en las actividades de la sinagoga, y en el templo de Jerusalén tenían un atrio especial, separado de los hombres. El hombre podía darle una carta de divorcio a su esposa por casi cualquier pretexto, sin que ella tuviera recurso alguno o derecho de apelación (Mt. 10:1-2).
La discriminación que se practicaba contra la mujer se ve claramente en el caso de la mujer tomada en adulterio. Los escribas y fariseos le dicen a Jesús, “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo del adulterio. Y en la ley nos mando Moisés apedrear a tales mujeres. ¿Tú pues qué dices?” (Juan 8:4,5). La ley decía: “Si un hombre cometiera adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” (Lv. 20:10). Si la encontraron en el acto mismo, ¿por qué no trajeron también al hombre? En fin, si la condición de la judía era mejor que la de la gentil, era solamente por grados. La cultura judía de aquellos tiempos le daba su lugar al liombre, quien tenía todos los derechos y privilegios.
Ahora bien, si estas eran las condiciones que imperaban en la cultura greco-romana y judía del siglo I y que indudablemente regían en la ciudad de Éfeso, sede de la gran diosa Diana, ¿qué creen ustedes que les llamaría más la atención a dos mujeres casadas, una judía y otra gentil que por casualidad asistieran como visitantes a la reunión de los cristianos en la escuela de Tiranno en donde por primera vez se leyó la carta que Pablo manda a la iglesia, cuando ellas escuchan los versículos 21-33 del capítulo 5? Creo que no les llamaría mucho la atención lo de “esposas estad sujetas a vuestros maridos”, porque ellas entendían bien y aceptaban su posición como mujeres sumisas a sus esposos. Creo que ni siquiera se les ocurriría no estar sujetas. Loque más les llamaría la atención serían dos cosas: primero, lo que Pablo les escribe a los esposos, “Maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la iglesia, y se entregó así mismo por ella”, y toda la explicación que sigue; y en segundo lugar, si lo lograron captar, “Someteos los unos a los otros en el temor del Señor”. Y finalmente creo que les entraría la curiosidad de saber más acerca de aquél que llamaban Cristo y en el cual y bajo el cual se configuraban las relaciones conyugales.
Y si en esa misma reunión se encontraran visitando por primera vez los maridos de esas mujeres, un gentil y el otro judío, ¿qué les impresionaría más a ellos de la lectura de Efesios 5:21-33? Creo que serían los mismos dos puntos. No le darían énfasis a la sujeción de sus esposas, pues ya las tenían bien sujetas. Y creo que ellos también tendrían profunda curiosidad, la misma curiosidad de sus esposas.

Conclusión
Es difícil para nosotros imaginarnos el impacto que tuvo el mensaje del evangelio sobre las relaciones conyugales y familiares entre los cristianos del siglo I. La figura de Jesús y su enseñanza fueron prepotentes. Una délas sobresalientes características de los relatos evangélicos es la forma en que presentan ajesús en su trato con las mujeres. Siempre las trató con respeto y les dio su lugar como personas. Las toma en cuenta. Aun violó las costumbres del día para hablar con ellas y darles su lugar y suplir sus necesidades. Y ellas respondían, siguiéndole y son las primeras en anunciar su resurrección. En Jesucristo la mujer del siglo I llegó a ser aceptada como persona, y empezó a realizarse como persona. Al extenderse el evangelio por todo el Imperio Romano mujeres de todos los niveles sociales aceptaron las buenas nuevas y fueron recibidas en el seno de la iglesia. Experimentaron una gran liberación, tal que hubo peligro de que al sentirse tan liberadas y al expresar esta libertad en los cultos públicos y su vida doméstica fuera motivo de escándalo.
Algunos exégetas bíblicos creen que por eso Pablo creyó necesario instruir a las mujeres que se sujetaran a sus maridos y limitar algunas de sus actividades dentro de la iglesia.

Me parece que muchas familias evangélicas en nuestro ambiente y particularmente los esposos necesitan aún hoy descubrir la fuerza liberadora del mensaje del evangelio en sus relaciones conyugales, conforme se perfilan en este pasaje, pues en Cristo no hay lugar para el machismo. Los últimos baluartes del machismo dentro de nuestras iglesias deben ser destruidos, para que de la nueva sociedad, la iglesia, brille la luz del evangelio a los hogares mexicanos donde todavía hay opresión y esclavitud causada por los patrones culturales que rigen allí.


Nota: El presente trabajo fue presentado en la Primera Consulta Evangélica sobre la Familia, que se realizó del 22 al 25 de julio de 1987, en la ciudad de Guadalajara,JaL, México.

jueves, 4 de mayo de 2017

¿Qué servicio presta la Teología a la pastoral? /Alberto F. Roldán

¿Qué servicio presta la Teología  a la pastoral?
(fragmento del libro “¿Para que sirve la teología?” /Alberto F. Roldán

El trabajo pastoral hoy se ha complicado. El tipo de sociedad en que está inmersa la iglesia de hoy demanda una preparación cada vez más  amplia. La tarea pastoral es múltiple y compleja porque abarca administración, aconsejamiento, liderazgo, enseñanza. Sin desconocer la importancia de esas facetas, queremos referirnos a la predicación como función clave de su labor. Para una predicación eficiente, además de la guía y el poder del Espíritu que están fuera de toda discusión, el pastor debe conocer de Biblia, hermenéutica, homilética, comunicación y, por supuesto, teología. Anders Ruuth se ha ocupado de destacar la importancia de la teología en la vida y ministerio pastoral, señalando acertadamente:

No es el estudio en sí lo que convierte a un predicador en un buen predicador, tal como la dignidad de ser doctor en teología no garantiza en absoluto ser profeta. Pero el estudio confiere al predicador los conocimientos formales necesarios para ejercer su oficio de predicador, tal como el artesano y el profesional tienen que aprender las técnicas y prácticas propias de sus profesiones. Cualquiera siente respeto ante la persona que es capaz en su oficio. Así también el ministro debe hacerse respetar por los conocimientos que posee. *

Por supuesto que el respeto no se gana con títulos y diplomas colocados en cuadros y colgados en la pared del estudio del pastor. Son muchos los factores que inciden para ganarse el respeto y la reputación de la gente. Sin embargo, el ministro que se preocupa por estudiar sólidamente las Escrituras, dará un paso decisivo para que la congregación lo respete como siervo de Dios. Claro que hoy, en la cultura posmoderna, a la que nos referiremos en el último capítulo,  nos enfrentamos con otras formas de legitimación pastoral que privilegian la acción, el carisma, el crecimiento numérico, el poder y los milagros en detrimento del estudio y la preparación teológica. A eso respondemos: En primer lugar, no necesariamente debemos oponer los factores mencionados a la preparación académica. El conocimiento no se opone al obrar del Espíritu Santo, como si fuera una especie de teorema enunciado en estos términos: «el obrar del Espíritu Santo es directamente proporcional a la ignorancia del siervo de Dios».

En segundo lugar, el pastor que no se preocupa por su preparación bíblica y teológica, condena a su iglesia al infantilismo y al raquitismo espirituales y, muchas veces, termina por convertirse en un pastor monotemático que, como tal, desarrolla todos sus discursos alrededor de su tema favorito que puede ser: «los días de Génesis 1 como días literales de 24 horas», «la importancia del milenio para la vida cristiana» y «la guerra espiritual como paradigma hermenéutico para comprender las Escrituras y el propósito de Dios». Un pastor monotemático lejos está de poder ofrecer «todo el consejo de Dios» a su congregación. Y, en tercer lugar, todo pastor utiliza la teología en forma consciente o inconsciente, coherente o incoherente.

Cuando sube a la plataforma su discurso es, en esencia, un discurso teológico que habla de Dios, Jesucristo, la salvación, la vida eterna. En el acto de la predicación, el pastor no puede evitar echar mano de la teología, la haya estudiado debidamente o no, la haya elaborado pacientemente o la haya comprado hecha. Hoy no faltan pastores que en su entusiasmo carismático piensan que pueden prescindir de la teología, que no la necesitan. Sin embargo, a poco que se les escuche, notaremos fácilmente cómo apelan a los datos que son propios de la teología bíblica y sistemática. A ellos les cabe la crítica que hiciera Karl Barth, un gran teólogo de nuestro siglo que nunca dejó de ser pastor:

Igualmente grave es el hecho de que no pocos pastores, después de sus años de estudios, y luego de haberse adaptado a una rutina de servicio en la práctica, parecen opinar que la teología es un asunto concluido al que pueden dejar atrás como la mariposa deja la crisálida. ¡Así no se puede! **


* Anders Ruuth, «Hacia una teología de la predicación» en Emilio Castro, compilador,
Pastores del pueblo de Dios en América Latina, Buenos Aires: La Aurora, 1973.
** Karl Barth, Introducción a la teología evangélica, trad. Elizabeth Linderberg de Delmonte,

Buenos Aires: La Aurora, 1986, p. 63.