sábado, 3 de diciembre de 2016

La misión cristiana en un nuevo siglo / Samuel Escobar

La misión cristiana en el siglo veintiuno ha venido a ser  la  responsabilidad compartida  de una  iglesia global. Me lleno de asombro cuando considero los hechos misioneros de  nuestro  tiempo, y  empiezo  con  una  doxología, una  acción de gracias a Dios por el misterio y la  gloria del evangelio. Jesús, el Hijo encarnado de Dios, es el centro del mensaje evangélico que como una potente semilla ha florecido en innumerables plantas diferentes. Podemos nombrar un tiempo y un lugar del planeta en los cuales Jesús vivió y enseñó. En otras palabras, podemos ubicarlo dentro de una cultura particular, en un momento determinado de la historia. ‘Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros’ (Juan 1.14). 

Jesús  vivió  y  enseñó  en  Palestina,  durante  el  primer siglo de nuestra era. Luego de ello la historia de Jesús se ha  ido trasladando de  cultura  en cultura,  de  nación  en nación, de pueblo en pueblo, y algo extraño y paradójico ha sucedido. Aunque Jesús fue un artesano de Galilea, por todas  partes  hay  quienes lo  han  recibido,  amado  y  adorado, y pueblos diversos en cientos de culturas y lenguas han llegado a ver ‘la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo’ (2 Corintios 4.6). Más aun, en todos estos ámbitos diferentes hay personas y comunidades que han llegado a sentir lo que expresa esta frase: ‘Jesús es como uno de los nuestros’, y hay artistas que lo representan como a un paisano local, un hombre de su propia cultura. En este momento de la historia la iglesia global es una realidad mucho más cercana a esa revelación de futuro que tuvo el vidente del libro de Apocalipsis hacia el fin del primer siglo: ‘Una multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía contarla’ (Apocalipsis 7.9).

No puedo menos que confesar mi asombro cuando considero el hecho de que el evangelio sea ‘traducible,’ que se pueda traducir. Esto significa que el evangelio dignifica a toda cultura como vehículo válido y aceptable de la revelación de Dios. De la misma manera este hecho relativiza toda cultura, ya que no hay cultura o lengua ‘sagrada’ que se deba considerar como el único medio por el cual Dios puede darse a conocer. Ni siquiera el hebreo o arameo, lenguas que Jesús habló, resultan privilegiados, porque si se recuerda bien, los documentos originales del evangelio que poseemos son ya una traducción de esas lenguas al koiné, la forma popular del griego que era la lengua franca del primer siglo en el imperio romano.

Es evidente que el Dios que llamó a Abraham para formar una nación y que finalmente se reveló en Jesucristo tenía la intención de que su revelación alcanzase a todos los seres humanos. Jesús lo afirmó sin ambages en la Gran Comisión cuando dio instrucciones a sus apóstoles de hacer discípulos entre todas las naciones (Mateo 28.18). El apóstol Pablo lo expresó también en afirmaciones como ésta: ‘Esto es bueno y agradable a Dios nuestro Salvador, pues él quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad’ (1 Timoteo 2.3-4). Durante veinte siglos en los cuales muchos imperios han surgido y luego han caído, el Espíritu Santo ha continuado impulsando a los cristianos a la obediencia misionera, de manera que hoy tenemos la realidad de una iglesia global.

En este libro voy a explorar la realidad de cómo la iglesia propaga la fe cristiana. El corazón de la misión es el impulso a compartir las buenas nuevas con todo ser humano, a cruzar todo tipo de barreras con el evangelio. Como comunidad de creyentes en Jesucristo, la iglesia cumple una variedad de funciones. Como comunidad diferente en el mundo, su propia existencia es un testimonio viviente de la acción divina. Es una compañía de creyentes que tienen comunión unos con otros, y una experiencia de mutua pertenencia. Estos creyentes expresan gozosamente su gratitud a Dios en el culto o la alabanza; ofrecen sus acciones de servicio a las necesidades humanas tanto fuera como dentro de la iglesia; y hacen escuchar una voz profética al denunciar el mal cuando proclaman el reino de Dios. Todas estas actividades son parte de la respuesta a preguntas tales como: ‘¿Cuál es la misión de la iglesia en el mundo?’, o ‘¿Para qué existe la iglesia?’ Compartir las buenas nuevas, ir hacia el otro’ con el mensaje de Jesucristo, invitar a otros al gran banquete de Jesús: esto es lo que da sentido y dirección a todas las otras funciones. Así uno puede decir que la iglesia existe para la misión y que una iglesia que se limita a mirar hacia adentro no es verdaderamente la iglesia.

Tomado del libro: Cómo comprender la misión: de todos los pueblos a todos los pueblos. 1ra ed. Certeza Unida. Samuel Escobar.


miércoles, 16 de noviembre de 2016

La teología de “Las Puertas” / Thom S. Rainer, Eric Geiger.

La teología de “Las Puertas”

Con la certeza de que sus suegros estarían de alguna manera contentos con que su hija viviera en Miami, Eric compro una casa en un barrio cerrado. Después de todo, Miami no es el Lugar mas seguro para vivir. "Miami Vice" y ahora "CSI Miami" no ayudan a tal percepción. De manera que Eric estaba entusiasmado por informarle a sus suegros que hacia todo lo posible por proteger a su hija. Vive en un barrio cerrado al sur de Miami.
Al menos eso es lo que afirmaba el folleto cuando compro la casa.
Resulto ser que la entrada al barrio cerrado es una puerta de cano de PVC unida a un sistema mecánico. Eso es todo. En los 2 años y medio que Eric vive allí, la puerta ha funcionado unas 40 horas en total.
La desaparición de la puerta es sencilla. Quienes no recibieron el control remoto por correo, decidieron atravesarla. El cano de PVC pintado no estaba hecho a prueba de automóviles. La puerta se rompió. Durante algunas semanas, el consorcio de propietarios pago a una empresa para que la reparara. Luego, otra persona la atravesó. Finalmente, el consorcio decidió dejar de pagar.
Así que ahora la puerta de cano de PVC esta en el suelo, justo debajo del cartel que indica que se trata de un barrio cerrado. La puerta no pudo detener el transito. No pudo prevalecer ante la potencia de los autos. En realidad no sirvió para nada.
Las puertas del infierno son lo mismo. No tienen poder para contener el movimiento del evangelio. Jesús inicio el movimiento y el infierno no puede contenerlo.
Hay algo más que se relaciona con las puertas. Siempre son defensoras. Están para proteger, para guardar, pero jamas atacan. La puerta que yacía junto al cartel del barrio de Eric nunca to ataco, a pesar de todo lo que el decía de ella. Las puertas son ineptas, pero jamas están a la ofensiva. Solo a la defensiva. El infierno está siempre a la defensiva. Sin embargo, el movimiento de la iglesia jamas esta a la defensiva. Solo a la ofensiva. La iglesia siempre tiene el balón. No hay defensores en el equipo.
Esto es una buena noticia. La victoria esta garantizada.
El interrogante no es si vamos a ganar o no. El festejo por la victoria ya se ha determinado. Cristo lo ha prometido. Al final, ganaremos. Es mas, el enemigo jamas estará en posesión del balón. El reino de las tinieblas esta a la defensiva y nosotros estamos siempre al ataque.
Hasta el equipo mas incompetente podría ganar si el otro equipo jamas juega a la ofensiva. Podrá llevarle algo de tiempo, pero ganaran. Terminaran con la victoria.
La pregunta es: ¿cuanto ganaremos? ¿Cómo serán de grandes las abolladuras o marcas que le haremos a las puertas del infierno? ¿Qué puntaje alcanzaremos? ¿Impulsaremos el movimiento del evangelio a la fuerza a través de las puertas del infierno?

Que las puertas del infierno yazgan rotas en el piso. Allí, junto a aquel cano de PVC.

Fragmento del libro “La Iglesia simple, como volver al proceso divino de hacer discípulos” 
Autores, Thom S. Rainer, Eric Geiger.


lunes, 14 de noviembre de 2016

Historia de William Carey / William Carey

Historia de William Carey:
     Yo soy William Carey. Nunca he sido alguien que habla de sí mismo. Mi preferencia siempre ha sido hablar de mi Salvador y su gran fidelidad. Pero me han pedido que comparta algo sobre mi vida. Mientras crecía en Inglaterra, mi padre trabajaba como maestro. Por lo tanto, aprendí a leer a una edad muy temprana, y comencé a leer las Escrituras desde mis primeros años. También amaba los libros de aventura, ciencia e historia.
     Cuando tenía 14 años, mis padres me asignaron como aprendiz a un zapatero. Aunque yo había crecido dentro de la Iglesia de Inglaterra, no tenía una relación personal con Jesucristo. A través del testimonio persistente de otro compañero aprendiz, confié en Cristo y me convertí genuinamente a los 18 años. Inmediatamente comencé a testificar a mi familia y a mis conocidos.
    A los 21 años, me dediqué a ser pastor bi-vocacional. Un año más tarde, fui bautizado por inmersión y me hice bautista. Le doy gracias a Dios por los maravillosos pastores bautistas que se acercaron a mí como mentores, ayudándome a crecer en la fe. Durante los próximos diez años continué trabajando como zapatero, mientras enseñaba por las noches desde mi hogar a los niños de la aldea y predicaba los domingos. Me casé justo antes de cumplir 20 años, y los tiempos fueron muy difíciles para mi creciente familia. Nunca tuvimos mucho dinero, y a veces teníamos muy poca comida. Nunca llegué en mis estudios más allá de la escuela elemental, pero aprendí por mí mismo latín, griego, hebreo, italiano, francés y alemán.
     Siempre mantenía un mapa del mundo frente a mí en la zapatería, y una pila de libros a mi lado. La lectura del Diario del último viaje del capitán Cook tuvo una profunda influencia en mí; yo quería que las personas de todo el mundo conocieran a Cristo como Salvador. La vida y el diario de David Brainerd, de Jonatán Edwards, también me conmovió profundamente. Además, leí sobre el trabajo misionero de los moravos. Una vez me paré en una reunión de pastores y propuse discutir el tópico “El deber de los cristianos de esforzarse y propagar el evangelio entre las naciones paganas”. Uno de los ministros mayores me dijo en alta voz: “Jovencito, siéntese. ¡Cuando Dios quiera convertir a los paganos, él lo hará sin su ayuda ni la mía!”. Pero nadie podía pararme. Cuanto más estudiaba y oraba, más reconocía que Dios quería que yo hiciese algo. Y comencé a escribir mis pensamientos y convicciones que se convirtieron en un libro al que le di un título muy largo, pero que entre nosotros lo llamaremos “Una pregunta”. El libro articulaba mi convicción de que la Gran Comisión es tan vigente hoy como lo fue entre las primeras iglesias. Lamentablemente, muchos pastores e iglesias no compartían mis convicciones. Durante la reunión de primavera de nuestra asociación en el año 1792 fui invitado a predicar en un culto de la mañana.
     Comprendiendo que Dios podía usar este momento para involucrar a nuestras iglesias en las misiones, escogí como texto básico Isaías 54:2, 3 que habla de alargar las cuerdas y reforzar las estacas. Tratando de aplicar el mensaje que Dios tenía para el antiguo Israel a las iglesias de mi tiempo, derramé mi corazón en ese mensaje y resumí diciendo: “Esperen grandes cosas de Dios; emprendan grandes cosas para Dios”. Al otro día nuestra asociación de iglesias comenzó a hacer planes para formar una sociedad bautista que propagaría el evangelio. ¡Yo estaba emocionadísimo!
     Un año después de la formación de nuestra sociedad misionera, salí navegando hacia la India con mi esposa y mis cuatro hijos, junto con dos asociados. Los comienzos de nuestra obra en ese vasto país estuvieron plagados de dificultades y tropiezos.
Pedro, nuestro hijo de cinco años, murió poco después de llegar, y otros dos hijos murieron más tarde. Mi esposa, Dorothy, comenzó a deprimirse y se hundió en un severo trastorno mental. Un trágico fuego destruyó mucho de mi trabajo de traducción, y tuve que comenzar otra vez. Me llevó siete años ganar al primer hindú para Cristo.
     Pero también hubo muchos triunfos. Dios bendijo nuestro trabajo. Mis colegas y yo pudimos traducir la Biblia a más de 30 idiomas asiáticos, y compilamos diccionarios de varios idiomas. Comenzamos el Colegio Serampore para entrenar a los plantadores de iglesias y a los evangelistas. También creamos más de 100 escuelas rurales, 18 misiones y muchas iglesias.
     Ahora tengo 73 años y mi vida está llegando a su fin. Con respecto a todo lo que puedan leer y escuchar sobre mí, comprendan, por favor, que no se trata de lo que yo hice sino de lo que Cristo hizo. “Si alguna vez llego al cielo, se deberá a la gracia divina, desde el principio hasta el fin”.


lunes, 7 de noviembre de 2016

Convicciones básicos para identificarse con la tradición anabautista / Stuart Murray

Estas   son las  convicciones centrales que describen los compromisos básicos para identificarse con la tradición anabautista:


1. Jesús es nuestro ejemplo, maestro, amigo, salvador y Señor. Es la fuente de nuestras vidas, el punto central de nuestra fe y estilo de vida por medio del cual entendemos la iglesia y nuestro compromiso con la sociedad. Nos comprometemos a seguirlo y adorarle.

2. Jesús es el punto central de la revelación de Dios. Nos comprometemos con una lectura cristocéntrica y con la comunidad de fe como el lugar primario desde dónde interpretamos las Escrituras y discernimos su aplicación para el discipulado.

3. La cultura occidental esta lentamente saliendo de la cristiandad. La iglesia y el estado formaban una unión que presidía la sociedad y asumía que todo era cristiano. Cualquiera pudieran haber sido sus contribuciones positivas a la formación de valores e instituciones, la cristiandad distorsionó seriamente el evangelio, marginó a Jesús y debilitó a las iglesias para llevar adelante su misión. Al reflexionar sobre esto, nos comprometemos a aprender de la experiencia y perspectivas de movimientos como el anabautismo que rechazó las suposiciones de la cristiandad como estándar, buscando alternativas de pensamiento y conductas.

4. La frecuente vinculación de la iglesia con el status, la riqueza y la fuerza no es apropiada para los seguidores de Jesús, dañan nuestro testimonio. Estamos comprometidos a ser buenas nuevas a los pobres, los marginados y los perseguidos, conscientes de que este discipulado genera oposición y a veces puede resultar en sufrimiento y martirio.

5. Las iglesias son llamadas a ser comunidades comprometidas con el discipulado y la misión. Lugares donde se fomenta amistad, el compromiso mutuo y una adoración multifacética. Al comer juntos y compartir la cena del Señor, afirmamos la esperanza y buscamos juntos el reino de Dios. Nos comprometemos a desarrollar este tipo de iglesias en donde se valoran a los jóvenes, ancianos; dónde el liderazgo es abierto al diálogo y los roles se asignan según los dones y no el género. El bautismo es para creyentes.

6. La espiritualidad y la economía están mutuamente relacionados. En una sociedad individualista y consumista, en un mundo donde la injusticia es moneda común, nos comprometemos a buscar formas de vida que reflejen la sencillez, el cuidado por la creación y el trabajo por la justicia.

7. La paz es central al evangelio. Como seguidores de Cristo en un mundo dividido y violento, nos comprometemos a buscar alternativas no-violentas y a aprender como vivir en paz unos con otros como individuos, iglesias, sociedad y naciones.

Tomado del Libro:
ANABAUTISMO
AL DESNUDO
Convicciones Básicas de una
Fe Radical

de

STUART MURRAY

sábado, 29 de octubre de 2016

Decisiones sobre los integrantes del cuerpo pastoral / Thom S. Rainer

Decisiones sobre los integrantes del cuerpo pastoral


Pasar tiempo con el equipo pastoral durante una consulta siempre conduce a cuestiones profundas y clave, en especial en las conversaciones de pasillo. En este sentido, uno de los principales interrogantes que expresan los líderes de la iglesia es: ¿Dónde puedo encontrar a alguien que sirva en este ministerio? Ambas iglesias están en la búsqueda de nuevos integrantes. En las conversaciones acerca de los posibles candidatos, surgen algunas consideraciones clave.

Miembros del cuerpo pastoral en la Primera Iglesia


La Primera Iglesia busca el mejor equipo posible. Esto tiene sentido, ¿no? Esta realidad la expresan con claridad los líderes encargados de la búsqueda de nuevos integrantes. La meta es conseguir un equipo de primera Línea, con el mejor en cada rol. Se cree que esto producirá un mayor impacto en la iglesia y en la comunidad. Esta suposición aparenta ser sabia, pero tiene su defecto.
Demostró ser errónea en la Primera Iglesia. El equipo actual esta lleno de personas dotadas pero que corren en direcciones distintas. La filosofía establecida es: Consigue unos pura sangre y déjalos correr. Suena bien. Sin embargo, cuanto mas conversamos con el grupo, mas nos damos cuenta de que existen múltiples filosofías ministeriales dentro del cuerpo pastoral. Obtener los mejores no hace que todos tiren para el mismo lado. Sin un compromiso con el todo, cada uno se manifiesta agresivo y apasionado por su propio ministerio. Las personas no fueron reclutadas para unirse en un movimiento coherente y unificado.
El problema no es la falta de entrevistas previas ni el análisis de las referencias, y tampoco la falta de pasión. La Primera Iglesia realiza entrevistas e interrogatorios bastante completos y, al parecer, todo el equipo camina con Dios. El problema es que no hay un proceso principal para buscar y conseguir integrantes para el cuerpo pastoral. El reclutamiento de personal calificado con distintas filosofías ministeriales o diferentes enfoques es la base para la frustración y el desastre.
He aquí una imagen del grupo pastoral de la Primera Iglesia (los nombres se han cambiado). El pastor John es responsable del ministerio estudiantil. El pastor Bill es responsable de la educación de adultos, que incluye la escuela dominical y grupos pequeños. A ambos los apasiona la evangelización. Los dos se han concentrado en eso a lo largo de su ministerio. Se los reconoce por haber constituido ministerios evangelísticos. Eso les resulto atractivo al pastor y al equipo de búsqueda. Parecería que pueden llevarse Bien, que van a conformar un gran equipo.
No exactamente.
Ambos concuerdan desde el punto de vista teológico. Se entusiasman cuando conversan sobre evangelización y el llamado a hacer discípulos. Ambos creen que los perdidos deben escuchar el evangelio. Sin embargo, no concuerdan con el punto de vista filosófico. Enfocan la evangelización de distinta manera. El pastor Bill cree en la capacitación formal en evangelismo. Sobre esta creencia erigió su ministerio. Mientras que el pastor John cree en el servicio evangélico, y con este enfoque construyo el suyo. En los papeles, ambos coexisten. En la realidad, las dos filosofías chocan.
Los jueves por la noche, el pastor Bill ofrece capacitación formal en evangelismo. Invita a toda la iglesia. Se lo pasa promocionándola. Solicita al pastor principal que lo anuncie desde el púlpito. Incluso no comprende por que el pastor John no alienta a los estudiantes a que asistan a esa reunión. Los sábados por la mañana, el pastor John ofrece oportunidades de servicio evangelístico. Los adultos y los adolescentes sirven a la gente de manera tangible.
Quienes apoyan a Bill opinan que lo de John es superficial. Quienes apoyan a John, dicen que el enfoque de Bill es frío. Algunos padres que asisten al grupo de Bill no desean que sus hijos adolescentes concurran al grupo de John. Ambos grupos se encuentran en constante competencia no explicita. Bill y John están teológicamente alineados, pero no lo están en el sentido filosófico. Son los mejores en su campo, pero a ambos les cuesta estar en el cuerpo pastoral, en parte por culpa de la presencia del otro.
Se sonríen en el atrio y saludan uno a la familia del otro, pero existe una gran distancia. Ninguno esta equivocado, ninguno es menos piadoso. Son tan solo distintos en su esencia. Y el pastor no quiere hacer las veces de árbitro.

Miembros del cuerpo pastoral en la Iglesia de la Cruz


En la Iglesia de la Cruz también se hallan en la búsqueda de nuevos integrantes Para el cuerpo pastoral, pero sus preguntas son distintas. Lo que buscan es diferente. Como en la Primera Iglesia, desean personas que Sean intachables en su carácter y competentes en su llamado ministerial. Sin embargo, también buscan personas que acepten el proceso ministerial que tienen. Esto es importante para ellos.
Cada miembro del cuerpo pastoral es elegido según el proceso de amar a Dios, amar a otros y servir al mundo. Algunos miembros de equipo talentosos y altamente recomendados no fueron considerados por tener una actividad preferida. Y estas actividades quedan fuera del proceso ministerial de esta iglesia. De manera que no tomaban en cuenta a alguien así.
A la Iglesia de la Cruz le preocupa más tener un equipo unido que uno lleno de personalidades.
Si quieren un pastor de estudiantes, buscan uno que guíe a los estudiantes a amar a Dios, amar a los demás y servir al mundo. Si quieren un pastor de adultos, buscan uno que guíe a los adultos a amar a Dios, amar a los demás y servir al mundo. Son rigurosos en esto durante la entrevista. Son así de apasionados con el proceso y así de coherentes.
Los miembros del equipo con los que hablamos no se sienten reprimidos sino libres. Y se sienten así porque también están apasionados con el proceso. No se trata de que deben dejar algo de lado, sino que es algo de lo que ansían formar parte. Los emociona sentirse participes de una iglesia que ve el ministerio de la misma manera en que ellos lo ven. Algunos ayudaron a crear el proceso. Otros se comprometieron con el antes de ingresar al cuerpo pastoral.
Los limites son claros y se los anima a implementar y a ejecutar el proceso ministerial con creatividad y libertad. Los miembros del equipo actuales no son replicas exactas unos de otros. No se visten igual ni hablan igual. No les gusta el mismo tipo de música ni leen los mismos libros. Pero si están alineados en cuanto a como se desarrolla el ministerio en la Iglesia de la Cruz.

Fragmento de “Decisiones sobre los integrantes del cuerpo pastoral”
Capitulo dos: La iglesia simple (y no tan simple) en acción 
del libro “La Iglesia simple, como volver al proceso divino de hacer discípulos” 
Autores, Thom S. Rainer, Eric Geiger.

martes, 25 de octubre de 2016

MENSAJE A LA IGLESIA IBEROAMERICANA / Por Antonio Peralta


Ante un auditorio colmado de asistentes al Tercer Congreso Misionero Iberoamericano, el autor analiza y señala valientemente, con profundo contenido bíblico y cristo-céntrico, algunos de los males que aquejan el acontecer evangélico de nuestros días.  

MIRAR HACIA ATRÁS sobre dos décadas de siembra y cosecha en el mundo musulmán,  para intentar extraer de todo ello algunas lecciones para el futuro de la obra misionera transcultural desde Iberoamérica, no resulta nada fácil. Siempre he sido más de concentrarme en los desafíos del presente y el futuro que en recordar los aciertos y desaciertos del pasado. Sin embargo, dado que a nuestro Padre tanto le apasiona extender a todas las etnias del mundo las asombrosas bendiciones (de la justificación por la fe y la de la recepción de su Espíritu) que prometió a su amigo Abraham, tendremos que emplear nuestros mejores esfuerzos de reflexión, para intentar buscar las formas de proporcionarle a nuestro amado Redentor toda la satisfacción que Él se merece. Entiendo que es a esto que está abocado este congreso.
Veinte años de convivencia y testimonio en una sociedad islámica no pueden sino tener un impacto sobre nuestra perspectiva de las cosas. Las veces que hemos vuelto con mi esposa a visitar iglesias en Latinoamérica, hemos comentado diversos contrastes entre los dos contextos y también notado algunas tendencias del «evangelicalismo» latino contemporáneo que nos preocupan por parecernos estorbos en lo que atañe a llevar el evangelio de la gracia de Dios a pueblos como los musulmanes. Con toda humildad y respeto quisiera compartir cinco de estas preocupaciones en este mensaje a la iglesia iberoamericana. Confío que el Espíritu de Dios confirmará las cosas que Él considere importantes, y desechará las demás.

El humanismo «cristiano» 
La primera preocupación que viene a mi mente es lo que he llamado, en una contradicción deliberada de conceptos: humanismo «cristiano» (o cristo-humanismo). Me refiero a la marcada tendencia de muchísimos creyentes a transferir la cosmovisión predominante de nuestras sociedades occidentales modernas a su experiencia religiosa, manteniéndose ellos en el centro de su nuevo universo cristiano: «La cosa más importante es mi bienestar, felicidad y realización. Dios está aquí para salvarme, ayudarme, bendecirme, prosperarme, sanarme, y concederme a mí todos los deseos de mi corazón. Mediante mi fe, mis ayunos, vigilias, diezmos, ofrendas, y asistencia a todos los cultos, puedo conseguir que Él me dé lo que yo quiero». (Hasta en la obra misionera fácilmente caemos en tener a nuestros contactos, nuestros proyectos o nuestros convertidos como el foco principal de nuestra atención y «adoración».)
La contradicción, por supuesto, radica en que el universo cristiano ya tiene un Centro, y ese Centro no es ni tú ni yo (¡ni tu iglesia, ni mi denominación!), sino el Sol de justicia, Aquel que murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor, a quien pertenecen las naciones y quien merece recibirlas como ofrenda, por quien y para quien fueron creadas todas las cosas, y a quien corresponde –en todo– tener la preeminencia.
Viniendo de un contexto donde los cristianos son perseguidos, me resulta desconcertante escuchar por televisión o en muchos de nuestros cultos-shows, un evangelio de oferta o evangelio-light que nos dice exclusivamente lo que deseamos oír sin peligro a ofender: todo amor, emoción y satisfacción para mí; nada de ira, pecado, juicio, condenación, sufrimiento, o martirio. Muchas veces me he quedado con la duda: si costara igual de caro en Latinoamérica que en el mundo musulmán seguir a Jesús, ¿cuántos miembros tendrían nuestras congregaciones? En el Norte de África no se pregunta (y aquí no deberíamos preguntar tampoco):
«¿Quién quiere aceptar la salvación?»; la pregunta más bien es: «¿Quién quiere entregarse con alma y cuerpo al Señor y Salvador?». Si no logramos restaurar y mantener en nuestras iglesias y en nuestro accionar misionero un cristo-centrismo radical, con Jesucristo el Señor como comienzo y fin de todas las cosas (no un simple medio para algún objetivo nuestro), sería mejor (¡y mucho más honesto!) que nos uniéramos a la Nueva Era para abiertamente adorarnos a nosotros mismos. Habríamos perdido toda relevancia espiritual y toda posibilidad de ser verdaderos portadores de la luz del evangelio de la gloria de Cristo para los pueblos enceguecidos por las idolatrías y mentiras del dios de este siglo.
¡Señor, envía a tu mies obreros con una visión grandiosa de Cristo, apasionados por Él y por su gloria entre todas las naciones!

La teología de resultados 
Una segunda preocupación es que parece haberse popularizado en esta época de abundante cosecha en América Latina una mentalidad que yo tildo de teología de resultados: «Si la cosa sale fácil, sin mayores complicaciones o contratiempos, y si pronto se ve el fruto que uno esperaba, entonces podemos saber que era la voluntad de Dios; si es al revés, entonces no». «La voluntad de Dios es que concentremos todos nuestros esfuerzos en aquellos pueblos y lugares donde se puede obtener la mayor cosecha con la menor inversión de tiempo, esfuerzo y dinero». Aunque criterios de esta clase puedan resultar provechosos para empresas con fines de lucro, nunca han servido para discernir la voluntad de Dios. Es aleccionador examinar el contexto del pasaje clásico del llamado misionero que encontramos en Isaías 6: Dios llama, Isaías responde, y los resultados son: incomprensión, rechazo y destrucción… y la promesa de un eventual pequeño retoño.
Necesitamos urgentemente recuperar una teología de la obediencia, en la que cualquier esfuerzo, cualquier sacrificio merece la pena, si es que nos lo pide Aquel de quien somos y a quien pertenecemos.12 Recuerdo las palabras de un hermano norteafricano comentando la costumbre de orar por mayor libertad para la propagación del evangelio, quien decía: «¡No necesitamos más libertad; necesitamos más obediencia!». La obediencia a los mandatos divinos –cuando no tiene sentido aparente y cuando va en contra de lo que naturalmente querríamos hacer– es la única forma que tenemos de demostrarle a Dios las dos cosas que Él más valora: nuestra fe y nuestro amor.13
Además, la obediencia de fe, antes de ver resultados tangibles, parecería ser el cimiento espiritual sobre el cual le place al Señor edificar todos sus grandes proyectos. Podemos pensar en el padre de la fe, Abraham, como también en el Autor y Consumador de la fe, Jesucristo. Abraham recibió promesas divinas de que poseería toda la tierra de Canaán y que tendría descendientes como la arena del mar, pero murió con apenas un hijo de esa promesa y una parcelita de tierra donde sería enterrado junto a su esposa Sara. Sin embargo, no se debilitó en la fe, tampoco dudó, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido.14 Hebreos atestigua: «Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo […] por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos».15 Jesucristo, el ejemplo supremo, quien nos envía como Él fue enviado,16 siendo dueño del universo, obedeció perfectamente la voluntad del Padre, pero murió abandonado por todos y poseyendo apenas la ropa que vestía. Sin embargo, como resultado de esa fe y obediencia radicales, los descendientes espirituales de Abraham y de Jesucristo hoy sumamos millones.
Algo parecido ha pasado también en cada uno de nuestros pueblos iberoamericanos. Hubo una o más generaciones de siembra sacrificial por parte de los portadores iniciales de la fe, quienes casi sin ver resultados persistieron en obedecer a su Capitán, algunos incluso hasta el martirio. Pero la gran cosecha que vemos hoy en nuestras naciones se la debemos –mucho más que a métodos o estrategias modernas– a la base de fidelidad y obediencia que ellos estuvieron dispuestos a colocar. ¡Ahora nos toca a nosotros expresar nuestra gratitud, y saldar nuestra deuda, haciendo lo mismo por otros!
¡Señor, envía a tu mis obreros comprometidos a seguirte y obedecerte en todo, cueste lo que cueste!

El activismo narcisista 
La tercera preocupación la he tildado de activismo narcisista. Vivimos en una época cada vez más frenética. Cuando vuelvo del Norte de África a Sudamérica, me llama la atención la gran cantidad de cultos y otros programas que tienen las iglesias dentro de sus templos y la presión que hacen para que los miembros participen de todas esas actividades. Lo preocupante para mí es que parecería que no tenemos más meta que el número de asistentes a las reuniones, y que nos conformamos con simplemente entretener a los creyentes, manteniendo relaciones interpersonales superficiales, carentes de autenticidad y de compromiso mutuo.
Con frecuencia dejamos que nuestros programas, incluidas nuestras actividades misioneras, cobren mayor importancia que las personas, a veces incluso que la Persona que dio todo de sí por amor a nosotros. Pareciéramos olvidar que el atractivo más poderoso e imperecedero del cristianismo es la persona de Jesucristo, la posibilidad de tener una relación personal con Alguien tan incomparablemente bello como Él y de integrar una familia de personas que procuran dejarle reproducir en sus vidas su maravillosa personalidad.
El poco espacio que ocupa en nuestro activismo evangélico esa formación personalizada del carácter de Cristo en el creyente, limita seriamente la posibilidad de llevar adelante la misión como el Señor la concibió y practicó: «Estableció a doce, para que estuviesen con él»17; «hagan discípulos […] enseñándoles a obedecer» ;18 «nos predestinó para que fuésemos hechos conformes a la imagen de su Hijo»;19 «hasta que Cristo sea formado en vosotros»;20 «a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre».21
Hay un aspecto de la formación del carácter de Cristo en nosotros que Él mismo destacó como fundamental para que el mundo pueda llegar a conocerlo: nuestro amor y nuestra unidad.22 En mis años supervisando equipos de obreros entre pueblos musulmanes, lo que más me ha entristecido es tener que lidiar con los conflictos interpersonales irresueltos de hermanos y hermanas, incapaces o indispuestos a hablar sinceramente de sus problemas, perdonar de todo corazón las ofensas, humillarse, reconciliarse y marchar juntos por amor a Jesús y en obediencia al nuevo mandamiento que Él nos dejó.23 Hermanos, ¡el obrero que no haya demostrado claramente en su carácter la capacidad cardinal cristiana del perdón y la reconciliación, mejor que no salga al campo, donde sólo estará contradiciendo con su vida el mensaje que predica!
Desde la perspectiva de lo que requiere el campo, y relacionado siempre con lo que llamo nuestro narcisismo evangélico iberoamericano, hay una cosa más que quisiera mencionar: nuestro testimonio demasiado centrado en nuestros templos y basado en terminología y rituales que el no evangélico encuentra muy difíciles de entender. La mayoría de los evangélicos parecen conocer sólo un método de evangelismo: ¡invitar al inconverso a la iglesia! Para poder llenar la expectativa de Jesús de que seamos sal y luz24 en nuestros vecindarios y entre las naciones, tenemos que dedicarnos mucho más, como Él,25 a salir de nuestros recintos para estar en el mundo (¡sin ser del mundo!), vinculándonos en el día a día con personas que jamás irían a nuestros templos pero que necesitan ver u oír algo de Jesús en nosotros. Cristo relacionó nuestra luz con buenas obras que quería que realicemos en medio de la sociedad,26 como Él también lo hizo.27 La reiterada exhortación bíblica a dedicarnos a hacer buenas obras28 que sean expresiones visibles de la compasión y el interés de Dios por las personas, es una orden que como evangélicos tenemos que aprender a acatar si queremos ganarnos el privilegio de ser escuchados –¡ni qué decir, creídos!– cuando compartimos el mensaje del amor de Dios.
¡Señor, envía a tu mies obreros con el Espíritu y carácter de Jesús, experimentados en el perdón y la reconciliación, que saben relacionarse con la gente y demostrarles de formas practicas tu bondad y misericordia!

El sionismo evangélico 
En cuarto lugar, viniendo de un contexto árabe, resulta francamente chocante ver la ingenuidad con que tantas iglesias evangélicas latinoamericanas se han identificado con diversos aspectos del sionismo (como el uso prominente de la bandera israelí) y la facilidad con que, en el nombre de un supuesto cumplimiento de profecías, se justifica casi cualquier acto que pudiera cometer alguien considerado del «pueblo escogido». Me pregunto si alguna vez nos hemos puesto a pensar cuánto dista esto del mensaje universal de todos los pro-fetas y apóstoles bíblicos, quienes no dudaban en proclamar el juicio de Dios sobre todo pecado e injusticia, sin acepción de personas.29
¡Es esencial que nosotros hoy en día, al igual que los discípulos de antaño,30 dejemos el cumplimiento de las profecías y los pormenores de la escatología en las manos del soberano Señor de la historia y nos dediquemos a la tarea que Él nos encomendó: vivir y anunciar entre todos los pueblos (incluso el judío) el único evangelio de salvación, que es a través del arrepentimiento y la fe en Jesucristo31 para todo aquel que cree!32
Más o menos relacionado con este tema del sionismo evangélico, me parece que está la tendencia que percibo en muchos círculos evangélicos a entremezclar el reino de Dios y los intereses nacionales de los países donde los creyentes son numerosos o influyentes. Aparentemente, creemos que con el poder político, económico o militar de este mundo podemos hacer avanzar el Reino que no es de este mundo.33 Cuando en la prensa nacional de muchos países musulmanes aparecen regularmente artículos atribuyendo la belicosa política extranjera del actual presidente estadounidense a su fe evangélica y a la influencia de los evangélicos en la política norteamericana, no puedo sino preocuparme por la credibilidad del evangelio que estamos comunicando a esos pueblos. Cuando oigo a reconocidos líderes cristianos apoyando públicamente, como supuestos voceros de todas las iglesias evangélicas, emprendimientos como la invasión a Irak o el bombardeo del Líbano, sólo puedo preguntarme cuándo y cómo será que el «evangelio de la paz por medio de Jesucristo»34 llegará a ser comprendido por los musulmanes iraquíes, libaneses, palestinos…
Haríamos bien, como individuos y como iglesias, decidir claramente (como ya hace mucho instaron Josué y Elías35) cuál reino queremos representar: el de Jesús o algún otro, recordando que «ninguno puede servir a dos señores».36
¡Señor, envía a tu mies obreros dedicados exclusivamente a Jesús, a sus valores y a su Reino, que no hagan acepción de personas o de pueblos y que dejen el futuro en tus manos!

La arrogancia partidista 
La quinta y última preocupación que quiero mencionar es nuevamente una que creo se percibe más fácilmente desde un campo como el musulmán, donde los seguidores de Jesús, hasta donde se conoce, son más o menos uno de cada cincuenta mil personas. Ante la realidad de tantos pueblos no alcanzados, es triste escuchar de proyectos misioneros que, al final, son sólo esfuerzos para que, en lugares que ya cuentan con varias iglesias evangélicas, haya otra de «nuestra denominación». El deseo de plantar nuestra bandera, sea como iglesia, denominación o agencia, suele tener mucho más que ver con el orgullo de la carne que con el Espíritu de Cristo. Ni tu denominación ni mi agencia irán al cielo, sólo personas redimidas por la sangre del Cordero, todos juntos y todos por igual. En el país donde sirvo, los líderes de las aproximadamente cuarenta pequeñas iglesias secretas nacionales (¡una por casi cada millón de habitantes!) han dicho que no quieren usar, ni que se les imponga de afuera, rótulos denominacionales; los creyentes son simplemente miembros de Kenisat Nur (Iglesia La Luz), o Kenisat Kalimat (Iglesia Palabra de Vida) de tal o cual ciudad. Creo que como obreros extranjeros nos toca respetar ese deseo. ¿Será que podremos, o nos traicionará finalmente nuestra arrogancia partidista?
Entre las agencias misioneras a veces pasa algo parecido: se tiene que reinventar la rueda, crear toda otra estructura de supervisión y apoyo, simplemente porque la agencia que ya tiene equipos trabajando en ese lugar, «no es nuestra, y al final ¿de quién serán los resultados?» ¡«Hermanos míos, esto no debe ser así»!37 La arrogancia partidista o denominacionalista (o étnica o clasista o nacionalista), como cualquier otra idolatría, conlleva grave peligro (como bien lo aprendió Nabucodonosor cuando se ufanaba de su bella Babilonia)38 pues estamos tratando con el Dios celoso, fuego con-sumidor,39 que resiste a los soberbios40 y que no dará su gloria a otro.41
¡Señor, envía a tu mies obreros humildes, temerosos de Ti y respetuosos de sus hermanos, de corazón amplio y mente abierta, deseosos de servir a Jesús junto con todos los que con un corazón limpio invocan al Señor!42
Padre, gracias por extendernos tu inmensa e inmerecida gracia, por hacernos parte de tus propósitos, de tu familia, de tu Reino. Santifícanos, ayúdanos a despojarnos de todos estos estorbos, de este peso y del pecado que nos impide entregarnos sin reservas a completar la carrera que Jesús nos trazó, envía de tu iglesia en Iberoamérica, muchos obreros, llamados por Ti, ungidos por tu Espíritu, y decididos a ser siervos por amor a Jesús, para llevar la luz del evangelio de la gloria de Cristo a aquellos pueblos que aun no han experimentado la bendición de conocerte como solo es posible en la hermosa faz de Jesucristo.  ¡Al que está sentado en el trono, y al Cordero sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos! Amen y amen!

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El autor, que utiliza pseudónimo, licenciado en Lenguas y Educación, es miembro fundador de la misión PM Internacional y ex director de Campos de la misma. Reside desde 1984 en el norte de África; está casado y tiene una hija. Su plenaria fue predicada ante dos mil asistentes al Tercer Congreso Misionero Iberoamericano COMIBAM 2006, celebrado en Granada, España, del 13 al 17 de noviembre de 2006, y puede ser bajada, como también las demás plenarias, del sitio: www.comibam.org. Dirección de contacto: antonioperalta7@gmail.com.



  • 1 Gá. 3.8, 14. 
  • 2 Is. 53.11. Me resulta interesante pensar que nosotros, los herederos modernos del padre de la fe, nos encontramos a igual distancia que él (dos mil años) de la encarnación, crucifixión y resurrección del Heredero de todas las cosas (Heb. 1.2); ¿será que ya llega la hora de que se complete el gran proyecto misionero que Dios anunció primero a Abraham? 
  • 3 Hch. 20.24. 
  • 4 Hay muchos ecos o paralelismos aquí con el sincretismo, comúnmente tildado de cristo-paganismo, que resultó de la evangelización a medias de muchos de los pueblos autóctonos latinoamericanos por parte de la iglesia católica romana.  
  • 5 Sal. 37.4. 
  • 6 Mal. 4.2. 
  • 7 Ro. 14.9. 
  • 8 Sal. 2.8. 
  • 9 Ro. 15.16. 
  • 10 Col. 1.16, 18. 
  • 11 2 Co. 4.4-5. 
  • 12 Ro. 14.8; 1 Co. 6.19-20. 
  • 13 Heb. 11.6, 8ss.; Stg. 2.14-26; Jn. 14.21-24. Es interesante notar en Nuevo Testamento varias expresiones con «obedecer» que hoy solemos usar con «aceptar» o «creer»: «obedecer a la fe», «obedecer al evangelio», «obedecer a la verdad» (Hch. 6.7; Ro. 1.5; 2.8; 10.16; 16.26; Gá. 3.1; 5.7; 2 Ts. 1.8; 1 P. 1.22; 4.17). No se puede creer, realmente, sin obedecer. 
  • 14 Ro. 4.19-21. 
  • 15 Heb. 11.13, 16. 
  • 16 Jn. 20.21. 
  • 17 Mc. 3.14. 
  • 18 Mt. 28.19-20. 
  • 19 Ro. 8.29. 
  • 20 Gá. 4.19. 
  • 21 Col. 1.28. 
  • 22 Jn. 13.35; 17.21. 
  • 23 Jn. 13.34; 1 Jn. 3.16; cf. Flp. 2.3-5. 
  • 24 Mt. 5.13-14. 
  • 25 Mt. 9.10-13; Lc. 15.1. 
  • 26 Mt. 5.16. 
  • 27 Hch. 10.38. 
  • 28 Ef. 2.10; 2 Ti.6.18; Tit. 2.14, 3.8. 
  • 29 Dt. 10.17; 2 Cr. 19.7; Lc. 20.21; Hch. 10.34-35; Ro. 2.11; Gá. 2.6; Ef. 6.9; Stg. 2.1; 1 P. 1.17. 
  • 30 Hch. 1.6-8. 
  • 31 Hch. 4.12; 17.30-31; Gá. 1.6-8; 2.14-16. 
  • 32 Jn. 3.16, 12.46; Hch. 13.39; Ro. 1.16; 10.4; 1 Jn. 5.1. 
  • 33 Jn. 18.36 (cf. Zac. 4.6; Mt. 26.52-53; 2 Co. 10.3-4). 
  • 34 Hch. 10.36. 
  • 35 Jos. 24.15; 1 R. 18.21. 
  • 36 Mt. 6:24. 
  • 37 Stg. 3.10. 
  • 38 Dn. 4.30-33. 
  • 39 Ex. 34.14; Dt.4.23-24. 
  • 40 Stg. 4.6; 1 P. 5.5. 
  • 41 Is. 42.8. 
  • 42 2 Ti. 2.22. 
  • 43 Heb. 12.1-2. 
  • 44 2 Co. 4.4, 6. 
  • 45 Ap. 5.13.  


martes, 27 de septiembre de 2016

¿FUNDO CRISTO UNA RELIGIÓN? / Samuel Escobar

La reflexión respecto a la decadencia de la religiosidad y las formas diversas de idolatría ha llevado a algunos a proponer la idea de un cristianismo nuevo que supere lo religioso. Así se entiende, por ejemplo, el mensaje del teólogo Dietrich Bonhoeffer, y en el mismo sentido se orienta la investigación teológica que parte del hecho de la secularización. En el mundo de habla hispana el nombre de Unamuno viene de inmediato a la mente como el de una conciencia sensible a las desfiguraciones de la verdad por causa de la institucionalización religiosa. En fin de cuentas, ¿no habrá sido un gran error construir una religión alrededor de la figura de Jesús?

En América Latina, particularmente entre los intelectuales, estudiantes y obreros esclarecidos, hay una simpatía especial hacia un Cristo desligado del aparato religioso. La figura más -cautivan te de Cristo sería la que Báez Camargo llama “Nuestro Señor del Látigo”, la del Cristo lleno de ira santa arrojando a los mercaderes del templo que había sido convertido en una cueva de ladrones. Es necesario decir que ésta no es la única figura de Cristo que los evangelios nos presentan: Cristo oró, frecuentó el Templo, leyó y explicó la Biblia, aclaró que no pretendía derogar la Ley con sus obligaciones cultuales y religiosas. Pero también es un hecho que las palabras más duras de Jesús fueron dirigidas contra los “religiosos” de su tiempo, en contraste con la comprensión y amistad que manifestó -hacia los despreciados y la lacra social. Cierta vez, a los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los judíos destacados les apostrofó: “En verdad les digo que los cobradores de impuestos y las prostitutas entran al Reino de Dios primero que ustedes”.1

CRITICA RADICAL DE LA RELIGIÓN

Precisamente Bonhoeffer nos ofrece un análisis crítico y radical de lo religioso. Pero frente al teólogo mártir conviene hacer dos aclaraciones importantes. En primer lugar se asocia con su nombre la noción de “cristianismo no religioso” que luego ha sido adoptada por otros teólogos.

Alan Richardson ha llamado la atención al hecho de que “no religioso” (en inglés religionless) es una traducción inadecuada del alemán religionslose. Este término usado por Bonhoeffer significaría más bien “no pietista” (unpietistic), o “no eclesiástico” (unchurchy). En castellano la nueva corriente teológica ha venido fundamentalmente a través de traducciones del inglés, de, modo que la expresión “cristianismo, no religioso” habría de entenderse como crítica no de toda religiosidad sino de ciertas formas de la misma.2

En segundo lugar, el pensamiento de Bonhoeffer no es algo cristalizado, logrado.. Murió joven aún, cuando una parte de su obra —la que más ha influido en los actuales teólogos radicales-estaba gestándose. Lo dice muy bien A. Dumas: “La obra de Bonhoeffer quedó truncada no solamente en su término, sino que iba quedando truncada a medida que se desarrollaba. Es una semilla fecunda, pero imprevisible . . .”  Escribiendo precisamente sobre su idea que comentamos, Bonhoeffer dice:

. . . Lentamente estoy acercándome a la interpretación sin religión de los conceptos bíblicos. Veo la tarea pero todavía no sé cómo solucionar el problema . . 4

Antes de esta etapa anti-pietista, Bonhoeffer nos había dado una lúcida combinación de piedad real, profundidad bíblica y contemporaneidad en sus obras El Precio de la Gracia5, Vida en Comunidad*, Etica’ y otras. Para aquilatar su crítica de la religión es necesario reconocer los fundamentos en toda esta obra anterior.

La crítica radical de la religión, es decir del cristianismo occidental, podría resumirse entonces en esta cuádruple caracterización: a) su individualismo, b) su carácter metafísico, c) su departamentalización, d) su recurso al Deus ex machina. Por individualismo Bonhoeffer entiende el hecho de que el hombre religioso está tan preocupado consigo mismo, sus estados de ánimo y experiencias interiores que se olvida del prójimo. Es ese tipo de religión que deshumaniza, llevando a extremos como el descrito por Georges Duhamel en su Diario de un Aspirante a Santo. Es el cultivo de una piedad descarnada, de ejercitaciones para una “vida victoriosa”   que  no conoce  las realidades del sufrimiento de los demás, o que simplemente las toma como ocasión para el propio progreso espiritual; que parece más un deporte de cierta clase media, católica o protestante. Lo metafísico estaría en que se trae a Dios como lo sobrenatural para completar una visión de la realidad que está fundamentalmente centrada en el hombre. Quizás lo describe bien una expresión como ésta: “Una persona de bien tiene que ir a la Iglesia. La gente decente es religiosa”. Pero aún, las formas de idolatría, aquellas en que se “utiliza” a Dios. En tercer lugar, está el hecho de que lo religioso se vuelve una especie de compartimiento estanco de la vida cada vez más reducido y de menor importancia dado el alcance de la ciencia y de otras fuerzas. En cuarto lugar el religioso recurre a Dios como a un deus ex machina, aquel que viene a ayudarnos desde fuera cuando estamos en apuros; en vez de ser Aquel que está en el centro mismo de la vida y que la dirige y controla, tanto en la fuerza como en la flaqueza.8

Tenemos que admitir el acierto de esta crítica, y reconocer que las Iglesias cristianas a lo largo de los siglos han presentado muchas veces una forma de vida y un mensaje que caerían bien dentro   de  la  descripción  de  Bonhoeffer.   Sin ir más lejos, el protestantismo en América Latina ha señalado repetidas veces la diferencia entre religión y fe dinámica y debiera sin embargo reconocer el peligro constante de convertirse sólo en una religión más, diferente a la oficial.9 Aunque no aceptemos todo el programa de Bonhoeffer y reconozcamos su limitación, hemos de darle crédito por el tono profético y bíblico de esta cuádruple crítica.

EL CRISTIANISMO ES CRISTO

En última instancia ¿qué es el Evangelio? ¿En qué consiste el mensaje cristiano? La respuesta es: Cristo. Porque la primera comunidad cristiana de que tenemos noticia no tiene como centro un tratado de filosofía, un manual de reglas para ser feliz, un programa político o un sistema religioso. Esto se repite una y otra vez en el Nuevo Testamento. Los apóstoles afirman que su mensaje no es una nueva “sabiduría”, escuela filosófica o variedad religiosa, sino una persona: Cristo. “El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad, ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir por una personalidad histórica”.10

La crítica del cristianismo convertido en religión decadente, debe por fuerza, entonces, llevarnos hacia Cristo, para entender lo que ofrece al hombre de hoy, aquí y ahora, el Evangelio; para saber si luego de eliminar el follaje de desfiguraciones queda algo que tenga sentido para el hombre que busca la verdad y la vida.

En Jesucristo tenemos una realidad histórica incontrovertible. A nadie se le ocurre hoy en día discutir esto. Se puede interpretarlo de una u otra forma, pero no negar su existencia. Su realidad histórica nos ayuda a recobrar al Cristo real, superando las visiones que el sentimentalismo o la devoción mal entendida han popularizado. El universitario latinoamericano de hoy debe saber, para empezar, que hay mucho más peso de evidencia histórica para Jesucristo que para cualquiera de las otras grandes figuras de su época. Los Evangelios han sido sometidos al examen y la crítica de amigos y enemigos, y cuando la honestidad y la objetividad histórica se aplican, el respeto por el valor de estos documentos aumenta. El estudiante inteligente, el buscador sincero, no puede recurrir al subterfugio fácil de intentar deshacerse de Cristo partiendo de prejuicios.11

Y Jesucristo nos confronta como un tremendo enigma. Se trata de una vida simple pero de dimensión trascendental en la historia. Intentemos entender la historia del mundo que conocemos eliminando a Jesucristo, ¿qué queda? Fijémonos en esta breve  síntesis de su vida:

He aquí un hombre que nació en una aldea insignificante, hijo de una aldeana. Creció en otra villa oscura. Trabajó hasta los treinta años en una carpintería y luego durante tres años fue predicador ambulante. Nunca escribió un libro. Nunca tuvo un puesto de importancia. No tuvo un hogar propio ni fue jefe de una familia. No fue a la universidad. Nunca puso sus pies en lo que consideraríamos una gran ciudad. Nunca viajó a más de trescientos kilómetros de su lugar natal. No hizo ninguna de las cosas que generalmente acompañan a la grandeza. No tenía más credenciales que su propia’ persona. Mientras era todavía joven la corriente de la opinión popular se lanzó contra él. Sus amigos huyeron. Uno de ellos lo traicionó. Fue entregado en manos de sus enemigos. Tuvo que soportar la farsa de un proceso judicial. Lo ejecutaron clavándolo en una cruz, entre dos ladrones. Mientras agonizaba los encargados de su ejecución se disputaron al juego la única cosa que fue propiedad suya: su manto. Cuando murió fue bajado de la cruz y sepultado en una tumba prestada por la compasión de un amigo.
Considerado según las normas humanas, su vida fue un fracaso total.
Han pasado diecinueve siglos y hoy él es pieza central en el ajedrez de la historia humana y columna del progreso.
Estoy lejos de exagerar si digo que todos los ejércitos que han marchado, todas las armadas que se han construido, todos los parlamentos que han sesionado y todos los reyes y autoridades que han gobernado, puestos juntos, no han afectado la vida del hombre sobre la tierra tan poderosamente como esta única vida solitaria.

En contraste con la simplicidad de su vida, nos llaman la atención las constantes afirmaciones absolutas que hizo acerca de sí mismo, y sus demandas de lealtad también absoluta que hizo a sus seguidores. Afirmó que él era el pan de vida, que Dios y él eran uno, que estaba muy por encima de las más sagradas instituciones religiosas de su tiempo (era “Señor del Sábado”). Dijo: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas”; “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque esté muerto vivirá”; “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre (Dios) sino por mí”. Pidió a los que querían seguirlo una entrega absoluta: “si alguno quiere venir en pos de mí, niégese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque todo el que quiere salvar su vida la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará”. Afirmó que con él no cabían términos medios: “el que no es conmigo contra mí es”.

Aquellos que se encuentran con él, cautivados por esta persona, perciben tras el enigma, que en Cristo Dios mismo está en acción, que Cristo es la Palabra de Dios al hombre, que su misión tiene alcance cósmico y que en el contacto con él la realidad personal y universal es transformada. Estas afirmaciones llenan página tras página del Nuevo Testamento, constituyen el núcleo indestructible del mensaje cristiano, como puede comprobarlo cualquier lector atento.

EL DILEMA FRENTE A CRISTO

“Ha llegado el tiempo y el Reino de Dios está cerca. Cambien de actitud y crean en el mensaje de salvación”. Estas son las palabras con que Jesús inicia su actuación pública. Y a lo largo de ella insiste en llamar a los hombres a seguirle. Sus discípulos no son alumnos de un profesor, sino seguidores entregados en cuerpo y alma a él, listos a perder la propia vida por él. Ellos a su vez llaman a los hombres a la misma disciplina, al mismo discipulado y se lanzan por todo el mundo con su llamado. Así tenemos las palabras del más caracterizado de sus mensajeros, Saulo de Tarso, el primer europeo, el   primer   hombre   en   quien  se  resumen   la herencia griega, romana y judía. Dice así en una de sus cartas que han llegado hasta nosotros:

El que está unido a Cristo es una nueva persona; las cosas viejas se terminaron y todas son nuevas. Todo esto lo hace Dios quien nos puso en paz consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el encargo de poner a todos en paz con él. Es decir, que en Cristo Dios estaba poniendo al mundo en paz con El, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres; y a nosotros nos encargó dar el mensaje de esta paz ... Les rogamos pues de parte de Cristo: póngase en paz con Dios.12

Todo hombre se encuentra aquí frente a un dilema. Por eso los juicios fáciles que circulan acerca de Cristo son -inadmisibles. Los primeros seguidores, y luego una pléyade a lo largo de los siglos, tuvieron que terminar por reconocer que él era todo lo que decía ser y que ante él sólo cabía doblar la rodilla y llamarle Señor. Vieron en él no al jefe de una nueva secta religiosa sino a Dios mismo irrumpiendo en la escena humana, viniendo al encuentro del hombre y ofreciéndole esta transformación radical que lo hará una criatura nueva, radicalmente nueva. ¿Habrán sido todos estos seguidores nada más que ilusos? ¿Sería él sólo un loco o un estafador? Juzgue cada uno. Lo que no puede hacerse es recortar los documentos para seleccionar lo que no nos moleste.


EVANGELIO Y RELIGIÓN

¿Fundó entonces Cristo una religión? Si por religión se entiende todo aquello ritual, cúltico, sacrificial, que se concreta en sistemas para elevar al hombre hacia Dios, la respuesta es un rotundo no. El peso de la enseñanza de Cristo y sus apóstoles y el sentido mismo de la vida y muerte de Cristo denotan la iniciativa divina. No es que el hombre se eleve hacia Dios. Es Dios que desciende hasta el hombre, en Cristo. El hombre anda huyendo de Dios e intentando llenar su vacío de Dios con ídolos diversos como describimos en nuestro segundo capítulo, y es así como la religión misma en vez de ser un camino hacia Dios es una barrera más de factura humana en el camino.

La teología dialéctica de Barth y Brunner ha señalado enfáticamente esta diferencia entre el Evangelio y la religión. Este énfasis, sin duda, está ligado al redescubrimiento del mensaje bíblico luego de varias décadas de teología filosófica, idealismo, liberalismo y evangelio social. Al confrontar al hombre con Cristo, el Evangelio lleva a cada hombre a confrontarse consigo mismo en su profunda necesidad y alienación, de la cual la religión misma —aunque se llame cristiana- no lo saca. El Evangelio al señalar a Cristo como el Mediador,  el único posible entre Dios y el hombre, ofrece el camino de regreso por medio de la fe y la entrega a él. El hombre que oye esa Palabra y la recibe, permite que Dios irrumpa en su vida transformándola, descubre la verdadera libertad, empieza a vivir realmente. El hombre así transformado pasa a verse como un servidor de los demás, empieza la carrera de buen prójimo tras las huellas del Maestro. Su nueva alegría de vivir, su nueva ética personal y social, su canto entusiasta o su oración concretada en plegaria y en el cumplimiento de su vocación aquí y ahora, no son religiosidad que busca desesperada, sino respuesta gozosa que sucede al encuentro.

Saulo de Tarso, o Pablo el Apóstol, escribió así:
“Los judíos quieren ver señales milagrosas y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros anunciamos el mensaje de Cristo que fue crucificado. Los judíos encuentran vergonzoso este mensaje, y los que no son judíos lo ven como tontería; pero para los que Dios ha llamado, ya sean judíos o griegos, Cristo es el poder y la sabiduría de Dios.” 13

Cuando este mensaje irrumpe en los corazones de los hombres se produce en ellos una revolución radical cuyos efectos no tardan en verse en las estructuras externas de la sociedad. Sólo hace falta que el hombre le escuche, y en un acto de fe en él, lo siga hasta sus últimas consecuencias.




_________

1 Evangelio de Mateo 21:31 (Versión Popular).

2 Citado por León Morris, The Abolition of Religión, InterVarsity Fellowship, Londres, 1964, pág. 9. En este libro, Morris trata con amplitud el debate en cuanto al alcance del término
religionslose.

3 André Dumas, Teólogos Protestantes Contemporáneos, Ed. Sigúeme, Salamanca, 1968, pág. 163.

4 Cartas   y Apuntes desde  la Prisión,   fragmentos publicados por la revista Cuadernos Teológicos, número 17, Buenos Aires, 1956. pág. 53. 

5 Ed. Sigúeme, Salamanca, 1968.

6 Methopress, Buenos Aires, 1966.

7 Estela, Barcelona, 1968.

8 El bosquejo básico de esta cuádruple crítica corresponde a Eberhard Bethge y es citado en 
Beyond Religión, Daniel Jenkins, Londres, 1962.

9 Ver, por ejemplo. Religión y Fe en América Latina, W. Stanley Rycroft, CUP, México, 1961.

10 Romano Guardini, La Esencia del Cristianismo, Ed. Guadarrama, Madrid, 2a. ed., 1964, pág. 20.

11 Ver, por ejemplo, ¿Quién es Cristo hoy?, Ed. Certeza, Buenos Aires, 1969.

12 Segunda Epístola a los Corintios 5:14-20 (Versión Popular).

13 Primera Epístola a los Corintios 1:22-24 (Versión Popular).




lunes, 26 de septiembre de 2016

El pastor más joven de una mega iglesia en la historia / David Platt

El pastor más joven de una mega iglesia en la historia
-tomado del libro Originalmente publicado en inglés con el título:
"Radical" por David Platt. 
fragmento de muestra - adquiere el original en tu librería amiga

El pastor más joven de una mega iglesia en la historia. Aunque hubiera discutido tal aseveración, esta fue la etiqueta que me pusieron cuando fui a pastorear una iglesia grande y floreciente del Profundo Sur: la iglesia de Brook Hills en Birmingham, Alabama. Desde el primer día, me encontré
inmerso en estrategias para hacer que la iglesia fuera mayor y mejor.

Autores que respeto mucho hubieran dicho: «Decide lo grande que quieres que sea tu iglesia y trata de llegar a esa meta, ya sean cinco, diez o veinte mil miembros». Pronto, mi nombre casi estaba a la cabeza de la lista de los pastores de las iglesias de más rápido crecimiento en Estados Unidos. Allí
estaba… viviendo el sueño de la iglesia americana.

Sin embargo, cada vez me sentía más inquieto. Ante todo, mi modelo en el ministerio es el de un hombre que pasó la mayor parte de su ministerio con doce hombres. Un hombre que, cuando dejó esta tierra, solo tenía unas ciento veinte personas que hacían lo que Él les decía que hicieran. En
realidad, era más una mini iglesia. Jesucristo, el pastor más joven de una mini iglesia de la historia.

Entonces, ¿cómo podía reconciliar la idea de pastorear a miles de personas, con la realidad de que a mi mayor ejemplo en el ministerio lo conocían por alejar a miles de personas? Cada vez que crecía la multitud, decía algo así: «Si no comen la carne del Hijo del hombre ni beben su sangre, no tienen realmente vida»1. No era precisamente la táctica más indicada para el crecimiento de la iglesia. Casi puedo imaginarme la expresión en las caras de los discípulos. «¡No, que no mencione lo de beber
su sangre! Nunca entraremos en la lista de los movimientos con más rápido crecimiento si sigue pidiéndoles que lo coman».

Al final de este discurso, todas las multitudes se marchaban y solo quedaban doce. Al parecer, a Jesús no le interesaba venderse a las masas. Sus invitaciones a los posibles seguidores eran, sin duda, más costosas de lo que las multitudes estaban dispuestas a aceptar, y a Él parecía no molestarle. En su lugar, se concentró en los pocos que creían en Él cuando decía cosas radicales. Y a través de la obediencia radical de estos, cambió el curso de la historia.

Pronto, me di cuenta de que esta dirección me llevaba a chocar con la cultura eclesiástica estadounidense, donde el éxito se define por multitudes mayores, presupuestos mayores y edificios mayores. Ahora, me enfrentaba a una alarmante realidad: Jesús despreciaba las cosas que eran más
importantes para mi cultura de iglesia. Entonces, ¿qué debía hacer? Me enfrenté a dos grandes preguntas.

La primera era simple. ¿Estaba dispuesto a creerle a Jesús? ¿Estaba dispuesto a escoger a Jesús aunque hubiera dicho cosas radicales que alejaban a las multitudes? La segunda pregunta fue más desafiante. ¿Estaba dispuesto a obedecer a Jesús? Mi mayor temor, incluso ahora, es escuchar las palabras de Jesús y hacer oídos sordos, satisfecho con conformarme con algo menor que una
obediencia radical a Él. En otras palabras, mi mayor temor es hacer con exactitud lo que hizo la mayoría de la gente cuando se encontró con Jesús en el primer siglo.

Por eso escribí este libro. Estoy en un proceso. Aun así, estoy convencido de que no es solo un proceso para pastores. Estoy convencido de que estas preguntas son críticas para toda la comunidad de fe en nuestro país en el día de hoy. Estoy convencido de que como seguidores de Cristo en las iglesias estadounidenses hemos adoptado valores e ideas que no solo son anti bíblicos, sino que, en realidad, contradicen el evangelio que decimos creer. 

Y estoy convencido de que tenemos una opción. Tú y yo podemos decidir continuar como siempre con la vida cristiana y con la iglesia en su totalidad, disfrutando del éxito basado en las normas
definidas por la cultura que nos rodea, o podemos darle una mirada sincera al Jesús de la Biblia y atrevernos a preguntarnos cuáles serían las consecuencias si le creyéramos y le obedeciéramos de verdad.

Te invito a unirte a este proceso. No pretendo tener todas las respuestas. En realidad, tengo más preguntas que respuestas. No obstante, si Jesús es quien dijo ser, y si sus promesas merecen tanto la pena como dice la Biblia, podemos descubrir que la satisfacción en nuestras vidas y el éxito en la
iglesia no se encuentran en lo que nuestra cultura considera más importante, sino en una renuncia radical para seguir a Jesús.

martes, 23 de agosto de 2016

¿Qué es el Evangelio? / Juan Driver

¿Qué es el Evangelio?

Fragmento de: Juan Driver. “Comunidad y Compromiso. Estudios sobre la renovación de la Iglesia”. iBooks. 

Aunque los términos "evangelio” y “evangelizar" se han usado con gran frecuencia en la Iglesia, su significado no ha sido siempre muy claro. "Evangelio" generalmente se ha empleado para referirse a la invitación dirigida al individuo para que acepte el perdón de sus ресаdos. Y "evangelizar" ha significado dar a conocer esta invitación. Aunque este uso puede justificarse, sin duda, no representaba el significado primario de la palabra de acuerdo con su uso en el Nuevo Testamento. Originalmente el término no fue ni religioso ni personal, sino secular y colectivo. Se trataba sencillamente de una buena noticia. Pero "evangelio" no era una nueva información cualquiera, sino una noticia importante de la cual podía depender el destino de una ciudad o de una nación. Era la noticia de la victoria en una batalla decisiva aseguraba la libertad de un pueblo, o el anuncio del nacimiento de un hijo al rey que aseguraba continuidad del linaje real. En su uso primario en el Nuevo Testamento este es precisamente el sentido en que el término se emplea. El Evangelio es la buena noticia respecto al Reino de Dios que está por establecerse entre los hombres.

Este Reino que se acerca es trascendental. Tanto lo es, que Juan el Bautista insiste que nada menos que un "arrepentimiento" es necesario para poder participar de él. El "arrepentimiento" tiene que ver con el espíritu y la mente. Implica una conversión o un viraje del espíritu. A veces se lo define como un cambio radical de actitud. Pero el arrepentimiento neotestamentario implica más que un mero cambio de actitud: envuelve también prácticas sociales. Juan el Bautista advertía que arrepentirse incluía producir los frutos correspondientes. En el caso de la gente corriente implicaba compartir sus bienes con los necesitados. Para los cobradores de impuestos incluía ser honrados. Para los soldados significaba tratar a la gente con consideración y ser menos violentos (Lc. 3:10-14).

Tanto Juan el Bautista como Jesús traían este mensaje: “Arrepentíos, porque el Reino de los Cielos se ha acercado" (Mt. 3:2; 4:17). En seguida Mateo nos informa que este mensaje del Reino de los Cielos es el Evangelio (4:23). Pero, ¿cómo se realiza este Reino? La lucha de Jesús en sus tentaciones fue básicamente con esta pregunta y sus posibles respuestas. Primeramente Jesús fue tentado a ser un Mesías económico, pero rechazó esta opción porque las necesidades del hombre son mayores (Mt. 4:3,4; cf. Jn. 6:15). También fue tentado a llegar a ser Mesías a través de un político-religioso de índole milagrosa, pero eso no estaba en armonía con la naturaleza de Dios (4:5-7; cf. Mt. 21:12-17; Jn. 2:17). Finalmente, fue tentado a ser un Mesías con poder político, opción ésta que rechazó porque implicaba concesiones satánicas en lugar de confianza en Dios (4:8-10; cf. Mt. 26:52,53). Estos todos aspectos de las esperanzas mesiánicas nacionalistas compartidas por una buena parte del pueblo judío del primer siglo. Aparentemente los discípulos mismos participaban de esta visión nacionalista, pues hasta el final siguieron preguntando a Jesús si él habría de restaurar el reino a Israel en su tiempo (Hch. 1:6).

Pero la estrategia de Jesús era otra. En lugar de dejarse colocar dentro de uno de los moldes mesiánicos de su tiempo, entendía que la voluntad de su Padre era distinta. En el momento de su bautismo ocurrieron dos cosas de importancia trascendental. Primero, vino el Espíritu Santo sobre él, en lo que parece ser un preludio de la Nueva Creación (cf. Gn. 1:2), ungiéndole para su misión mesiánica. (Es claro que en la Iglesia primitiva se entendía de esta manera según sugiere Hechos 10:36-38). Y, segundo, las palabras que se oyeron del cielo designaron a Jesús como el verdadero Siervo anunciado por Isaías (42:1). A la luz de esto es interesante notar los dos pasos que toma a continuación.

Primeramente comienza a recorrer Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo (Mt. 4:23). Esta es una actividad mesiánica, pero ya no según las esperanzas políticas nacionales de una buena parte del pueblo judío, sino de acuerdo con la visión del "siervo sufriente” de los cantos de Isaías (42: 1-9; 49:1-6; 50:4-11; 52: 13-53:12). Esta, sin duda, es la manera en que se debe entender su ministerio de sanidad (Mt. 8:17, Hch. 10:38).

La segunda cosa que Jesús hace es invitar a los hombres para que dejen voluntariamente sus ocupaciones y le sigan. El número de sus seguidores llega a doce, lo cual no es un accidente circunstancial, pues éstos representan a las doce tribus de Israel en la nueva comunidad mesiánica que se constituye.

En este contexto Mateo coloca el Sermón del Monte. Es un resumen en que Jesús expone el nuevo espíritu que caracteriza la vida en la nueva comunidad. Es una especie de discurso inaugural que presenta el programa y la política del nuevo régimen.

  1. Comienza con una descripción de los ciudadanos de este Reino señalando cuál es el espíritu básico que anima su vida (5:3-16).
  2. Luego sigue una sección que trata el asunto de las relaciones humanas en el Reino. Entre los problemas considerados están la ira, las relaciones sexuales ilícitas, la mentira, la venganza y el odio hacia el enemigo (5:17-48).
  3. Después trata cuestiones que tienen que ver con las relaciones de los ciudadanos del Reino con Su Rey. Incluye advertencias sobre el espíritu que debe inspirar sus prácticas religiosas (6: 1-6, 16-18); un modelo de oración (6:7-15); y la actitud de desprendimiento que en el Reino se tiene hacia la propiedad (6:19-34).
  4. Finalmente incluye una serie de consejos en cuanto a las relaciones interpersonales en el Reino (7:1-12) y una advertencia relativa a la seriedad con que hay que tomar el "programa del Reino" y los peligros que se presentarán sobre la marcha (7:13-27).


Impresiona lo exigente de este programa. Es imposible desde una perspectiva humana. Pero es una posibilidad en el Reino, puesto que el mismo Señor que fue ungido con "el Espíritu Santo y con Poder" (Hch. 10:38; cf. Mt 4:16) es el que "bautiza con el Espíritu Santo" (Jn. 1:33), capacitando a hombres y mujeres a vivir la vida del Reino de Dios. Precisamente en el contexto de las enseñanzas que hallamos en la colección del Sermón del Monte Jesús promete que "el Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que Se lo pidan” (Lc. 11:13). Para vivir la vida del Reino de Dios se precisa el Espíritu del Rey de ese Reino. En otras palabras, es imposible vivir la vida de Cristo sin el Espíritu de Cristo.

Volvemos ahora a la pregunta: ¿qué es el evangelio? De acuerdo con Jesús, que vino proclamando "el Evangelio del Reino", todo esto es evangelio: el anuncio del Reino que viene, la invitación a arrepentirse y formar parte del nuevo pueblo de Dios bajo el señorío de Cristo, el espíritu y la forma con que se vive en esta comunidad y, finalmente, el poder del Espíritu de Cristo para vivir esta nueva vida.

La primera parte de Mateo no es el único lugar donde hallamos este énfasis en el Evangelio del Reino. No siempre se nota que el libro de Los Hechos comienza y termina con el Reino de Dios. Lucas informa que éste fue el tema de las conversaciones de Jesús con sus discípulos durante los cuarenta días después de su resurrección (Hch. 1:3). Y cuando Pablo finalmente llega a Roma, pasa dos años "predicando el Reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo" (28:31). Alguien ha señalado que Jesús proclamaba el Reino pero los apóstoles predicaban a Cristo. Pero es solamente parte de la verdad, ya que predicar a Jesús es proclamar el Reino, puesto que él es Señor. De modo que aun cuando el tema de la predicación de los apóstoles es Cristo, sigue siendo el Evangelio del Reino.

Los Doce fueron enviados con el mismo mensaje que Jesús proclamó: “Y yendo predicad, diciendo: el Reino de los Cielos se ha acercado" (Mt 10:7). Les dio también poder y autoridad sobre demonios, enfermedades y dolencias, de modo que su misión, al igual que la de su Señor, está tomada del patrón del Siervo Sufriente. Lucas identifica esta actividad misionera en términos de "evangelio": “Anunciando el Evangelio y sanando por todas partes” (Lc. 9:6). Y la misión de los Setenta sigue el mismo patrón: un estilo de vida consecuente con el nuevo pueblo de Dios (no resistencia y desprendimiento de bienes), sanidades al estilo del Siervo de Yahweh, y el anuncio del Reino de Dios que se acerca (Lc. 10:1-12).

La tendencia de la Iglesia ha sido entender el Evangelio de otra manera. Generalmente se da por sentado que el mensaje central de evangelización es la buena noticia de algo gratuito donde las preguntas y las demandas son mínimas. Se habla del perdón, amor y paz en el alma, y de tratar de Seguir a Jesús. La parte difícil viene después, y se llama "crecimiento cristiano” o "santificación", pero este es otro paso aparte. A veces incluso se dice que aunque el hombre es salvado por la gracia de Dios, seguirá siendo pecador. Estas definiciones se las debemos a Martín Lutero (para mencionar tan solamente a uno entre muchos), o más todavía, a nuestras propias inclinaciones pecaminosas. Como hemos notado ya, de acuerdo con Jesús, todo es Evangelio.

Conclusión

Hemos notado brevemente el ejemplo del espíritu misionero de la Iglesia apostólica expresado en la calidad de su vida, así como en su testimonio verbal respecto a aquello que ocurría en su medio. Hemos descrito algo del significado que Jesús dio, a través de su vida y enseñanzas, al vocablo "evangelio". Finalmente, hemos notado una dimensión radical de la Gran Comisión que muchas veces se le ha escapado a la Iglesia. Para concluir hacemos la siguiente pregunta: ¿qué implicancias tiene esta manera de entender la tarea misionera para la Iglesia?

  • 1. Hace falta experimentar de nuevo que el Evangelio es contemporáneo. Cuando la Iglesia es la comunidad donde Cristo es Señor, donde la vida propia del Reino ya se manifiesta, donde las obras propias de un Siervo conducen a la sanidad (salvación) entre “los hombres necesitados, donde se derrumban las barreras de toda clase y se crea una comunidad auténtica, entonces se sabe que Cristo reina y que su Espíritu vive y obra en su comunidad. El testimonio evangelizador consistirá en interpretar los hechos maravillosos de Dios en su medio.
  • 2. La tarea central de la evangelización es formar comunidades de discípulos. Evangelizar no es simplemente salvar a individuos del infierno para que puedan ir al cielo. Tampoco es invitarlos a arrepentirse para que luego luchen a solas a fin de ser fieles a su confesión de que Jesús es Señor. La tarea básica de la evangelización es, más bien, llamar a individuos al arrepentimiento, e invitarles a que entren a formar parte de la comunidad del pueblo de Dios que anticipa, aquí y ahora, en la tierra, el Reino de Dios que vendrá finalmente en toda su plenitud.


Recordemos que el Evangelio es la buena noticia de Jesús el Cristo que invita a los hombres a entrar en una nueva vida de amor y obediencia, en el contexto de la comunidad del Reino que, aquí en la tierra, anticipa el reinado último de Dios sobre el cosmos.


Fragmento de: Juan Driver. “Comunidad y Compromiso. Estudios sobre la renovación de la Iglesia”. iBooks. 

miércoles, 17 de agosto de 2016

Una Comunidad de Perdón / Juan Driver

UNA COMUNIDAD DE PERDÓN

La Iglesia no es simplemente una asamblea de individuos reunidos alrededor de una experiencia común de perdón personal recibido directamente de Dios. Tampoco es meramente una comunidad funcional organizada con el propósito de cumplir de la manera más eficiente ciertas tareas definidas. La Iglesia es también una comunidad en la cual las personas perdonan y experimentan el perdón.

A través de estas relaciones Dios hace visible su perdón en medio del mundo. En esta luz se descubre el verdadero significado de la disciplina evangélica. Evangelizar es fundamentalmente invitar al discipulado en el contexto de una comunidad de discípulos. La disciplina se practica en la Iglesia con el propósito de ayudar al hermano a vivir su vida de discípulo a la altura de sus mejores intenciones. No es más ni menos que una continuación necesaria del proceso evangelizador llevado a cabo dentro de una comunidad de perdón.


El perdón en el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento hay una preocupación central de que el perdón que predica la Iglesia se realice en tiempos y lugares específicos y en relaciones entre personas particulares. El perdón tiene que hacerse carne entre hombres que necesitan reconciliarse mutuamente y con Dios.

Tenemos, por supuesto, los pasajes que hablan de "atar y desatar" (Mt, 18:15-20 y 16:18-20). Estos son los únicos lugares en los Evangelios donde el término "iglesia” aparece en boca de Jesús, cosa que da a entender que la Iglesia es fundamentalmente definida como la comunidad en la cual se ata y se desata. (El paralelo en Juan 20:21-23 habla de "remitir" y "retener" pecados.) Y donde este proceso no ocurre, la Iglesia no está presente en forma plena. Los mismos pasajes señalan que en esta acción la Iglesia actúa en representación de Dios. Esta es la única situación en que la Iglesia está autorizada explícitamente a actuar en nombre de Dios.

No siempre se nota que la regla de Cristo (Mt. 18: 15-20) está colocada en el contexto de un capítulo que habla del perdón, como muestra el siguiente bosquejo del pasaje:

  • La necesidad del arrepentimiento y de la sencillez como condiciones para recibir el perdón (vv. 1-4).
  • La necesidad de evitar las ofensas que ocasionan la caída de un hermano (vv. 5-11).
  • La preocupación de Dios de que todos experimenten el perdón (vv. 12-14).
  • La regla de Cristo (vv. 15-20).
  • La necesidad de perdonar sin límites (vv. 21-22).
  • La parábola de los dos deudores, que enseña la necesidad de perdonar para ser perdonados (vv. 23-25).

Varios de estos elementos se hallan también en el pasaje paralelo en Lucas 17: 1-4.

La única petición en el Padrenuestro que está condicionada es la del perdón: “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt. 6:12). Es también la única frase en el Padrenuestro que requiere un comentario más extenso, enfatizando otra vez que el perdón de Dios se limita a aquellos que perdonan a sus hermanos. Esta condición se repite en varios pasajes (Mt. 18:35; Mt. 11:25; Ef. 4:32 y Co. 3:13). Quien no perdona a su hermano sus ofensas, no solamente que es incapaz de recibir el perdón que Dios ofrece sino que tampoco puede ofrecer a Dios un acto válido de culto (Mt. 5:23, 24).

Las mismas instrucciones sobre el perdón en la comunidad, dadas en Mateo 18:15-20. reiteradas en las Epístolas. "Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo" (Gá. 6:1, 2). "Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Stg. 5:19, 20). (Evidentemente la última frase es una cita de Proverbios 10:12: "el amor cubre todas las faltas".) Véase también 2 Timoteo 2:24,25.

Finalmente, debemos notar que, en el contexto de esta actividad perdonadora de la Iglesia, Cristo (o el Espíritu Santo) está presente cuando los hombres se reúnen en su nombre. Entre los "dos o tres congregados” para este propósito Cristo mismo estará presente (Mt. 18:19, 20). Para poder ejercer la función de "remitir" y “retener" los pecados Cristo dio el Espíritu Santo a sus discípulos (Jn. 20:22, 23). Los pasajes en Juan 14:26 y 16:12-14 señalan también que la Iglesia contará con la presencia del Espíritu en el proceso comunitario de discernimiento que siempre será parte de su "atar y desatar". El tema del perdón subraya el hecho de que no se trata de un asunto de importancia secundaria o una actividad marginal en la Iglesia.


La disciplina evangélica comunitaria

El Nuevo Testamento no usa el término "disciplina", por supuesto, para referirse a las preocupaciones morales que comparten los miembros de la comunidad. Usamos la palabra aquí, no con su significado común (con todas las acumulaciones de matices adquiridos en el ejercicio de la disciplina eclesiástica a través de los siglos), sino para referirnos a aquello que en el Nuevo Testamento se llama "atar y desatar". Aparentemente estos términos eran perfectamente claros para los oyentes de Jesús en el primer siglo, pero nosotros en el siglo XX necesitamos una "traducción".

“Atar” significaba "no perdonar, “excluir de la comunión, “retener" (los pecados). "Desatar” significaba "absolver", “perdonar, “remitir” (los pecados). Este significado de "atar y desatar” se nota claramente cuando se leen los pasajes paralelos  en Lucas 17:3 y Juan 20:23, al igual que el contexto general del capítulo 18 de Mateo.

Pero "atar y desatar” tenían también otro significado más. "Atar” significaba "prohibir", “hacer obligatorio", “mandar" (alguna acción ética). "Desatar" significaba "permitir", “dejar en libertad” (ante varias opciones éticas). Tal era el sentido en que estos términos se usaban entre los rabinos judíos en la época de Jesús. En sus interprétaciones de la Ley de Israel ellos "ataban" o "desataban” (es decir, prohibían o permitían) de acuerdo con la naturaleza de cada caso. De paso, notamos que al usar estos términos, cuyo sentido estaba fijado por su uso rabínico, Jesús de hecho estaba otorgando a sus discípulos la autoridad que hasta entonces había sido prerrogativa de los grandes maestros de Israel. El pasaje paralelo en Mateo 16:19 enfatiza esta dimensión del significado.

Ambos significados están presentes en Mateo 18:15-20. La cuestión del perdón es el tema principal de los vv. 15-17 donde se emplea la segunda persona singular para describir el trato personal con el hermano. Pero en los vv. 18-20 se trata la cuestión de discernimiento moral. El uso del plural en estos versículos sugiere que la autorización para tomar decisiones éticas en la Iglesia posiblemente tenga alcances más amplios que el caso inmediato de la disciplina. Aunque podrían parecer dos temas distintos, son, en realidad, dos actividades estrechamente relacionadas en la vida de la comunidad.

El proceso de perdonar, en efecto, presupone una base común de decisiones éticas reconocida por ambas partes, que permite que la una evalúe la "ofensa" de la otra a la luz de normas éticas compartidas por las dos. Ambas partes reconocen las normas por las cuales se identifica el pecado. Las conversaciones que se llevan a cabo entre los hermanos a fin de restaurar al que ha pecado, son la mejor forma de probar, clarificar y luego confirmar o cambiar, si fuera necesario, las normas éticas de la comunidad. El resultado de este proceso, sea que se confirmen o que se cambien las normas que guían la vida moral de la comunidad, será una experiencia de discernimiento de la voluntad de Dios y facilitará la reconciliación personal entre los hermanos.

De modo que el perdón y el discernimiento moral no son realmente significados distintos de "atar y desatar", sino los dos lados de la misma moneda. La disciplina evangélica incluye tanto el aspecto personal del perdón y restauración como el proceso de discernimiento moral o la toma de decisiones éticas en la comunidad. La disciplina sin discernimiento comunitario se vuelve legalista, inflexible, mecánica. El discernimiento moral sin dimensión personal de perdón y restauración, se vuelve frío, impersonal y académico.

De acuerdo con los pasajes del Nuevo Testamento que ya se han señalado, el propósito de la disciplina evangélica es siempre la reconciliación. Desde luego, este propósito debe determinar las formas que toma el ejercicio de la disciplina, al igual que sus intenciones.

1. El camino hacia la reconciliación es personal y ha de tomarse en el espíritu de mansedumbre (Gá. 6: 1, 2). Lo importante en las instrucciones en Mateo 18 no es que haya siempre tres pasos, sino que los primeros pasos siempre sean personales: "estando tú y él solos” (v. 15) o "de dos o tres” (v. 16). El cumplimiento de este procedimiento eliminará la posibilidad de chismes o murmuraciones en la congregación. Además de asegurar relaciones directas y confidenciales entre hermanos, esta manera de proceder protege contra el peligro de moralismo abstracto y puritano. En conversación seria y fraterna se conocerá la voluntad del Señor para sus discípulos. Una norma o regla incapaz de sobrevivir esta clase de confrontación ya no responde a las necesidades de la Iglesia. Por otra parte, esta manera de ejercer disciplina evita los peligros de una ética de tipo "situacional" (que sencillamente deja a cada individuo en completa libertad para tomar sus propias decisiones éticas), pues el hermano, en último caso, tiene la obligación de responder ante la comunidad por su acción moral. La disciplina evangélica es suficientemente flexible para tomar cada caso en su contexto sin volverse permisiva.

2. En consonancia con la naturaleza comunitaria de la Iglesia, toda la hermandad comparte la responsabilidad en el ejercicio de la disciplina evangélica. La iniciativa le corresponde a cualquiera que está consciente de la ofensa (v. 15). Las palabras "contra ti" no se encuentran en los mejores manuscritos del Nuevo Testamento y tampoco hallamos esta limitación en Lucas 17:3 (según el texto griego), Gálatas 6:1, 2 y Santiago 5:19, 20. Es la obligación de hermano, y no el sentimiento de haber sido ofendido, lo que lleva a un miembro de la comunidad a acercarse al que ha pecado. Por otra parte, Mateo 5:23-25 asigna la misma responsabilidad a la persona que ha cometido la ofensa tan pronto como se dé cuenta de ello. Tomar la iniciativa para la restauración de sanas relaciones interpersonales en la comunidad es la responsabilidad de todos: del ofensor, del ofendido y de todo tercero que tenga conocimiento de la ofensa. No hay indicaciones en el Nuevo Testamento de que esta responsabilidad corresponda particularmente a los "ministros". Puede darse por sentado que un líder congregacional esté interesado en el ejercicio apropiado de disciplina fraterna. Pero concebir al anciano, pastor, maestro o diácono como el que normal o exclusivamente ejerce la disciplina en la Iglesia parece ser contrario al espíritu del Nuevo Testamento.

3. La restauración y la reconciliación son los únicos propósitos legítimos para la disciplina evangélica. A veces se habla de (1) preocuparse por la pureza de la Iglesia; (2) proteger la reputación de la Iglesia ante el mundo que la rodea; (3) dar testimonio de las demandas de la justicia de Dios; (4) salvaguardar a la Iglesia contra la relativización o pérdida de normas de conducta cristiana, etc. Aunque estas preocupaciones pueden ser reales, son secundarias. Es notable que el Nuevo Testamento no las enfatiza. Mientras que a la Iglesia le preocupa mantener su imagen, el Nuevo Testamento habla en términos de perdón personal compartido. Hay un sentido, sin embargo, en que el pecado de un miembro se convierte en "levadura" que afecta a todos (1 Co. 5:6). La desobediencia persistente de individuos en la Iglesia llega a ser una especie de culpa colectiva compartida por todo el cuerpo. A menos que yo sea agente de su restauración, él podrá ser agente de nuestra culpa colectiva.


La autoridad para la disciplina

Si tomamos en Serio el Nuevo Testamento tenemos que reconocer que la autoridad dada a la Iglesia es paralela a la autoridad de Cristo mismo. Jesús escandalizaba a los judíos por la manera en que reclamaba una relación única con el Padre. Sin embargo, Jesús dijo a sus discípulos: Como me envió el Padre, así también yo os envío(Jn. 20:21). Pero aún más ofensiva para los judíos era la intención de Jesús de perdonar los pecados (Mr. 2:; Lc. :48-50). Sin embargo, esta es precisamente la tarea que él encargó a sus discípulos. Les otorgó a ellos (y por lo tanto también a nosotros) el mismo poder de perdonar que él había reclamado para sí mismo.

Este es el escándalo que sacudió a los fariseos y que también nos sacude a los protestantes en la medida en que comprendemos sus alcances. Reaccionando contra los abusos de la práctica penitencial católico-romana, los protestantes por siglos hemos señalado que "sólo Dios puede perdonar" y que el creyente recibe seguridad de perdón, no de otro hombre, sino de Dios, en lo profundo de su corazón. La orientación de este largo debate entre catolico-romanos y protestantes nos ha hecho muy difícil concebir y creer que Dios realmente puede autorizar al hombre para que tome decisiones en términos de "perdón" y “prohibición", decisiones éstas que serán honradas por Dios en el Cielo.

Lo que era el "escándalo cristológico" para los judíos (que Dios perdone a los hombres a través del hombre Jesús) se convierte en "escándalo eclesiológico"para nosotros: que Dios perdona a los hombres a través de su comunidad. La encarnación siempre incluye un escándalo: que Dios ha escogido para obrar entre los hombres al carpintero de Nazaret, quien a su vez comisionó a un grupo de hombres corrientes, ex-pescadores y cobradores de impuestos, para perdonar pecados.

Para esta actividad la Iglesia recibe el poder del Espíritu Santo. Juan 20:21-23 relaciona directamente el impartimiento del Espíritu Santo con la comisión de perdonar. A fin de tomar decisiones morales la Iglesia cuenta con la presencia del Espíritu Santo. Este la guía a toda la verdad y trae a la memoria de los creyentes las enseñanzas de Jesús que no han comprendido hasta el momento (Jn 14:26; 16:12-14). En realidad a juzgar por el énfasis que recibe en el Nuevo Testamento, parece que la obra fundamental del Espíritu Santo es guiar a la Iglesia en el proceso de discernimiento moral. La profecía, el testimonio, la convicción interior, y el poder para obedecer son todos aspectos importantes pero subordinados de esa obra.

La promesa de la presencia de Cristo "donde estén dos o tres congregados en mi nombre” se entiende a menudo en el protestantismo moderno en el sentido de la eficacia en la oración, o en el sentido de la presencia espiritual de Cristo en medio de la congregación Pero de acuerdo con Su contexto origina en Mateo 18:19-20, la presencia metida para el autorizado proceso de discernimiento moral. No por accidente en Mateo 16 la comisión de "atar y desatar” sigue inmediatamente después de la primera confesión de Jesús como e Cristo (el Mesías). Esta confesión es la base de la autoridad que Cristo otorgó a su Iglesia. La autorización es el sello de aprobación divina conferida en base a esta confesión. La Iglesia es la comunidad que reconoce a Jesús como Cristo y Señor. Por lo tanto, en ella están autorizados para darse unos a otros palabras de consejo moral y de perdón en nombre de Dios.


Deformaciones y malentendidos

La esencia radical del concepto neotestamentario de la disciplina no se aprecia muchas veces debido a las deformaciones y malentendidos acumulados a través de la historia de la Iglesia. Las limitaciones de espacio permitirán incluir aquí solamente algunas consecuencias prácticas:

1. A veces uno se abstiene de intervenir en la lucha del hermano contra la tentación alegando "respeto por las diferencias personales", "aceptación" o "amor” para el hermano. Hay un elemento de verdad en esta preocupación у sería comprensible si la única alternativa fuera una disciplina tradicional puritana. Pero abandonar al hermano en sus luchas, su culpa, su incertidumbre y sus equivocaciones no es amor fraternal en ningún sentido del término. En la comunidad de Cristo el amor nunca abandona al hermano en sus debilidades.

2. A veces se oye la excusa de una falsa modestia: "¿Quién soy yo para decir que mi hermano ha pecado? ¡Yo también soy pecador!" A veces se usa el ejemplo de la "paja" y la "viga" para justificar la no intervención en los problemas del hermano. Pero la conclusión a que llega Jesús es la contraria. Si tienes una viga en tu ojo, sácala, a fin de poder bien para sacar la paja del ojo de tu hermano (Mt. 7:3-5). Si bien es cierto que todos somos pecadores, Jesús no basa nuestro deber en perdonar en nuestra falta de pecado. Nos dice explícitamente que los que hemos experimentado el perdón  somos los llamados a perdonar (Mt. 6: 12, etc.).

3. También se oye la excusa de la "madurez". “Si el hermano ha pecado, no ha sido una ofensa contra mí. Mi estabilidad emocional me permite perdonar y olvidar sin ocupar ni al hermano ni a la congregación.” Desde luego, esta excusa está basada en una interpretación inadecuada de las palabras "si tu hermano peca contra ti". Pablo nos recuerda que precisamente los hermanos maduros (espirituales) son los que deben tomar la iniciativa para restaurar al que peca (Gá. 6:1,2).

4. Finalmente, se busca excusa ante la posibilidad de que, en el caso de que el hermano se resista a la restauración haya que tenerle por "gentil" y "publicano". El espíritu moderno se rebela ante esta clase de exclusividad. Pero esta objeción surge de un malentendido de lo que significa la frase "tenlo por gentil y publicano" (Mt. 18:17). En el espíritu del Nuevo Testamento, significa considerar a tal persona como objeto de evangelización: se ha de manifestar hacia él el mismo amor y solicitud que se le manifestaba antes de que reconociera a Cristo como Señor. Lejos de ser punitiva, es la única actitud responsable y evangélica que puede tomarse hacia un hermano que dice "no” al señorío de Cristo.


Conclusión

Hemos bosquejado algo de lo que significa ser una comunidad de perdón de acuerdo con la visión de Jesús. Pero esta visión se ha deformado con mucha facilidad en la historia de la Iglesia. El precio que se ha pagado por descuidar esta función esencial de la Iglesia es incalculable. Nuestra desobediencia implica que no somos la Iglesia donde el Espíritu Santo obra tal como fue prometido. Nuestra vida de congregación se vuelve formal y su verdadero significado llega a ser ilusorio. Más y más sentimos que lo que hacemos al reunirnos carece de sentido. No tocamos lo que realmente más importa cuando nos congregamos. No discernimos juntos la voluntad de Dios con claridad a fin de perdonarnos y restaurarnos unos a otros con autoridad. Y esta es precisamente la obra central del Espíritu de Dios en la Iglesia. Según el Nuevo Testamento esta es la función que define la existencia de la Iglesia.

La ausencia de esta obra central del Espíritu en la Iglesia nos lleva a enfatizar otro tipo de buenas obras y otras manifestaciones de la presencia del Espíritu que, aunque saludables, edificantes y apropiadas en su lugar, no son igualmente indispensables. En algunas iglesias estas obras secundarias incluyen actividades como educación cristiana y servicio social. Otras congregaciones se concentran en los aspectos externos y estáticos de la obra del Espíritu Santo en su medio. Pero en ambos casos esta concentración exclusiva está indicando que se ha perdido el centro vivo en torno al cual se constituye una auténtica comunidad del Espíritu, una comunidad que recibe y utiliza, con acciones de gracias, toda la gama de dones espirituales.

Fragmento de: Juan Driver. “Comunidad y Compromiso. Estudios sobre la renovación de la Iglesia”. Una Comunidad de Perdón. iBooks.